El fundamentalista de las «corridas del siglo» y el equilibrio de la Historia

por | 3 Jun 2012 | La opinión

Como hecho pasional que es, también en torno a la Fiesta crece ese fenómeno  del entusiasta sin límites que hace causa con un mal entendido respeto por la ortodoxia, llevándolo a límites fuera de toda lógica y sobre todo ajeno a la realidad de la Historia. De hecho, suele tener bastante poco validez vivir agarrados a unos clichés prefabricados que, a través de simplificaciones –-perdonarán que sea redundante– simplistas, tratan de reducirlo todo a unos pocos conceptos, que al final suelen ser lugares comunes, tan faltos de sentido como de realidad.

Antes de seguir adelante hay que decir sin rodeos que no concedo valor a esas denominaciones rimbombantes de las “corridas del siglo” y similares, ahora que tanto se habla de la célebre victorinada de hace ya  30 años. Con ser verdaderamente un acontecimiento, si aquella tarde fue realmente la “corrida del siglo”, ¿qué fue entonces la tarde grandiosa en la que Juan Belmonte inmortalizó al toro de Concha y Sierra?,  ¿o los siete toros de Joselito el Gallo en siete cuartos de hora?, ¿y la de “Manolete” con “Ratón”? , ¿o la del toro blanco de Antoñete?, ¿y la triunfal corrida del “salario del miedo” con tres figurones del toreo abriendo la puerta grande?, ¿o la Beneficencia de Camino?…

Más: algo absolutamente inaudito –visto con los criterios de hoy–  ocurrió un 20 de abril, hace ya muchos años, El Cordobés cortó un rabo en Sevilla. Y no por eso se resquebrajaran los cimientos todos de la Maestranza. Y es que, este género de hechos totalmente diferentes que dejaron una huella profunda, la realidad nos dice que se anotaron como uno más de los episodios de la historia, sin que por ello pusieran un antes y un después de forma radical.  En cualquier de ellos, sin ir más lejos en este caso de Manuel Benítez, está vigente el criterio de que para acercarse a la Fiesta de los toros con el ánimo pronto de entender  su misma esencia, se hace necesario adoptar una postura, tanto intelectual como de ánimo, de un sereno respeto por todos los episodios, grandes y pequeños,  de la historia taurina en su amplia y compleja extensión. Pero, además, con ese sentimiento de sencilla humildad que da el saber que hasta de  lo más nimio puede aprenderse, y mucho. Ningún elemento, por marginal que pueda parecer, debemos considerarlo superfluo, pero tampoco rompedor de todos los esquemas. La historia es mucho más serena.

En no pocas ocasiones tales proclamas acerca de la trascentalidad de una tarde, en realidad guarda una relación bastante estrecha con esa suerte de vaguedades que en ocasiones oímos –incluso repetimos– a gentes que se dicen entendidas, pero que todo lo fían a añorar un pasado que muy probablemente no vieron y que nunca fue tan clamorosamente glorioso como afirman, o a pronosticar un futuro tan plagado de nubarrones que parecen augurar la proximidad de alguna suerte de "gota fría" sobre los ruedos. La Historia, en cambio, demuestra que una posición equilibrada siempre hubiera sido más inteligente.

Precisamente por eso, no tiene mucho sentido rasgarse las vestiduras amargamente porque un hecho como el de Benítez en Sevilla, pongamos como ejemplo emblemático, que narrábamos antes se hubiera producido y nada menos que en templo maestrante; por el contrario, fue un hecho, un episodio más, que ocurrió, que tuvo su momento y su contexto. Pero ni la Fiesta era menos que antes de ocurrir, ni después nada cambió. Pasó El Cordobés y su tsunami y la Fiesta siguió su camino de forma inalterable transitando por la Historia. Otro tanto ocurre con todas las “corridas del siglo” que queramos inventar.

Si se repasan con el respeto necesario  los Anales taurinos, tengo para mí que la gran lección que se puede extraer radica, ante  todo, en comprobar cómo la Fiesta ha tenido desde sus orígenes un profundo sentido dinámico y armónico, gracias al cual ha sido posible el milagro de preservar en el tiempo aquello que es propiamente esencial, sin que en este empeño influyera la probada capacidad de todo lo taurino para adaptarse a las circunstancias y condicionantes cambiantes de los siglos.

