¿Es el empresario innovador y creativo que iba a llevar la Fiesta al siglo XXI, o en realidad no es más que el “caballo de Troya” para que el lobby mexicano asalte las cosas del toro en España? Es el inmenso dilema que tiene encima de la mesa Simón Casas, un dilema que se agudiza con la crisis profunda que los toreros que administra la llamada Fusión Internacional ha creado en Sevilla.
Sin ir más lejos, su aporte de creatividad ha quedado en evidencia, por ejemplo, con los carteles que ha confeccionado para la feria de Fallas: innovación 0, son idénticos, como dos gotas de agua, a los que cualquier otro empresario podría haber montado. Y es que su discurso, siempre muy ardoroso, va por un camino y sus hechos por otro.
Tiene Simón Casas ideas ocurrentes cuando habla, incluso muy compartibles en la teoría; sin embargo, a la hora de desarrollar su gestión taurina la lleva por los cauces más que convencionales. Mientras estuvo ligado a la gestión de la plaza de Madrid trajo, por ejemplo, la novedad de la carpa cultural, que además de un buen dinero en gastos poco aportó a la gestión, esa sí, propiamente cultural que desarrolla el Centro de Asuntos Taurinos de la comunidad.
Ahora, desligado societariamente de Taurodelta, aporta como novedad la traída y llevada Fusión, cuyo objetivo lo marcaba en términos tan rotundos como éstos: “Vamos a intentar modernizar la Tauromaquia y concienciar a las instituciones”. Para tan noble objetivo confesaba entonces: “Con Alberto Bailleres no hemos hablado de negocio, hemos hablado de nuestra pasión. Solo se trata de amor por el arte del toreo para que siga existiendo la Fiesta”.
Pero aunque no hablaran de “negocio” sino sólo de su “amor por el arte del toreo”, los datos que se van conociendo le dan a esta Fusión un contenido prioritariamente económico; es de toda lógica: varias empresas no se fusionan si no es para alcanzar unos rendimientos determinados. Y como muestra un dato que aporta Zabala de la Serna en “El Mundo” y que nadie ha desmentido: al suscribir la tal Fusión Casas le traspasaba al Grupo Bailleres la nada despreciable cifra de dos millones de euros en pagarés, para liquidar las cuentas que tenía pendientes de abonar a los participantes en sus últimas ferias.
No hay ningún elemento objetivo como para negarles su derecho, o su aspiración, a tener como objetivo último “que la Fiesta siga existiendo”. Lo que ocurre es que hay modos y modos de garantizar ese futuro, como hay muchos tipos distintos de salvadores de la Fiesta. Desde luego si es por la vía de aspirar a ese especie de monopolio creciente que Bailleres tiene ya en México –ahora se dice que quiere hacerse con el control de la Monumental “México”, tras el fracaso de Rafael Herrerías–, hay salvaciones que en realidad le ponen a la Fiesta la soga al cuello.
Desde el mayor candor podría darse por bueno que el nuevo grupo que, con Casas como activo portavoz, lidera Bailleres en Europa es completamente ajeno a lo que está ocurriendo en estos días con la organización de la temporada en la Maestranza sevillana. Los datos, sin embargo, ayudan poco a que tales buenos propósitos sean creibles. Cuando la mayor figura de ese Grupo, que se llama Morante de la Puebla, le dice al alcalde de Sevilla que tales cosas no pasarían y todo se solucionaba si la empresa que gestionara la Maestranza no fuera la que forman Canorea y Valencia, ¿cómo hay que interpretar tales palabras? Su literalidad no puede ser más expresiva y clara, viniendo de quien vienen. Tan es así, que los Bailleres han tenido que salir a desmentir que ellos tengan ninguna pretensión al respecto.
Quiere todo ello decir que sin necesidad de abdicar de sus principios de renovación y actualización de la Fiesta, Simón Casas –en menor medida, José Cutiño– ha puesto en bandeja al Grupo de Bailleres una posición de control, que condiciona grandemente el desarrollo de la temporada en España.
Sin acudir a concurso público alguno, la Casa Bailleres se ha encontrado de pronto con la importante cartera comercial de ser el socio mayoritario y de control en las empresas que gestionan más de una docena de plazas, la mayoría de muy buen nivel, y con más de 100 corridas de toros en la temporada, con todo lo que eso supone.
Incluso tratándose de acuerdos desconocidos por completo, cuando rayan lo que es en la práctica una “posición de dominio” en el Sector, que a esa Fusión se haya llegado mediante acuerdos mercantiles entre Sociedades constituye una fórmula completamente lícita, si las autoridades de la Competencia no dicen nada en su contra, que por ahora no lo han hecho.
No puede olvidarse, sin embargo, que a ese resultado final lo habitual es que se llegue por el camino de la constitución de una nueva Sociedad mercantil o de un holding, cuya naturaleza y composición son de dominio público. Lo que carece de fundamento, lo que en realidad sería eso que se denomina fraude de ley es que una entidad de esta dimensión y potencia no tuviera más fundamento que un acuerdo entre amigos. Pero hay que pensar que un Grupo de las características del que lidera Alberto Bailleres no se prestaría este tipo de chapuzas.
Por eso, si toda la operación se hubiera contado bien, con menos ”brindis al sol” y más documentación sobre los acuerdos intersocietarios, hoy no tendríamos las dudas de si en toda esta operación Casas está como el socio que aporta imaginación y plazas, o más sencillamente se ha prestado a ser el “caballo de Troya” para que Bailleres desembarcara en el mercado europeos a bajo coste y sin encontrar mayor obstáculo.
Es lo que el empresario francés, al que no hay por qué negarle méritos, tendrá que definir en el futuro; lo que tiene pendiente de elegir: si su papel es el de socio minoritario de una empresa multinacional en la que manda quien controla el capital y por tanto da públicamente la cara, o el “caballo de Troya” para que disimular y facilitar –como dicen los financieros, “fuera de mercado”– el desembarco de un imperio, que si se atuviera a las normas vigentes en España lo habría tenido muchísimo más difícil y complicado.
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