Con la temporada en su punto álgido, al menos en cuanto se refiere a número de festejos, también es un momento idóneo para tomar el pulso a la información taurina, tan importante como resulta en los momentos actuales. Y el panorama que se dibuja es complejo y no carente de problemas, por más que los taurinos no le concedan toda la relevancia que tienen, cuando no equivocan la dirección del tiro.
Por lo pronto, hay una realidad incontestable: la información taurina exige hoy de los medios una inversión que no en todos los casos puede realizarse, cuando la inmensa mayoría de las empresa periodísticas andan metidas en ERES y recortes. Quizás por eso, mirando hacia la prensa escrita, tan sólo tres grandes medios nacionales pueden hacer semejante esfuerzo y, por prestigio que no por rentabilidad, andan siguiendo el día a día de feria en feria, mientras la prensa local y regional se circunscribe a lo que ocurre en sus territorio de mercado y, como mucho, a las reseñas que distribuya Efe.
Y es que en un momento como el actual, los taurinos no parecen ser conscientes que, tal cómo han puesto la Fiesta, resulta inviable equilibrar la particular cuenta de resultados de la información taurina: la inversión necesaria ni se amortiza por un incremento en la venta de ejemplares, ni mucho menos por una hipotética publicidad, que tiende a huir de todo lo que hace relación a los toros. ¿Alguien recuerda a una gran marca comercial, de esas que vemos por todos los recintos deportivos, promocionarse en un evento taurino?
Pero ese contexto mediático no permite, ni mucho menos justifica, dar por sentado de antemano algunos puntos. Y el primero de los que habría que arrumbar es ese lugar común de que “los toros no venden”; hay que decir con toda claridad que “estos toros”, esta repetitiva y mediocre programación de los taurinos, eso es lo que no vende. Han impuesto tal grado de monotonía que se diferencian demasiado poco del cotidiano ir a una oficina. Y la prueba del nueve, incontestable por lo demás, la tenemos en el caso de José Tomás: como este torero ofrece unos alicientes que los demás no tienen, cuando se anuncia se produce una movilización mediática general. El secreto es bien sencillo: la mercancía que ofrece el de Galapagar, interesa; incluso, interesa al gran público, no sólo al aficionado. Probablemente es así porque es el único caso en la actualidad que cumple aquella vieja sentencia que define al toreo como tener un misterio que decir y decirlo.
De hecho, de esta dinámica se libra un poco el caso de Morante, por la ola de un cierto enigma que siempre le rodea. Los demás, tan sólo llaman la atención y por un día en una ocasión muy excepcional. Es lo que ocurrió cuando El Juli decidió matar la corrida de Miura en Sevilla o cuando Talavante se anunció con los “victorinos” en Madrid. Luego, por causas bien distintas, acabaron siendo ocasiones fallidas. Pero a partir de ahí todo es repetición: las mismas ganaderías para los mismos toreros. Solo cambia el escenario y el color de los vestidos, cuando cambia.
Por eso, cuando los profesionales del taurinismo se lamentan –que ser, son muy lamentosos– de la falta de promoción de la Fiesta, bueno sería que hicieran primero un ejercicio introspección, para comprobar si aquello que ofrecen reúne los elementos indispensables para ser promocionable, o si, por el contrario, con su proceder no son precisamente ellos los que ocasionan el declive de lo taurino. ¿Pero qué novedad puede haber cuando los carteles de una feria son prácticamente gemelos a los de la siguiente? Y así desde marzo hasta octubre, desde Olivenza a Zaragoza, ayunos de esos elementos cruciales de la emoción y el riesgo, y sin siquiera aportar el añadido de la novedad y la sorpresa.
En suma, no conviene engañarse con circunloquios falaces: el primer problema que hoy sufre la información taurina es la pobreza de su contenido esencial. Y esto no depende en absoluto de los informadores; depende directa y personalmente de quienes manejan los hilos de la Fiesta y de quienes la protagonizan, que empobrecen la épica y la lírica del toreo, hasta dejarlo en paños menores. Medios hay y muchos, aunque no todos tengan la misma entidad, como es de toda lógica. Lo que necesitan son noticias de primera página, o con capacidad para entrar en la escalilla de noticias de un telediario. Y esa buena nueva depende únicamente de los taurinos en todas sus variantes.
Es cierto que unos pocos –si algo no son es mayoría– han creado un clima enrarecido y maligno sobre la Fiesta, que aunque no responda a la realidad hace mucho daño a la imagen de lo taurino y pesan en la creación de determinados climax de opinión. Desde luego, le ocasionan eso que técnicamente denominan los expertos “daño reputacional”. Pero los mismos expertos afirman que, precisamente porque se dan tales circunstancias, la solución pasa por sacar a pasear la autenticidad de la Fiesta, ante la que nadie queda indiferente. Es decir, lo contrario de lo que vienen haciendo.
Sin llevar a cabo previamente este examen de sus comportamientos, resultan carentes de todo sentido las críticas y las añoranzas de aquel otro periodismo del pasado. No conviene engañarse; el problema no es del continente: es del contenido. Cuando el contenido es auténtico, siempre hay un espacio para él; pero la mercancía light y los sucedáneos vamos a dejárselos a otros, que en la Fiesta no caben.
Hoy se cuenta como en pocas épocas con un buen plantel de profesionales de la información taurina. Y además, con mucha gente joven, que sabe conectar con lo que circula por la calle. Lo único que les falta es una buena historia que contar; una historia que corresponde revivir nada más que a los profesionales de la Fiesta, no a quien tiene por oficio contarla.
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