El Juli y la dignidad profesional, por encima del pleito de la televisión

por | 15 Feb 2012 | La opinión

Los que por razón tan simple como haber cumplido algún año más, y de paso tener el vicio de guardar viejos papeles, recordamos un célebre artículo del pensador Rafael Calvo Serer en el volado diario “Madrid” titulado “No al general De Gaulle: retirarse a tiempo”. Todo él era un análisis de la crisis profunda que en aquellos momentos vivía Francia y que llevó al mítico dirigente francés a su retiro en Colombey-les-Deux-Églises. Hablamos nada menos que de los años que van de 1969 a 1971.

Los estrictos ortodoxos del final del franquismo interpretaron el artículo, como por lo demás era esperable en una sociedad sin libertad de prensa, en clave puramente interna: consideraron que si se quitaba el nombre de De Gaulle y se ponía el de Franco, el artículo seguía siendo igualmente válido. Lo cierto es que el pensador español tuvo razón y acertó: Francia en referendum le dijo “No” al general que les había llevado a la victoria en la II gran guerra. Pero también fue cierto que el aparato de la ortodoxia establecida en España llevó al diario “Madrid” a su voladura controlada y hoy forma parte de los recuerdos. Un ejemplo más de la cortedad de miras de quienes no querían ver que contra las leyes de la razón histórica no se puede caminar. Fue una pérdida tremenda, porque hoy aquellas páginas, tan magistralmente dirigidas por Antonio Fontán, serían un punto de referencia importante en la España actual. Al final, la historia confirmó las tesis de Calvo Serer; pero le cerraron el periódico y acabó perdiendo el conjunto de la sociedad española.

Salvando todas las distancias, que son muchas, este episodio vivido en el cambio de década de los 60 a los 70 se me venía a la cabeza, cuando leía la noticia del posible paréntesis en su trayectoria profesional de El Juli, una exclusiva que el compañero Zabala de la Serna ha dado en su columna de elmundo.es. No es segura aún cual es la decisión final del torero, como bien afirma el cronista. Pero se confirme o no esta reacción del torero madrileño, lo cierto es que tenemos delante algo que no es precisamente una anécdota. Por eso, estamos en la creencia de que lo que a continuación se argumenta tiene la misma validez tanto si El Juli se va temporalmente a su casa, como si decide seguir en activo aunque fuera del primer circuito de los ruedos.

Un pleito ajeno a los ruedos, en este caso con los derechos audiovisuales de por medio, puede hacer que quien es primera figura en la Tauromaquia del siglo XXI, se tome un respiro y se vaya a casa, antes de ver como una maniobra de quienes mandan en los despachos le deja en banquillo de los suplentes. Ya lo hicieron en Castellón y en Valencia, pretenden ahora hacerlo en Sevilla —que es cosa ya bastante segura— y en Madrid. Y quien se siente figura no lo puede consentir, siquiera sea por la célebre frase de Gallito: “quien no torea en Sevilla, ni es torero ni es ná”.

Reacciones como las que ahora adoptan los empresarios, que pueden calificarse de extemporáneas, no son nuevas en la anales taurinos. Recordemos el conocido episodio de Juan Belmonte, cuando por un malentendido fue victima del boicot de los ganaderos. Todo vino porque el empresario de Madrid incumplió un contrato: el Pasmo de Triana estaba anunciado en Madrid con una determinada corrida y sin previo aviso se la cambiaron; el torero se negó a  actuar mientras no se cumpliera lo firmado. Mal creyendo que se trataba de un plante del trianero a una determinado divisa,  cuando en realidad era un simple incumplimiento de contrato, los ganaderos —que eran los que tenían en gran medida la sartén por el mango en esta época— reaccionaron  planteándole un boicot en toda regla al torero. Aquella historia se acabó el día en el que su rival en los ruedos, Joselito El Gallo, se plantó ante uno de los empresarios fuertes de la época, don Sabino de Ucelayeta, y le dijo actuar en representación de “Joselito Belmonte”: o aquello se acababa o con él que no contara para sus ferias. Y, claro está, ganó el pulso.

En épocas más recientes, habrá que recordar cuando los empresarios mandaron a El Cordobés a aquella “guerrilla” de plazas portátiles por los pueblos de España. Acabaron volviendo al año siguiente a Villalobillos a firmar la paz y los contratos.

Parece claro que, como hoy no hay en el escalafón quien esté dispuesto a cumplir el papel de aquel mítico “Joselito Belmonte”, entra dentro de lo muy posible que se materialice la reacción de orgullo profesional que ahora tiene “El Juli”. Pero se equivocan los toreros actuales si actúan así, dejándole solo en esta polémica. Se equivocan, por lo pronto, porque demuestran no tener la grandeza de espíritu que siempre caracterizó al mítico Joselito, que no es chica razón. Pero se equivocan, igualmente, porque al final ellos serán victimas de la misma estrategia: mañana serán los que sufran esta sinrazón, porque no hacen otra cosa que ir cediendo parcelas de poder a quienes no se ponen delante de la cara del toro, pero están dispuestos a tener todo el mando en la cosa taurina.

