A expensas de que en próximas fechas se celebren nuevas comparecencias –de aficionados, por ejemplo, que hasta ahora son los grandes ausentes–, la Comisión de los asesores del ministro Wert se ha reunido ya con los cuatro sectores fundamentales de la Fiesta: ganaderos, empresarios, toreros y subalternos.
Salvo los empresarios –mejor habría que decir Simón Casas–, a los que les faltó tiempo para echar al vuelo todas las campanas disponibles, los sectores se han mostrado comedidos y prudentes a la hora de informar de estas reuniones, dando cuenta de haber trasladado a los comisionados los problemas de cada uno de sus sectores.
La información comprobada de la que se dispone es poca como para realizar de inmediato una valoración al respecto. Pero, además, por más que el mundo taurino –incluso los hoy entusiasmados gestores– confiesan en privado su escaso grado de confianza de que todo esto sirva para algo, resulta precipitado entrar en unas valoraciones que en todo caso habrá que hacer cuando se conozca su Informe, si es que se difunde en su integridad por el Ministro, que es su destinatario directo.
En la Comisión hay gente valiosa, sobre todo en el campo jurídico, y cuyos puntos de vista son ampliamente conocidos, porque aparecen en libros de obligada consulta. Pero como sus cometidos asesores concluyen en el mismo momento en el que entregan su trabajo al destinatario que lo encargó, ninguna otra responsabilidad tienen acerca de lo que ocurra con su trabajo posteriormente.
Pero es que, además, el contenido de este informe puede acabar teniendo una escasa relevancia práctica, incluso en la hipótesis de que pueda ser taurina e intelectualmente sólido. Al no tener este dictamen ningún grado de carácter vinculante para el asesorado, esto es: para Wert, puede darse el caso –y no sería la primera vez– de incluir propuestas completamente estupendas que de nada sirvan luego porque no son tenidas en cuenta.
Por eso, lo verdaderamente relevante a efectos de la Fiesta es el contenido del tan repetidamente anunciado Plan de Fomento y Promoción de la Tauromaquia, que eso ya es competencia exclusiva del Ministerio. Y no será menos importante conocer cuáles sean los medios humanos, económicos y materiales que Wert pone a disposición de dicho Plan. El antecedente de lo ocurrido con la gestión de los Registros oficiales, que han tenido que volver a su lugar de origen: Interior, no es precisamente bueno.
En este empeño no tiene menos relevancia saber quienes serán las personas concretas que, en primer término, redactan dicho Plan dentro del Ministerio. Tampoco es precisamente cosa marginal si, una vez elaborado, se van a permitir o no las aportaciones y enmiendas de los sectores taurinos. Y en última instancia, habrá que conocer quiénes se responsabilizan de su desarrollo práctico y qué plazos se establecen para su implantación, en la que debiera contemplarse la implicación de los propios profesionales.
En esta opinión y en estas dudas de futuro, para nada se toma en consideración los antecedentes de tantos y tantos jardines polémicos en los que con frecuencia anda metido el ministro del ramo. Aquí se trata sólo y nada más que sobre cuestiones relativas a la Tauromaquia.
Precisamente por eso, comprendemos perfectamente la desconfianza de tantos profesionales taurinos sobre este asunto. Y no por los asesores de la Comisión. Sino porque no es la primera ni la segunda vez que desde la Administración pública se habla de Tauromaquia y luego nada se consigue. La triste experiencia, esa que levanta tan pocas expectativas, es que frente a problemas acuciantes de la Fiesta, en las instancias oficiales todo pueda quedar, una vez más, en grandielocuentes ideas generales, a ser posible con derecho a foto, y ninguna propuesta real, que se matrialice de forma práctica y efectiva. Como se dice en el lenguaje coloquial, en esta materia “estamos ya curados de espanto”. Y eso lleva de forma necesaria a una posición de un muy prudente escepticismo.
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