MADRID. Decimo séptima del abono de San Isidro. Corrida de la Cultura. Tarde con rachas fuerte de viento, que dificultaba el manejo de los trastos. Lleno de “No hay billetes”: 23.624 espectadores. Toros de Victoriano del Río (1º y 6º), Alcurrucen (2º y 3º) y Domingo Hernández/Garcigrande (4º y 5º). Julián López “El Juli” (de marino y oro), palmas, una oreja y ovación. Ginés Marín (de granate y oro), silencio, ovación y palmas.
Actuó como sobresaliente David Saleri (de verde manzana y oro), muy oportuno a la hora cortar en la salida de pares de banderillas. Agustín Navarro protagonizó un excepcional tercio de varas con el 6º. Con el capote y con los palos, destacó José Mª Soler.
Asistió a la corrida desde una barrera la Infanta doña Elena. También acudieron al festejo el ministro de Educación, Cultura y Deportes, acompañado por el Secretario de Estado de Cultura, Fernando Benzo.
Lo que procede es olvidarse de las notas tomadas a toda prisa. Lo que “El Juli” le hizo al gran “Licenciado” –un toro de premio con el hierro de Alcurrucen– no cabe condensarlo en unas pocas palabras. Hay que vivirlo, para luego revivirlo una y otra vez en el recuerdo. Sólo con un natural inmenso ya puso a todas la plaza en pié. Pero ¡qué pedazo de natural!. Irrepetible, salvo que lo haga este mismo torero.
La verdad es que la tarde tuvo de todo un poco. Unas cosas de basares de los chinos, otras de tiendas de gran lujo en la milla de oro. No era otra cosa lo que marcaba la diversidad de encastes y de hechuras de los seis toros. Hubo uno, el 6º, que se equivocó de plaza y de día; con el hierro de Victoriano del Río, un armario de tres puertas: largo, gordo, tremendo en su cara, consciente de ser cinqueño y para colmo con cambiante estado de ánimo. Vamos, ni para las corridas toristas de Francia. El otro de esta Casa ganadera, insípido, sin repetición. Los de la dehesa que dirige Justo Hernández, el cinqueño, que hacía 5º, se lesionó en el ruedo al comienzo de la faena; el otro, de viaje corto y pronto en dimitir. Así como el primero de los alcurrucenes, el que salió de 2º, se vio protestado: su cara tenía demasiada poca prestancia, al que se lidió como 4º la plaza le dio una señora ovación en el arrastre. Era el ya citado “LIcenciado”, un colorado bien hecho, que ya en su propia estampa venía diciendo que era de lio. Y lo fue.
Monumental el lío que le formó “El Juli”. Aunque metía bien la cara, fiel a la tradición de su encaste, no se dejó cuajar con el capote. Cumplió con amplitud ante el caballo y a la muleta llegó encastado, pronto, humillador, con fijeza. Todo los condimentos necesarios. Pero el torero madrileño estuvo de mucho más que de cinco estrellas: su faena no cabe en ninguna guía.
Ni el poco fondo del toro que abrió la tarde, ni lo costoso que se le hacía repetir ante los engaños, permitieron mayores alegrías que una faena técnicamente bien construida, después de un competido tercio de quites de “El Juli” y Ginés Marín. Con todo dejó un par de series con enjundia, aunque lo desentendido del del “victoriano” no creaba emoción. El 5º es el que se lesionó y no hubo otra salida que abreviar. La verdad es que el de Domingo Hernández tampoco era como para perder la cabeza, aunque este torero habría sido capaz de meterlo en la canasta.
Con lo joven que es, en edad y en el primer escalafón, Ginés Marín no volvió la cara nunca. A lo mejor salió un poquito revolucionado, que verse en el portón de cuadrillas emparejado con una grandiosa figura, debe pesar mucho en el ánimo. Pero lo innegable es que dio la cara siempre, aún a riesgo de que se la partieran, que por dos veces estuvo en ese trance. Entrega y valor dejó a espuertas. A su favor hay que anotar que su primero se apagó casi desde el inicio de su faena de muleta y el segundo, que rajó en un santiamén, llevaba la informalidad en sus embestidas.
Tuvo mérito, y debe reconocerse, frente al “armario” que cerró la función. El grandullón cinqueño que vino de Guadalix de la Sierra, protagonizó un gran tercio de varas, al que Agustín Navarro respondió con dos puyazos de premio. Pero a partir de ahí quedó incómodo, que lo mismo iba en la rectitud, que se acostaba. Plantarle cara por derecho como hizo Ginés Marín, tiene mucho mérito. Y no le dudó ni un momento.
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