Y ahora, a esperar lo que el alcalde proponga para el gran cambio en la gestión. Es de suponer que no será ya, sino que primero habrá que cerrar las cuentas, auditarlas, estudiar jurídicamente el caso, negociar con la Casa de Misericordia –su socios al 50%– y todo el proceso administrativo, que la Oposición municipal no dará facilidades, como ya fue dejando claro en distintas instancias.
En unos días, la gerencia de la plaza informará, como otros años, de la evolución que ha tenido la venta de abonos y entradas. A ojo de buen cubero, se habrá subido unos puntos porcentuales sobre el año anterior, básicamente por el tirón de los tres carteles fuertes. Pero, desde luego, no se ha dado un vuelco como para alejar a Vista Alegre de la zona de riesgo.
Pero a la espera de los datos estadístico, hasta la fecha de aquel plan que anunció el concejal Barkala –creación de grupo de trabajo mixto de Ayuntamiento- y Junta Administrativa para preparar actividades alternativas y complementarias–, se ha sabido bastante poco. Lo único relevante: bajar el 11% correspondiente al IVA nuevo, que no es poco en esta materia, a tenor de lo que han hecho otros organizadores.
Por tanto, la reforma es un libro en blanco, que habrá que comenzar a escribir, para colocar de nuevo a la Tauromaquia como uno de los ejes fundamentales de las fiestas de Bilbao y para que la Plaza de Toros permita otros rendimientos sociales.
¿Hay sitio hoy para el “toro de Bilbao”?
Uno de esos elementos esenciales radica en hacerse mirar si eso del “toro de Bilbao” es un concepto que sigue o no vigente. En el pasado lo fue, sin duda; pero se lleva una docena de años en los que raya con la nostalgia: algo que se cuentan a diario los unos a los otros, pero que luego no se ve.
En este 2017 parece claro que se ha bajado un escalón. No en peso, que salvo las corrida de Miura –que se disparó por encima de los 600 kilos–, las diferencias no han sido tantas con respecto al año anterior. Ni necesariamente en la edad, que este año se ha reducido: solo 6 cinqueños de 48 toros; pero es que el componente de la edad no era nada intrínseco al “toro de Bilbao”.
¿En qué se ha bajado? En la conformación morfológica; por entendernos, lo que se lidió en las pasadas Corridas Generales pudo servir para otras muchas plazas de primera, no necesariamente representaban “la cabeza de la camada” de las distintas ganaderías, que era lo consustancial a la tradición bilbaína.
El que tenga ojos para ver, sabe que en 2017 en esta materia se han bajado varios escalones. Pero es que también se había hecho en años anteriores con la gestión actual.
Sin embargo, si se quiere abordar la cuestión con un punto de objetividad, no es menos cierto que el aprecio por ese toro tan especial, en lo que más enteros ha bajado ha sido en el aprecio de los aficionados y sobre todo de los espectadores. Hace 50 años la corrida de Miura puso casi el “No hay billetes” con un cartel que formaban Andrés Vázquez, Efraín Girón y Manuel Amador; este ultimo domingo feriados, con tres jóvenes promesas y un señor corridón en los chiqueros, la entrada se ha movida en torno al tercio del aforo.
Resulta innegable que en los años que vivimos quienes llevan gente a la plaza son las figuras muy figuras. La experiencia de 2017 no puede resultar más incontestable: ni siquiera tuvo tirón la corrida del lunes, en el homenaje a Iván Fandiño, con las entradas un 30 por ciento por debajo de su precio y con una promoción como rara vez se había hecho. Como la terna no estaba en la primera línea del escalafón, ni se alcanzó la media plaza, cuando la aspiración lógica de la Comisión era llenar los tendidos: quedó lejísimo de cumplir tal objetivo.
La sobredimensión de los toreros, o la debilidad de la Empresa
Carteles más fuertes y otros más apañados los hubo siempre. No caben añoranzas en esto, entre otras cosas porque la Fiesta siempre fue así. Y no sólo por compensar los menos ingresos de unos días con los mayores de otros. Es, simplemente, porque en el escalafón unos poquitos han mandado y mandan, pero los demás cada cual juega su papel.
El punto de equilibrio que históricamente se alcanzó en Bilbao radicaba en una combinación adecuada de todos los factores: no todas las corridas de las llamadas “con garantías” se les quedaban en exclusiva las figuras, sino que también participaban en aquellas otras menos agradables. Más: en muchas ocasiones los carteles domingueros, que siempre tuvieron entradas más flojas, reajustaban su presupuesto no tanto en razón de la ganadería, sino de la previsión de público.
[Un breve paréntesis: Si se repasan las hemerotecas, en Bilbao siempre hubo sus temores a los fines de semana. Costaba un mundo que el personal dejara –o que no se volviera, según los casos– las playas de Castro o de Laredo, tan próximas. Por eso de lunes a viernes el ambiente era uno, que luego cambiaba en las cercanías de los domingos. Es toda una historia social que puede contarse hasta con nombres y apellidos.]
