El efímero arte que surge de la mano y de la mente de un torero virtuoso con un toro bravo

por | 23 Ago 2013 | Las Artes

Lo primero que hay que decir es una gran verdad, como corresponde: El toreo es un vasto repertorio de actividades humanas, es algo que ciertos hombres se ocupan de crear, mientras otros muchos se ocupan de mirar, criticar, encomiar, teorizar sobre ello, aplaudirlo, compararlo, e incluso ignorarlo, y todo, generalmente para envanecerse y prestigiarse por haberlo visto.

No es posible hablar de toros y no hablar de arte, hablamos de la emoción y el sentimiento que provoca un hombre vestido de forma particular, a la antigua usanza, cuando expresa sus sentimientos, sus pensamientos e ideas ante un magnífico animal, que embiste sin miramientos, con toda su fortaleza y que es esquivado con habilidad y profundidad.

En el toreo se involucran, casi diría que por igual, quien lo practica con talento y habilidad como quien lo observa, viviendo una experiencia intelectual, emocional o estética o bien una mezcla de ellas.

Por lo tanto, ver una faena y el enfrentamiento toro torero, implica entenderlo, descubrir la intención de todas sus fases, o, lo que es igual, contemplar una faena no es solo cuestión de ojos, sino de interpretación de lo que se está viendo.

Es fácil identificar el toreo con la pintura, la repentinidad con que, sin exigirnos el menor esfuerzo, se entrega el cuadro a nuestra visión, así lo hace el efímero arte que surge de la mano y de la mente de un torero virtuoso con un toro bravo.

Francisco de Goya y Lucientes, Francisco el de los toros, se inventó la pintura taurina, el genial aragonés, pintó reyes y nobles, pero en su empeño de pintar al pueblo, a su pueblo, comenzó a practicar un tipo de arte inédito hasta entonces, comenzó a pintar y dibujar escenas taurinas, tan arraigadas en el pueblo, que trascienden de los aconteceres políticos. Goya es notario costumbrista del acontecer taurino de su época.

Quien quiera que pinte o dibuje, o lo haya hecho alguna vez, es deudor del estilo de Goya, de su inspiración, de su técnica magistral, de su arte sin igual.

Después vendrían Antonio Carnicero, maestro grabador que a finales del siglo XVIII nos legó una colección de grabados sobre el tema taurino, de un incalculable valor artístico e histórico Gustavo Doré, el polifacético ilustrador, describe en sus grabados verdaderos Uros de proporciones desmesuradas.

Lucas, Lake Price, Lameyer, con sus admirados dibujos, o el dramatismo de Zuloaga, Vázquez Díaz, Unceta, y el mismo Picasso, beben continuamente en las fuentes de Goya y profundizan en sus hallazgos.

No es posible hablar de arte, y mucho menos de arte y toros, sin recordar, ya en pleno siglo XX, a Roberto Domingo, que con sus gouaches y óleos se convierte en maestro dominador del color, movimiento y composición del cartel taurino, de modo que quien pudiera pensar que éste es un género menor, tan solo tiene que asomarse a la obra de Domingo para convencerse inmediatamente que esa maestría del artista no es superable, tan solo imitable.

Federico García Lorca, refiriéndose al toreo dijo: ”Creo que los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo. Es el único sitio a donde se va con la seguridad de ver la muerte rodeada de la más deslumbradora belleza.”

Lorca tenía mucha razón, ya que la cultura es arte, y no civilización, aunque no siempre se entienda así; los toros son cultura, son arte, son obras de efímera duración en ocasiones que cultivan las emociones del individuo y perviven en él hasta hacerle llegar a un nivel más refinado, entre moral y espiritual.

En este tiempo en que vivimos, los toros están entrando en las universidades, con lo que esto supone para el toreo y para la ciencia. El toreo trasciende, tiene un valor permanente, aún cuando el gusto del público cambie o cambie el punto de vista del torero, mientras que la ciencia nos enseña que puede mutarse con relativa facilidad, ya que un descubrimiento refuta al anterior, de modo que el toreo y por tanto el arte tienen un valor que persiste y permanece, mientras que la ciencia es más fluida y menos permanente Seguramente, la democracia sea el mejor sistema político, pero hasta la democracia se corrompería si no contemplase la importancia de todas aquellas personas que se interesan por el cultivo del arte, la importancia de un pueblo que se interesa por el toreo.

El Minotauro

Los dos protagonistas de la fiesta, hombre y toro, se funden en el minotauro, en sus sufrimientos y en su magnífico poder. Picasso dió al toro y al Minotauro un protagonismo muy principal en el arte moderno.

El Minotauro está dotado de una personalidad inhumana, despierta admiración, fascinación y también miedo, haciendo así las delicias del artista, del pintor, del poeta…, del torero.