Dejando a un lado otras consideraciones más o menos antropológicas, que ahora cabría hilvanar pero que omito, esta creatividad dinámica que se contiene en el hecho taurino nace de un concepto que podríamos calificar de radical. Y es que la Fiesta de toros hunde sus verdaderas raíces en el hombre, más en concreto: en sus capacidades creativas, sea ocasionalmente torero, sea  criador de las reses bravas, o tenga cualquiera de los mil cometidos que se ven en todo este enmarañado complejo de tauropartícipes, incluidos quienes, sencillamente, se sientan en el tendido.

Sin un hombre que sepa conjuntar el sentido épico de cuanto ocurre en un ruedo y esa otra capacidad de intuirse un creador de arte, probablemente nunca habría existido la Fiesta de los toros. Ni cuando rudimentariamente era un juego de lanzas y caballeros, ni cuando como hoy un toro permite un sinnúmero de suertes, incluso si están mal planteadas y peor resueltas. Pero sin capacidad creativa, sin ese cierto criterio de construir una obra renovada cada tarde, la Fiesta no habría pasado de ser, para quienes la miramos desde el presente, uno de esos muchos anacronismos que estudiamos en la Historia. De este concepto que liga tan estrechamente lo taurino con el hombre, toma su fundamento la razón última que explica el por qué de la Fiesta.

Recordando la revolución que trajo el Pasmo de Triana, sin otros preámbulos viene a cuento recordar una anécdota que me llamó la atención, y además grandemente. Ocurrió en cierta ocasión en la que le convencieron para que, ante el público y en la plaza de Jerez, toreara una becerra en un improvisado tentadero para unos visitantes ilustres. Aquel día a Belmonte, ya en el tramo final de su vida, no le preocupaba si podría producirse un percance, incluso estoy por afirmar que tampoco le quitaba el sueño si iba a  estar mejor o peor con la muleta; su preocupación primera se centraba en lo ridículo que supondría que una becerra pudiera trastocar en un momento toda la torería que correspondía a su historia. “No hay nada más grotesco  –vinieron a ser sus palabras- que caerse ante una erala, a la vista del público, con sesenta años y llamándote Juan Belmonte”. 

Como en este hombre tales sentimientos se alejaban kilómetros de cualquier creencia egocéntrica, así sólo puede pensar quien tiene un concepto completo de la Fiesta, en el que se entremezclan en riguroso pie de igualdad todos aquellos elementos que más directamente dicen del toreo, con esos otros que nacen de saberse, sin aspavientos ni extravagancias, parte de una Historia que por encima de todo, incluso de uno mismo, hay que preservar. La becerra de turno no habría revolcado a una figura señera, irrepetible; habría dejado en entredicho a la Historia misma del toreo. Esa era su verdadera obsesión de aquel día.

Frente a ese agarrarse a ultranza y a nada más que a la ortodoxia estricta y a la singularidad histórica,  estos sentimientos belmontinos, que siempre me han parecido profundamente clarificadores, reflejan con nitidez el sentimiento que trato de explicar, cuando recuerdo que a una plaza siempre hay que acercarse con respeto, con el respeto debido a unos hombres que, sean conscientes o no de ello, tienen como objetivo último transmutar el riesgo en arte, hacer que algo fugazmente perecedero se convierta  en un eslabón más de una historia inacabable, de la que forman parte y a la que deben garantizar su prolongación en el tiempo. Frente a los hechos singulares, ahí radica la razón última del toreo.

Del sentido globalizador de lo taurino que encierran estas ideas, nace la razón más verdadera de la afición taurina, que de generación en generación ha llegado a nuestros días y que espero que, con el pasar de los años, también seamos capaces de transmitir a quienes  nos sucedan, como a nosotros nos ocurrió en su día cuando, el padre o el abuelo, nos acercaron por vez primera al  misterio bellísimo que tiene su epicentro en una plaza de toros.

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Taurología

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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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