El desgarrado grito de profunda decepción de Scarlett O´Hara en «Lo que el viento se llevó»

por | 2 Jun 2013 | La opinión

 

 

 

Cuando hay que valorar lo que ha sido la feria de San Isidro 2013, viene inmediatamente a la cabeza –y no por el título, por más que sea es el reflejo fiel de lo que ha ocurrido en Las Ventas– aquella escena grandiosa de “Lo que el viento se llevó”, cuando Scarlett O´Hara, la protagonista, en un marco escénico imponente pronuncia su tremendo discurso: “Aunque tenga que matar, engañar o robar, a Dios pongo por testigo de que jamás volveré a pasar hambre". Tal como se lee en la novela, más matizada ambientalmente que la propia película, era un grito de desesperación, pero sobre todo la condensación de una profunda desesperanza, un verdadero paradigma de la decepción plena.

Pero aquel estado emocional tan desgarrado no traía causa de hechos episódicos, por llamativos que fueran. Si refrescamos la memoria, la mujer de “Tara” cuando se lamentaba tan crudamente lo basaba todo en esas tres o cuatro cosas que son fundamentales en la vida, más allá de hechos concretos y pasados.

Hoy, al mirar hacia atrás desde el final de esta feria, nace naturalmente un parecido grito de decepción a la hora de valorar la experiencia de lo visto, y sobre todo de lo no visto, en Las Ventas en estas largas 24 tardes de toros, a las que todavía le quedan eso que denominan la feria del Arte y la Cultura, cuando lo programado no es ni lo uno, ni lo otro: Beneficencia al margen, son carteles propios del mes de agosto metidos en un abono que, al menos, es voluntario adquirir.

¿Cómo no va inundar la desesperanza una vez visto el plantel ganadero que ha salido por la puerta de toriles?  Más de la mitad de lo lidiado viene del monoencaste  que casi en exclusiva domina hoy en las dehesas. Los originarios, los que han sido y siguen siendo la simiente de todos los demás, han dado casi siempre un petardazo de aúpa. Pero es que de todas las malas y numerosas copias que se han visto, tan sólo una se salvó: la de Victoriano del Rio.

Cuando al releer los carteles de las ferias que quedan por venir y se observa que se vuelve a repetir la misma insistencia en estas ganaderías, ¿qué margen dejan para seguir creyendo en el toro bravo y en su plena  integridad?

La crisis, desde luego, habrá creado muchísimos problemas económicos a los ganaderos, a los antiguos y a los sobrevenidos. Cuesta un mundo darle salida a todo el género en stock. Pero la verdadera crisis, la que ha quedado palmariamente clara en el ruedo de Las Ventas, esa que hipoteca el futuro de la propia Fiesta, no es la del dinero, es la del poder y la casta, la de la bravura y la raza, la de la monótona vulgaridad frente a la diferenciación de los encastes verdaderos, la del respeto debido a ese animal singular que es el toro de lidia. Basta con remitirse a las pruebas; cuando el ruedo salió el toro íntegro –caso de la corrida de Adolfo Martín o de Cuadri– ni un alma se aburrió. Sencillamente, aquello era otra cosa.

Pero la desesperanza ya se eleva al cubo al comprobar, además, que pese a esta realidad, los taurinos –comenzando por las figuras que mandan en el escalafón–  prefieren mirar hacia otro lado. Y lo confiesan impúdicamente cuando dicen: “Este toro no sirve para Madrid, en otras plazas habría servido”. Se equivocan de medio a medio, y si persisten en el error acabarán echando al personal de los tendidos.  Que en otras plazas menores haya un mayor margen de tolerancia no puede ser ni siquiera un consuelo: es querer engañarse. Cuando a la Fiesta de toros se le quitan sus elementos fundamentales, partiendo de la emoción y el riesgo, acaba haciendo daño siempre, con independencia de donde se escenifique.

A lo mejor para autoconvencerse, los taurinos en todas sus variantes repiten mecánicamente eso de que “hoy se torea mejor que nunca”. En el fondo, es tanto como una falta de respeto a la Historia, que está escrita y es concluyente.

Conviene aclarar que este tópico tan manoseado nace de una mala utilización de las palabras, si es que no toma origen en algo más grave. Es posible, incluso es seguro, que hoy, con el toro que sale habitualmente, se “toree más bonito que nunca”. Pero bonito no es sinónimo de bueno. Bueno era, fuera más o menos “bonito”, el magisterio que Domingo Ortega tenía para dominar a todos los toros. Esa era y sigue siendo la verdadera raíz del toreo y de la lidia, la que no se ve hoy, pero que es la esencia de la Fiesta.

Pues bien, en Madrid se ha vivido un ejemplo evidente, que era por lo demás repetición del de Sevilla: cuando Talavante se encierra con los seis victorinos, como antes le ocurrió a Manzanares con el que eligió para la Maestranza,  la única realidad es que ni uno ni otro pudo con semejante aventura. En cuanto se les ha sacado de sus ganaderías de siempre, naufragaron. Aún teniendo muy en cuenta que ni en la Las Ventas ni en Sevilla los victorinos de turno tuvieron precisamente su mejor tarde, la realidad es que los toreros se quedaron muy lejos de vencer airosamente la dificultad. Más: fueron la viva imagen de la impotencia ante la dificultad. Necesitan  otro toro, su toro, sin el que nada es igual.