En la mitología griega el Minotauro era un monstruo con cabeza de toro y cuerpo  de hombre. Hijo de Pasifae, reina de Creta y de un toro blanco que el dios Poseidón había enviado al rey Minos, esposo de Pasifae.

Minos debía sacrificar al toro en honor de Poseidón, pero el animal era tan bello que se negó a sacrificarlo, Poseidón se vengó haciendo que Pasifae se enamorara del toro; ésta, ayudada por Dédalo, consiguió tener relaciones con el animal y quedar embarazada.

Después de dar a luz al Minotauro, Minos ordenó a Dédalo que construyera un laberinto tan intrincado que fuera imposible salir de él. Allí fue encerrado el Minotauro al que alimentaban con jóvenes víctimas humanas que Minos exigía como tributo de Atenas (14 jóvenes atenienses 7 doncellas y 7 efebos).

El héroe griego Teseo se mostró dispuesto a acabar con esos sacrificios inútiles y se ofreció a sí mismo como una de las víctimas. Cuando Teseo llegó a Creta, Ariadna, hija de Minos, cayó perdidamente enamorada del héroe, y le ayudó a salir del laberinto dándole un ovillo de hilo para dejar el rastro e indicar la salida a Teseo. Cuando éste se encontró con el Minotauro, acabó con su vida y pudo salir del laberinto gracias al ovillo de Ariadna.

Hablar del Minotauro es hablar de Picasso, es hablar de tauromaquia, y es hablar de grabado. Entre aguafuertes y estampas, entre tintas y tórculos Picasso va plasmando el arte y la mitología.

Picasso pintor y artista, se confunde con el Minotauro se transforma, se identifica, y finalmente lo interpreta de forma plástica, dándole una nueva dimensión y haciéndole capaz de transmitir ternura, erotismo, poesía, así nos lo describe Borges cuando pone boca de Teseo “Lo creerás Ariadna, el Minotauro apenas se defendió”.

No es difícil rescatar la dimensión erótica del mito, quizá fue Picasso quien la descubrió y tras él un montón de obras han tratado de retomar de esta figura mitológica la imagen de su fuerza física íntimamente mezclada con la imagen de su erotismo.

Es fácil mostrar en nuestros días un Minotauro a menudo ingenuo, otras veces tierno o maduro, conocedor y dueño de su propio poder como el toro lo es del suyo. Otras veces la figura mitológica aparece como decepcionado, desilusionado, descreído, cansado de su estado híbrido, deseando poder elegir entre su humanidad o su monstruosidad y sin embargo resignado a su aspecto mitad bruto mitad hombre.

Arte y mitología siempre han estado interrelacionados e interconectados. El arte es algo que siempre está vivo y que reinventa su actualidad continuamente; así vemos a menudo que las vanguardias siempre tienden a aproximarse a la mitología, relatando el mito de una forma actualizada. El mito se ve y se interpreta, se lee desde el punto de vista del artista como el propio yo en el Minotauro y en las distintas acciones y partes que el pintor ve. Paulatinamente el Minotauro va perdiendo dramatismo a la luz de la razón, va sedimentando su simbolismo dejando entrever una carga conceptual mucho más sutil, más amable y, sin duda, más enigmática.

Siempre ha existido una tendencia a aproximar la mitología a la actualidad, así se actualiza el mito del Minotauro en otro mito mayor aún: el Pasmo de Triana.

Juan Belmonte

Juan revoluciona el arte del arte, revoluciona el toreo, le da valor y significación a cada terreno, descarta el poderío físico y apuesta por el poderío mental, por la despaciosidad, por la cercanía de los dos protagonistas, toro y torero, por el temple. Manolete supo aprovechar las lecciones belmontinas, consiguiendo la quietud total que perseguía y prodigaba el trianero.

Belmonte cambia la imagen tradicional del torero, se constituye en referencia obligada, en punto de inflexión, concibe el toreo de forma novedosa y lo va inculcando en todo un pueblo, en toda una afición.

Para ser el maestro de maestros, artista supremo, no hace falta ser alto, ni guapo, ni poderoso, no hay que ser el dios Adonis, tan solo hace falta nacer en Sevilla, en una humilde familia, hijo de un quincallero, ser un niño enclenque, feo, desgarbado, quedar huérfano de madre a temprana edad, no ir a la escuela, Belmonte gastó tan solo dos años en la escuela, no dejó travesura sin hacer, pero luego no dejó libro sin leer.

Ya adolescente, Juan se convierte en un maestro de la vagancia, de la grosería y la incivilidad, se hace libertino y disoluto, se hace torerillo, y su más alta y honesta inquietud es restaurar la tauromaquia de Antonio Montes, a quien por supuesto, no conocía ni había visto torear nunca. Eran los tiempos del toreo al amparo de la noche a la luz de la luna, el toreo furtivo en Tablada evitando mayorales y burlando a la ley.

