Ya pasó la primera del trío. Y pasó clamorosamente, como se comprobó en la calurosa tarde de Badajoz. Ahora, a esperar a que llegue agosto y estemos en las fiestas colombinas.
De Badajoz se extraen algunas conclusiones. La primera, que el tomasismo sigue vivo; quienes peregrinan tras el nombre del torero de Galapagar siguen siendo legión. Y su tirón mediático permanece en niveles de máximo, incluso entre quienes mantienen sus reticencias: tuvo derecho hasta ese bien escaso que es aparecer en el Telediario de las 9 de la noche, con lo rácana que es todavía esta TVE cuando de la Fiesta se trata. Hasta los intelectuales de guardia permanecen en su sitio, es decir: en el ditirambo sonrojante del neoconfeso.
Pero lo principal es que el torero sigue como siempre. Ni su valor se ha alterado, ni su sentido del toreo ha cambiado un ápice. Para algunos es casi casus belli que haya rehusado firmar 30 tardes, incluyendo las Plazas principales; para el torero más bien parece que es “lo que le pide el cuerpo”: torear unas pocas tardes, no perder el contacto directo con los ruedos y seguir con su vida privada, que es lo que hoy más le interesa.
Las cosas son así de simple. Ni su estrategia tiene nada que ver –si nos atenemos a la versión que de ello siempre dio “Camará”– con lo que Manolete hizo en la temporada del 46, cuando tan sólo mató la Corrida de la Beneficencia, ni se trata de un determinado marketing para mantener su cotización. Lo hace porque puede y quiere hacerlo así, aunque esa resulte una motivación menos romántica, ni lleve a ninguna nostalgia del pasado. Y mientras tenga tirón en la taquilla, y hoy por hoy lo mantiene, no necesita de otro marketing que el de su nombre.
En todo caso, más bien parece que ha querido hacer una experiencia nueva: vérselas con “El Juli” que hoy por hoy, y pese al boicot, lleva el peso de la Fiesta; darse de cara con Morante y su misterio y matar una encerrona en su plaza de Nimes. Lo demás resulta marginal.
¿Qué a la Fiesta le hubiera convenido las 30 tardes de José Tomás? A la Fiesta en sí es por lo menos dudoso, porque tiene siglos a sus espaldas y lo aguanta casi todo; a quien de seguro le hubiera convenido sería a los abonos de las ferias del verano, tan necesitadas como están de que la taquilla se mueva. ¿Cómo van a conseguir en Ciudad Real mantener los 7.000 abonos del bolazo de la pasada temporada?, por poner un ejemplo.
En un ocurrente artículo a este propósito de Antonio Burgos en “ABC”, venía a explicar hace unos día que para salir de la crisis económica que nos invade lo que había que hacer era llevar a José Tomás de ciudad en ciudad, para que su reclamo deje en las arcas locales los apreciables rendimientos económicos como supone cada una de sus tardes. Desde luego, los negocios locales lo agradecerían muchísimo. Y nada digamos si, además, ahora nos suben el IVA en casi todo.
Pero ocurrencias al margen, si se analiza su trayectoria, José Tomás ha sido siempre un torero de los de ir por libre. Fue un adelantado en el tema de las corridas televisadas, en el que va a acabar teniendo la razón. Y fue un adelantado a la hora de establecer sus propio estilo en las contrataciones, asumiendo el riesgo de poner sus ingresos en razón de su tirón de los abonos; también en esto va a resultar que su fórmula habrá que extenderla, porque no se sostiene la economía taurina actual, tan rígida como es, cuando luego abundan las medias entradas. Como por libre ha ido a la hora de seleccionar cuándo, dónde y cómo colocaba sus compromisos taurinos.
Es muy posible que con estas forma de orientar su carrera haya estado renunciando al cetro indiscutible del toreo. De hecho, el de Galapagar manda en lo suyo, que no es poco; pero no quiere mandar en la Fiesta, como siempre hicieron los toreros que se auparon a lo más alto. Se ha construida su propia leyenda, pero un tanto al margen de los patrones históricos habituales. Si bien esta forma de entender la profesión lo que viene es a acentuar su personalidad, tan definida como está a estas alturas, se sale de las formas convencionales tan marcadas como han quedado en los Anales taurinos.
Todo eso, en el fondo, lo que nos está indicando es que José Tomás sacrifica los parámetros convencionales, para hacer primar sus propios criterios. Por eso, además de por su concepción del arte taurino, es tan diferente a los demás.
Ahora bien, cabría incluir dentro de lo discutible si, en las circunstancias actuales, resulta o no apropiada esta falta de compromiso con la situación colectiva de la Fiesta. A primera vista, siquiera sea por salvar la economía de no pocos ciclos feriales, la respuesta que surge es que resultaría más conveniente un punto de compromiso, que hoy no hay. Pero si se piensa un poco más, no deja de ser cierto que, en realidad, este mayor compromiso a la postre conduciría a falsear la realidad.
Con José Tomás y sin José Tomás, lo verdaderamente crucial es que la economía de la Fiesta se reinvente sobre nuevas premisas y sobre nuevas formulas de operar. Las actuales han quedado tan obsoletas que todo lo que sea edulcorarlas no conduce más que a prolongar la crisis. Y la llave de ese proceso no depende de un solo hombre por carismático que sea. Depende de la colectividad de todos los que integran ese universos de profesiones varias que se conjunta en torno al toreo.
Mientras la Fiesta en su conjunto no se regenere, no saldremos del agujero negro en el que estamos, ya sea en lo económico, ya sea en lo social, por más que una figura emblemática se aplicara a ello.
0 comentarios