Sin embargo, cuando, a tenor de la dichosa frase de los taurinos, no se debía “torear mejor que nunca”, es decir: mejor que hoy –premisa falsa donde las haya–, Antonio Ordoñez en su pleno apogeo venía a Madrid con lo del Conde de la Corte o lo de Pablo Romero. Y además, les podía y triunfaba. Es más, las pedía para verse las caras con ese torero joven que estuviera de moda: allí estaba esperándole, que el rondeño tenía su orgullo. Repásense las hemerotecas, que esas si que no engañan.

Es comprensible que el torero busque eso que denominan “una corrida de garantías”, por más que la mayoría de las veces luego sea un fiasco. Cuando se aspira a estar en todas las plazas desde marzo hasta octubre, tiene su lógica y sentido que dosifiquen los esfuerzos. Por eso, no se trata de pedir que se apunten a matar las camadas enteras de las ganaderías que no son las de todos los días. Eso es una tontería. Hay que admitir que, tal como está la Fiesta hoy, seleccionen y gradúen sus gestos. Lo que no se le puede aceptar a quien quiere ser un mandamás en esto del toreo es que luego no tenga capacidad ni oficio para resolver de forma positiva estos otros retos por más que se los programen con cuenta gotas. Ahí es donde de verdad dan la medida de la certeza o la falsedad de ese “hoy se torea mejor que nunca”.

Esta realidad, que no es ningún sueño, deja en muy segundo lugar plantearse esa moda del ranking de los triunfadores. A efectos del futuro de la Fiesta, si lo fundamental falla, ¿qué importancia tiene lo que no deja de ser meramente episódico?. Y mucho más desde que los grandes conglomerados empresariales ya tiene decidido antes de la primavera cuántas tarde se va a ajustar con uno y con otro; fórmula a partir de la cual un triunfo en Sevilla o en Madrid ha dejado en la práctica de tener una repercusión apreciable –desde luego, nada que ver con lo que ocurría hace dos décadas– en la cartera de contratos.

Con todo, si se trata de poner nombres, al final aparece Iván Fandiño, que se fajó con un encastado toro de Parladé: aquello fue auténtico. Se va a cantar mucho las dos orejas de Talavante; pero la balanza se desequilibra si en el otro platillo se coloca  la tarde de los victorinos,  No ha pasado de vulgar y hasta ramplón Manzanares. Morante se ha ido en blanco, a la espera de la Beneficencia. Otro tanto le ha ocurrido a Castella, a El Cid –que al menos sí cuajó un toro–, o a Daniel Luque, entre otros. En su papel han estado los “heroicos”, entre los que la primera fila le corresponde a Antonio Ferrera y a Javier Castaño. Sin trascendencia alguna la serie de nuevos confirmantes, aunque hayan tenido momentos prometedores: ninguno ha roto de manera rotunda como necesitaban.

Aconsejaba un viejo maestro del periodismo que una crónica o una crítica y, en general, cualquier espacio de opinión, no debía concluirse dejando al lector colgado de un negro borrón como toda conclusión, que era bueno abrirle un camino en el que, más o menos lejanamente, vislumbrara que hay una esperanza. Esa esperanza que permitía a Scarlett O´Hara soñar con el amor de su vida, cuando todo se le había puesto a la contra.  En el caso de estas 24 tardes de Madrid, y aunque no se sabe por cuanto tiempo se mantendrá, la esperanza radica en la mejor respuesta que el público ha tenido ante las taquillas, a diferencia de lo ocurrido en otras muchas plazas. Que haya estado siempre en al menos los dos tercios del aforo, hoy en día es todo un lujo a preservar de los embates de las crisis que nos azotan.

Precisamente por eso resulta tan importantes que ganaderos, empresarios y toreros tomen conciencia del momento que vivimos, que no es fácil, pero en el que aún se está a tiempo de enderezar el rumbo. Fiarlo todo a eso de que ya llegaran tiempos mejores, no deja de ser una falacia. Los tiempos mejores hay que construirlos hoy.

En esa misma órbita hay que engarzar la responsabilidad de la propiedad de Las Ventas, para hacer de ella un recinto habitable, en el que además se esté a salvo de las dificultades añadidas, comenzando por la climatología. Cubrir Las Ventas hoy no es en primer término una oportunidad de nuevos negocios; es primariamente una necesidad vital para la Fiesta, para que el Arte del toreo se pueda realizar en unas condiciones adecuadas y para que el espectador, que además paga un dineral, no tenga que soportar cada día en sus espaldas las rodillas de quien se sienta detrás y el azote del viento y el frío, para al final irse a casa sumido en el muermo del aburrimiento. Acabará por no volver.

Nos encontramos de nuevo en la misma tesitura que se citaba al comienzo. Y es que si hoy aquella espectacular Scarlett O´Hara hubiera sido abonada de Las Ventas, se abría subido a lo alto del tendido, para proclamar a los cuatro vientos su grito de decepción y de desesperanza. Ni ella ni nadie en su sano juicio va hoy a “matar, engañar o robar” por no volver a pasar tanta hambre taurina como la que se ha sufrido en este mes. Sencillamente, se quedará en su casa. Soñadores irreductibles quedan muchos menos de los que parece. 

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Taurología

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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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