Tras muchos esfuerzos y maquinaciones, consigue torear en la Maestranza, era una novillada y le devolvieron los dos novillos al corral. Todo estaba urdido para abandonar la carrera de torero, pero Juan llevaba dentro de sí algo que le hizo seguir, una mezcla de valor temerario y de falta de respeto a la vida, que le llenó de cornadas y fue forjando su concepción del toreo.

Belmonte no concedía ningún terreno al toro ni al torero, basaba todo en el valor y en el arte, esto le llenó de atracción hacia el público que llenaba las plazas para verle, tal vez morir, sobre el albero.

En la época de Juan Belmonte despuntó en el toreo un niño prodigio, José Gómez, Joselito el Gallo, hombre lleno de magnetismo, poderío y perfección. A pesar de ser toreos antagónicos, surgió entre Juan y José una rivalidad épica que dividió a la afición en gallistas y belmontistas, la cual no impidió que los toreros se hiciesen grandes amigos y se admirasen mutuamente.

Cuando muere Gallito en Talavera, esa fue la más grande cornada que le dieron jamás a Juan, hasta el punto que se retiró por dos veces, practicó el rejoneo, tuvo cortijo, ganado y millones y sobre todo, intensificó la relación que había establecido con los grandes de la generación del 98, hasta el punto de ser un integrante más de esta generación, aunque su expresión artística no fueron las letras sino el toreo.

Contó Juan con el apoyo de Valle Inclán, Romero de Torres, Zuloaga o Pérez de Ayala, y convirtió en taurófilos a toda una generación de intelectuales, que no se consideraban especialmente taurinos.

Juan Belmonte, se encuentra con el toro, a solas, ansía ese momento y lo teme profundamente, se abstrae en su creación y mientras, todos los espectadores, a quienes les emociona esa creación, torean ese toro al mismo tiempo, imaginando lances y quiebros que apenas tienen que ver con los del torero, pero se rinde ante la originalidad del maestro que con su muleta va perfilando una obra de arte que ha de pervivir en la mente del aficionado y en la propia.

Si Belmonte es el torero del 98, Ignacio Sánchez Mejías, novelista, poeta, presidente del Betis y actor de cine, es el torero de la generación del 27, murió tras una cornada en Manzanares y Alberti, Miguel Hernández y otros poetas glosaron su memoria, pero fue García Lorca quien lo consagró para siempre, hasta el punto que su obra Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías eclipsó el recuerdo del propio torero.

Dramaturgo, poeta, músico y dibujante, Lorca se convierte en uno de los artistas supremos del siglo XX. El tema taurino es frecuente en la poesía de Lorca, para quien la historia del arte de lidiar toros y su simbolismo son parte del alma española.

A las cinco de la tarde, la plaza de toros se viste de una belleza impar, el color se hace protagonista, el movimiento nervioso del público en sus localidades, el sol y la sombra, van poniendo el marco idóneo al enfrentamiento de un hombre ante un toro bravo y a través del valor y la técnica que se imponen a la fuerza desmedida va surgiendo el arte, la obra maestra que pervive en la mente de quien lo ve, lo entiende y lo admira.

La pintura, el teatro, la literatura, la escultura, la fotografía, la antropología, la psicología, la ciencia, la economía, la medicina, la veterinaria, la ecología, la sociología, el periodismo, la arquitectura, la música ¿que profesión o arte se inhibe de la tauromaquia, cual de ellas no se acerca a los toros con veneración, tolerancia y respeto?

©Luis Alberto Calvo /Instituto Tecnológico Agrario de Castilla y León

►La versión original puede consultarse en la dirección electrónica: http://www.cetnotorolidia.es/

►El Centro Etnográfico del Toro de Lidia forma parte del Instituto Tecnológico Agrario de Castilla y León (ITACyL), instituido por la Junta de Castilla y León.

El autor

Luis Alberto Calvo

Nacido en Valladolid en 1963. Licenciado por León y Doctor en Veterinaria por la Universidad Complutense de Madrid. Académico de Número de la Academia de Ciencias Veterinarias de Castilla y León y Correspondiente de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Valladolid. Presidente del ICOV Valladolid desde 2008 y Secretario de 2002 a 2008. Vicepresidente del Consejo de Colegios Veterinarios de Castilla y León.

Entre otras publicaciones, es autor del libro Escuela Gráfica de Toros en el que, con claridad y profundidad de conocimientos, técnica y arte que caracterizan al autor, ha concebido una obra con gran interés didáctico, que aporta unos conocimientos muy atractivos para de sumo interés para profesionales y aficionados, para poder comprender, entender y valorar mejor la fiesta brava en general y, en particular su gran protagonista: el toro bravo.

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Taurología

Taurología

Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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