¿Es una exageración pensar así? Pues la verdad, respetando la opinión en contrario, yo diría que no. No es cierto ese victimismo que algunos enarbolan ahora, diciendo que se quiere presentar a los empresarios como “los malos de la película”. Aquí lo que hay es un pleito, el de los derechos audiovisual, que por muy mal llevado que esté, no deja de corresponder a una realidad: la razón le asiste a los toreros y los que se han extralimitado han sido los empresarios, que hasta ahora han hecho uso y abuso de unos derechos que no les correspondían, ni les corresponderán, se pongan como se pongan, porque por medio hay razones constitucionales. 

Se dirá, y con toda razón, que lo que ocurre es consecuencia de la desidia o el desconocimiento de los toreros. Y en efecto ha sido así, porque todo empezó el día en que una figura en activo —que era de indispensable contratación—, decidió que él iba a lo seguro: a por los dos millones más de pesetas —de hace unos años— que  le aseguraban la presencia de las cámaras y por eso dejaba hacer y deshacer a los gestores. A parte de demostrar que no calibraba la trascendencia a futuro de lo que hacía, hay que reconocer que entonces tan sólo José Tomás, mejor aconsejado, tuvo arrestos para decir que no, que esa estrategia no iba con él. Ahora se comprueba lo erróneo de aquella situación que dio inicio a todo este jaleo que hoy sufrimos los aficionados.

Es de hacer notar que la actitud de los empresarios en el caso de El Juli  —como también ocurre, entre otros, con Miguel A. Perera—, no se basa en un desacuerdo puntual por su contratación: se trata de esa figura tan taurina de castigarlo con “dejarlo parado”, de ni siquiera llamarle para conocer cuáles son sus condiciones. Es decir, de descartarlo antes de hablar. ¿Y por qué él? Simplemente, porque no está bajo ninguna disciplina que no sea la suya propia y va por libre. Por tanto, ni aporta a sus hipotéticos contratadores el ingreso suplementario de la comisión del célebre 15%, ni pueden forzarle por razones de dependencia a tomar otra actitud.

Como consecuencia de todo ello, aquí los primeros damnificados pasan a ser los aficionados. ¿Acaso alguien en su sano juicio piensa que la afición de Sevilla no quiere ver este año a El Juli? Después de la que formó el año pasado en el ruedo maestrante, resulta impensable. Pues tendrán que pasar por el trágala de que el abono será lo que diga Canorea, con un nuevo caso de  si lo quieres lo tomas y si no lo dejas”. En cualquier caso, al empresario le saldrán sus números, porque para eso se garantiza los ingresos extrataurinos de la televisión.

Pero, no nos engañemos, todo esto deja en muy mal lugar a los toreros y a su dignidad profesional. Si esta incompresible batalla, en los términos en los que se ha planteado, la acaban ganando los que hoy mandan, lo único que ocurrirá es que quienes se visten de luces perderán nuevas parcelas de sus derechos y estarán más cerca aún de ponerse todos en fila, a la espera de recibir ordenes. Es posible que a corto plazo les resulte rentable en lo económico; pero en lo que se refiere a lo que de verdad importa, el lugar que en este carrusel del toreo les debiera corresponder, quedan en una posición más que desairada. Exactamente la misma con la que hoy se mira a quienes en su día, en defensa de una pretendida ortodoxia, cerraron el diario “Madrid”, con el que se iniciaba este artículo.

Otro sí

Al hilo de lo referido en el caso del diario “Madrid” y al margen de todo este pleito,  no me resisto a recordar una anécdota. El entonces crítico del periódico y excelente escritor, Julio de Urrutia, permanecía al margen de la política y estaba sólo a su oficio. Pues bien, en su crónica de la confirmación de alternativa creo recordar que de Juan Carlos Beca Belmonte se produjo una anécdota curiosa. Le tocó lidiar un toro de la ganadería de Carreros y vino a escribir, sin más intención que la taurina, algo así como que “Juan Carlos despenó al “carrero” con un alevoso bajonazo”. La evidente coincidencia de nombre, hizo que se liara un jaleo  de los de no contar, porque hubo quienes consideraron que esa forma, tan usual en los escritos taurinos, de narrar lo ocurrido en el ruedo en realidad escondía muy malignas connotaciones políticas intolerables para el poder establecido y a punto estuvo de provocar una sanción grave para el periódico. Y precisamente la parcela taurina era la única que no respondía a ninguna orientación ideológica. Pero para los ortodoxos de la época ese era un dato marginal.

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