De esto de toros todo el mundo cree que entiende. Sobre todo, hay muchísimos sujetos que se consideran capaces de confeccionar el mejor cartel de cualquier feria; un cartel como para ganar treinta mil duros todas las tardes. Sin embargo, existen poquísimos buenos empresarios taurinos. Son éstos misterios que tiene la fiesta. ¿Por qué no hay una novela de toros digna y que refleje fielmente su mundo y sus pasiones? Pues nada; todavía está el campo inédito para los escritores que se sientan con agallas. Hasta ahora, todos los intentos se malograron. Pues igual que ocurre con la literatura sucede con esto de los empresarios. ¿Por qué no ha surgido el hombre de negocios con visión genial, que, provisto de capital suficiente y asesoramientos capaces, se lance a la explotación en grande del negocio taurino? Hasta ahora, el único que ha intentado algo, dentro de la modestia de sus medios, es Eduardo Pagés.
Eduardo Pagés llegó a empresario por un buen camino: por el de la afición. Desde muchacho se ocupó de cosas de toros, y, con el seudónimo de Don Verdades, escribió revistas y publicó un semanario titulado El Miura. Por lo tanto, ahora Eduardo Pagés sabe lo que se trae entre manos.
Eduardo Pagés es figura preeminente en e! planeta de los toros. En este mundo, donde tanto abunda la picaresca, resalta la formalidad de Pagés. Pagés es todo un hombre de negocios sin el empaque, la cursilería y la pedantería insufribles que generalmente poseen para su uso particular los hombres de negocios. Pagés es un hombre muy trabajador que da la sensación que no hace nada en todo el día.
Pagés, además, es un hombre que tiene cosas. Una varita mágica para que no llueva. Una sortija con un grueso brillante montado en platino, que no se pone más que los días de corrida organizada por él, un secretario un tanto alocado que, por lo visto, es mascota. Y así, con todas estas cosas y contratando a los mejores toreros con los mejores toros, pues el hombre gana algún dinero, que bastantes le envidian y por eso nada más le muerden.
Como, gracias a Dios, entre mis muchos pecados no entra el de la envidia, puedo hablar de Eduardo Pagés con toda libertad, porque hasta ahora no me he dedicado a apoderar toreros ni le he pedido una entrada, y, por tanto, le enjuicio, con simpatía, desde luego, pero con imparcialidad y objetividad.
Muchos torerillos creen de buena fe que si Pagés quisiera en una tarde les hacia millonarios. Y razonan:
–Hay que ver qué tío; no da toros más que a Ortega y Manolete. Y uno aquí, sentado en el café. Y yo mando más que Ortega y me paro más que Manolete; pero, claro, como no soy amigo de Pagés…
Y otro apostilla:
–¡Qué sabe Pagés de toros si es un chalao! ¡Ese es el que tiene la culpa de cómo está el toreo!
No es mi intención hablar hoy de Eduardo Pagés, empresario taurino; tiempo habrá de ello. Hoy brindamos a esos torerillos quejosos del desvío de Pagés un medio de sacarle sin grandes dificultades una corridilla, adonde sea, a lo mejor, en la mismísima feria de abril sevillana. El medio es sencillo. En lugar de llegar al café dé turno, donde se refugia antes de comer Pagés, siempre huyendo de importunos, y hablarle de toros y ensalzar su labor como empresario y sus dotes de aficionado, decirle de pronto:
—Don Eduardo, me han dicho que tiene usted escritos cuatro dramas en verso. A mí me gustan mucho los dramas, y más si están en verso. ¿Me quiere usted leer uno?
Ya veréis cómo se le alegran los ojillos, cómo sonríe picarescamente y cómo, si tenéis la suerte de que os lo lea, al final está dispuesto a daros no una, sino tres o cuatro corridas en sus diferentes plazas.
Porque Eduardo Pagés es poeta y autor dramático. Veníamos este año de los sanfermines de Pamplona, y en el pasillo del vagón del tren Pagés me fué recitando poesías suyas, todas inéditas, poesías románticas, de un lirismo tierno y suave. Siento mucho no recordar alguna para demostrar que no exagero, adulo ni ironizo, Pero no por esto van ustedes a quedarse sin conocer la poesía de Pagés. Don Eduardo ha tenido la amabilidad de dedicarme un romance, escrito como consecuencia de la lectura de un libro mío. Helo aquí:
¿Te acuerdas de aquel Madrid,
Yo no digo que de aquí a unos años un futuro don Ramón Menéndez Pidal vaya a incluir este romancillo en una flor antológica; pero sí afirmo que el romance tiene gracia, soltura, agilidad, tres elementos no tan fáciles de combinar, máxime si es un hombre alejado del profesionalismo literario.
Cuando vean ustedes a Pagés por esas ferias, varita en mano, atareado en los múltiples y heterogéneos cuidados que exige la organización de una corrida de toros, acuérdense de que es un poeta que maneja miles de duros. ¡Extraño poeta a fe mía!
© El Ruedo, nº 25, 29 de noviembre de 1944
►►D. Eduardo Pagés Cubiña, nacido en Barcelona en 1890, tenía tres cualidades fundamentales: la imaginación, la perspicacia y un gran sentido empresarial. Fue, entre otras cosas, revistero y escritor en el semanario taurino “El Miura” en los inicios del siglo XX, firmando con el pseudónimo Don Verdades. Años más tarde también colaboró con el periódico “Arte Taurino” de Madrid y en el taurino ‘Zig-Zag’ desde el 1918 al 1930, además de dar conferencias y escribir libros taurinos como “Joselito y Belmonte ¿Cuál de los dos?” en 1918 o la “República del Toreo” en el 1931, entre otros.
Fue también apoderado y ganadero. Su aportación más importante como apoderado fue la creación del “charlotismo español” en el espectáculo cómico-taurino con grupos como “El Empastre”, “El chispa y sus botones”, “Fatigón y su tonto” y “El Bombero Torero”, a los que contrató en Sevilla antes y durante su etapa de empresario. Como ganadero llegó a lidiar sus toros en la Feria de Abril de 1929 la tarde del 19 de Abril.
Ya como empresario monta su primera Feria de Abril en 1933 con cuatro corridas de toros y una novillada con picadores. Es el primero en firmar exclusivas apostando por los toreros más interesantes del momento, ofreciéndoles más que nadie y contratándolos con un apretón de manos, que era su manera de estampar una firma y cerrar un acuerdo. Y así, en 1934, tras una periodo convulso con ganaderos y competidores, consiguió hacer reaparecer a su gran amigo Juan Belmonte, del que era un fiel partidario y al que le firmó una exclusiva de 30 corridas.
A comienzos de los años 40 prolongó su contrato de arrendamiento con la Real Maestranza, ya sin límite de tiempo. Simultáneamente fue también empresario de plazas como Madrid, Santander, Salamanca y Murcia, entre otras, además de ser propietario de los de San Sebastián y Valladolid. Precisamente en el ruedo murciano, Pagés organizó por primera vez en la historia una “corrida goyesca” el 15 de septiembre de 1929; aunque el festejo resultó un rotundo fracaso, la fórmula goyesca cuajó con el paso de los años.
Eduardo Pagés falleció en Sevilla, victima de una embolia, el 25 de julio de 1945.
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