Retomando el hilo del relato, sin remontarnos demasiado, en los años 60 y 70 se conseguía ese equilibrio de toros, toreros y afición. Más que probablemente la causa era doble: las figuras de entones no se aferraban a la exclusividad de unas pocas ganaderías y quienes hacían de Empresa tenían la fuerza enorme en este planeta para poder convencerles. Sin ir más lejos, así ocurría en los años de don Pablo Martínez Elizondo y de Manolo Chopera.
Pero hay que reconocer que desde el siglo XIX a la era de Pepe Luís y a la de Ordoñez, los toreros tenían otra mentalidad, otra disposición. Naturalmente que todos preferían unas ganaderías a otras, pero también sabían que llegado Sevilla, Madrid o Bilbao había que dar un paso al frente. A nadie le extraña por eso que Pepe Luís siga teniendo el record de corridas de Miura matadas en la Real Maestranza.
Todo eso ha pasado a ser historia. La realidad actual dista mucho de aquella otra. Y hoy por una corrida de más o menos de Victoriano del Río, por ejemplo, una figura es capaz de hasta quedarse fuera de una feria relevante.
Nada de esa nueva política de gestión parece que goce hoy de muchos partidarios entre los profesionales. Los propios empresarios no se han cansado de pedir a los toreros que arrimen el hombro en la crisis, reajustando sus pretensiones. Por el momento no lo han conseguido.
Quiere todo ello decir que a los futuros gestores de Vista Alegre, a los que sean tras el cambio, se le podrán pedir muchas cosas, pero dentro de unas determinadas dimensiones. Los condicionantes actuales del toreo también les afectará a ellos.
El factor de la proximidad
Con resultar todo lo que antecede de bastante importancia, cabe entender que hay un factor que puede ser hasta más crucial. Se trata de la proximidad de los gestores con los aficionados y en general con la sociedad bilbaína.
Dejando a un lado lo que constituye un elemento diferenciador con las anteriores etapas, cuando hay que moverse en una sociedad destauronizada, la proximidad cobra un nuevo valor. Y la proximidad no configura una especie de régimen asambleario, en el que todo se somete a votación, material o figurada; lo que genera es un mayor sentido de la participación, un sentirse implicado en una tarea común.
Parece que, menos para los propios gestores, hoy que no son pocos los que perciben el sentimiento bastante común de no sentirse bienvenidos a ese empeño. Cuando toda sugerencia se las toman por crítica, cuando la transparencia las sustituyen por la opacidad, cuando, en fin, se mueven en un mundo aleatoriamente divido entre buenos y malos, sencillamente es porque han perdido el norte. Recuperarlo será la gran misión del cambio. Cambiar personas para no cambiar ni el sistema ni las actitudes, constituye una esfuerzo inútil.
Y proximidad significa también que la información circule. Fiarlo todo a cuatro mensajes en las redes sociales, por más de moda que estén, no garantiza nada. No digo yo que haya que convertirse en un hablador sin freno ni marcha atrás, al estilo Casas; pero los teléfonos están para funcionar, las tertulias para asistir a ellas, las actividades fuera de temporada para apoyarlas… Hay muchas formas, cada día más, de hacerse presente, de participar.
Pero no cabe olvidar, porque tiene mucha importancia, que los gestores que tomen las riendas de futuro en Vista Alegre también deberán replantearse, y muy a fondo, la política de precios. Es otro factor en aras de la proximidad, aunque también lo sea de puro realismo: los actuales precios están fuera del alcance de demasiada gente. Que en las pasadas Corridas Generales haya ha habido tanto asiento vacío en tendidos que siempre fueron emblemáticos en Vista Alegre, como el 1 y el 2, resulta un buen exponente de esta realidad.
Con tranquilidad, pero sin pausa
Poner todo patas arriba por ponerlo, carece de todo sentido. Lo relevante es saber a dónde se quiere llegar y tener claro los caminos. La revolución por la revolución puede formar mucho ruido, pero no garantiza resultados. Y nada digamos de cualquier sentimiento de revanchismo, más o menos velado. El “ahora se van a enterar éstos…” constituye la mayor tontería que puede cometerse en la hora del cambio. En los toros y fuera de ellos.
Por eso ahora entramos en una etapa en la que el que debe irse pacíficamente de un sillón no se pegue a él como una lapa; pero también para que nadie se sienta agraviado por cuestiones de pasado. Así se hizo posible en Vista Alegre la revolución de los años 50, cuando empujaban los cuentas en números rojos. Se cambió radicalmente de modelo, pero eso con el señorío propio de Bilbao, incluidos banquetes de homenaje a los salientes.
Hoy, cuando por la nueva sociedad en la que vivimos la Junta Administrativa ha perdido en gran medida aquel sentido elitista del pasado, sólo la falta de ideas, de sensatez podría decirse, de los políticos puede acabar por descarrilar la situación.
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