La crisis se deja notar en la Fiesta. Ya se ha dejado notar en esta temporada que ahora termina, con una reducción del número de espectáculos organizados y con una afluencia de público más reducida, incluso cuando se anunciaba a las figuras.
En efecto, plazas de cuatro y cinco “No hay billetes” en su feria, han pasado a reducirlo a uno y por los pelos. En otras ocasiones, en corridas sueltas, hemos visto entradas desoladoras, incluso en tarde de figuras.
Ya durante 2010 hubo localidades cuyos ayuntamientos renunciaron a que en sus fiestas se organizaran espectáculos taurinos, cuando en otras ocasiones habían dado hasta corridas de toros. Pero ahora, cuando hay que cuadrar las cuentas del Ejercicio económico, empiezan a aflorar los problemas de fondo. Los números no les salen a no pocos empresarios.
Rompieron fuego los hijos de “Miguelín”, que eran empresarios de Algeciras, renunciando a continuar con la gestión, ante las pérdidas acumuladas. Vino luego Taurotoro –la empresa que capitanea González de Caldas– que primer renunció a seguir dirigiendo la plaza de Córdoba y a los pocos días hizo lo mismo con la de Granada. Y la razón es la misma: inviabilidad económica de continuar. Pero ante la previsión de que algo así ocurriera en su plaza, en Alicante se han adelantado, reduciendo las obligaciones contenidas en el pliego, para hacer más llevadero su cumplimiento. El mismo camino ha seguido Algeciras, que ha optado por reducir a la mitad el canon de plaza.
Por desgracia, no van a ser los únicos casos. Conforme vayan cerrando las cuentas anuales veremos nuevas situaciones de dificultad. Y es que el año ha sido sencillamente malo, muy afectado por la crisis.
Y eso que no es cosa de entrar ahora en las cuentas internas. Por ejemplo, en lo que se ha pagado por un amplísimo número de corridas de toros, que con tal de sacarlas del campo se han dado a precio de saldo, porque era necesario obtener liquidez. Hasta el punto que ha habido ganaderos, de los de cinco estrellas, que han vendido camadas enteras de erales, con la condición de que el empresario adquiriente se hiciera cargo de la alimentación y demás gastos de la crianza.
Nada digamos de lo que se han pagado a una mayoría de toreros, incluidas plazas de primer nivel; si hacemos casos del rum-rum taurino, lo raro ha sido superar los límites del convenio. Más de un “ay madre, ay madre” vamos a escuchar cuando muchos del escalafón superior reciban la liquidación del año.
Con todo lo cual, salvo que el negocio taurino se establezca sobre otras bases, nos podríamos encontrar metidos en un laberinto. A los precios actuales, las entradas flaquean; si se bajan los precios, lo que flaquea son las cuentas de resultados. Por eso, quizás ha llegado el momento, ahora que el taurinismo entero ha entrado en la catarsis de preocuparse por el futuro, de replantearse desde la A a la Zeta la economía de la Fiesta. [Entre paréntesis, recordemos que en el antiguo documento ´Modelo y Estructura de la Fiesta´ los cinco periodistas firmantes ya ponían de manifiesto hace ocho años la necesidad de realizar un serio estudio sobre la oferta y la demanda del conjunto del negocio taurino. Hoy ya no sería una recomendación, sino una necesidad urgente.]
Como se han acabado los años de la sopa boba, lo mismo que se está realizando una labor positiva con las instituciones políticas sobre la situación de la Fiesta en el organigrama del Estado y en la legislación, debería emprenderse con urgencia el estudio de esas nuevas bases que deben regir en el negocio taurino en todas aquellas materias que le son privativas.
Y para empezar, ha llegado el momento de que las Administraciones públicas se replanteen muy seriamente la cuestión de los arrendamientos de las plazas y los concursos de adjudicación. Primero, y principal, porque de no hacerse así se van a generar problemas nuevos y más graves que los que hoy se han planteado. Pero, en segundo término, porque con los presupuestos públicos que hoy se manejan, las ganancias que pueden obtener de sus plazas acaban siendo un verdadero “chocolate del loro”, pero en cambio causan un estropicio serio a la Fiesta.
En este sentido, las corporaciones locales deberían replantearse si no ha llegado el momento de acudir a una gestión compartida, en la que el empresario no parta de salida con un canon de plaza insufrible, pero tampoco pueda cometer desmanes porque para eso está el control público. Es lo que se conoce como gestión interesada. Desde luego el momento de las pujas en subasta ha pasado, si no queremos ir contra la realidad.
Y lo que se dice de las entidades públicas resulta también de aplicación en el caso de las plazas de titularidad privada, cuyos dueños van a acabar por sufrir efectos parecidos. De hecho, dos de las tres plazas que se han quedaron libres son de propiedad privada y el problema es idéntico: los números no encajan.
Pero sentada esta base, es hora de que los profesionales –empresarios, ganaderos y toreros— se sienten a estudiar qué derroteros debe seguir la economía de la Fiesta. Resulta hoy indispensable una reestructuración global de este tipo de negocios, que ya no puede vivir de las singularidades, cuando no de la picaresca del pasado. El “esto siempre se ha hecho así”, ya constituye un error de los que luego se pagan. Y caros.
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