MADRID. Segunda de la feria de Arte y Cultura. Media entrada escasa. Todos de El Montecillo (Francisco Medina), demasiado desigual de trapío y defensas, mansos todos en el caballo y de poco fondo, salvo 3º y 6º. Antonio Ferrera (de grana y oro), silencio y silencio. Serafín Marín (de marino y oro), silencio y silencio tras aviso. Joselito Adame (de verde botella y oro), una oreja y vuelta al ruedo.
Un torero mexicano, ya curtido y con buen son, muy entregado siempre, ha estado a punto de abrir la Puerta Grande de Madrid. Y lo habría conseguido justamente, si no llega a ser por el mal uso que de los aceros hizo en el toro que cerraba plaza. Pero la Fiesta ocurre como en la célebre comedia, que hasta el final nadie es dichoso. En el ruedo aquello que no se remata realmente queda inconcluso. Y el remate es tirar al toro patas arriba con la espada en el hoyo de las agujas.
Pues aunque Joselito Adame no andará a estas horas dichoso, con lo cerca que tuvo el triunfo, la realidad objetiva es que tuvo una tarde importante y completa. Por lo pronto, fue el único de los matadores que utilizó el capote no sólo para la lidia, sino también para torear; suyos fueron los únicos quites que se vieron y cada uno por un palo distinto. Y luego, cuando cogió espada y muleta salió desde el primer a la ofensiva, nada de tantear el terreno: a fajarse con sus toros sin pérdida de tiempo. Pero además se quedó muy quieto y firme, buscando siempre embeber a los toros por abajo, sin darles un respiro entre muletazo y muletazo, ni dejarles una puerta abierta por la que se pudieran ir a los terrenos de tablas.
Es evidente que no tiene un toreo de esos que subliman por su belleza. Pero no es menos evidente que crea emoción verdadera y espectáculo. Como todo ello lo complementa medidamente con detalles muy toreros, nada se puede objetar a su actuación en Madrid, salvo el ya referido fallo con los aceros.
Pero junto a la buena actuación del torero de México –tres mexicanos van ya, tres triunfos–, la tarde vino marcada por la corrida que envió Francisco Medina. Si se hace memoria, la corrida de este martes de El Montecillo, ha sido como prima hermana de la corrida que lidió en los sanisidros de 2012. Y como la genética tiene algo de misterioso, a su vez poco tuvo que ver lo de este martes con la buena novillada de mayo. En cualquier caso, contento no ha debido salir el ganadero de Las Ventas. Ni por equivocación peleó un sólo toro con algo de bravura ante los montados: entre todos escribieron un manual de mansedumbre. Abantos y sueltos desde que salieron hasta que fueron arrastrados, escasos de fondo, sin humillar y sin clase alguna en sus embestidas. De esta tónica se salvaron en los respectivos últimos tercios 3º y 6º, que resultaron con una mayor acometividad y algo de nobleza, sobre todo si se aprovechaba la inercia propia de darles distancia; como Joselito Adame estuvo además muy firme y seguro con ellos, parecieron incluso mejores.
Fuera de lidiar con buena cabeza y con solvencia, así como alguno de sus seis pares de banderillas –los del 4º de la tarde fueron los mejores–, poco más podía ofrecer en estas condiciones Antonio Ferrera. Estuvo medido hasta la hora de no pasarse en eso de insistir en intentos que eran completamente inútiles. Con todo, tuvieron torería sus formas de doblarse con los toros. Muy habilidoso a la hora de alargar el brazo con la espada, dejó constancia que en este momento la lidia no tiene secretos para él.
El peor lote, uno porque se paró ya con el capote y otro por su falta de raza, le correspondió a Serafín Marín. El torero catalán resolvió con aseo la papeleta y tendrá que esperar a mejor ocasión.
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