Con cierta frecuencia, algunos aficionados a los toros, vascos en particular, y algunos medios de comunicación generalistas, nos recuerdan la figura del dirigente radical Jon Idigoras y su afición a la fiesta de los toros, incluso subrayando que en sus años juveniles practicó las distintas suertes del toreo. Es verdad que existen algunas fotografías de este político, más o menos ataviado con un traje de luces, que creo sólo son el reflejo de las clásicas charlotadas que se celebraban en su pueblo natal, Amorebieta, coincidiendo con las fiestas patronales, lo que no significa que sean medianamente serias ni pertenezcan a alguien que quiso ser estoqueador. Aunque sí es verdad que en alguna entrevista periodística se confesó aficionado a los toros y seguidor de Antonio Bienvenida.
Sin embargo, nadie puede negar que José Bergamín (Madrid, 1895), además de un cascarrabias, fue un personaje irrepetible, muy aficionado a la tauromaquia. Poeta, ensayista, dramaturgo y prolijo escritor, participó activamente en la Guerra Civil, años en que llegó a presidir la famosa Alianza de Intelectuales Antifranquistas que reunió en Valencia a un numero muy significativo de pensadores republicanos. También colaboró activamente en numerosas publicaciones literarias, antes y durante la contienda armada: Índice (1921), España (1924), La gaceta literaria (1929), Cruz y Raya (1933), El mono azul (1936), Cuadernos de Madrid…
No es una casualidad que como tantos otros miles de demócratas, durante un período muy extenso de su vida se tuviera que exiliar en Uruguay, Venezuela y México con varias escalas en Francia, destino final de numerosos republicanos errantes hasta que murió Franco. Cuando las autoridades franquistas hicieron la vista gorda y permitieron que retornase a su exclusivo piso de la madrileña Plaza de Oriente, con impresionistas vistas sobre el Palacio Real, con frecuencia solía rememorar que hasta allí mismo le llegaban, “los alaridos de las turbas fascistas”…
Hombre de una personalidad irreductible, se exilió en la localidad guipuzcoana de Fuenterrabía donde disfrutó de sus últimos años de vida y amplió su ideología política abrazando los principios del abertzalismo por creencia propia o, tal vez, influido por sus amigos Alfonso Sastre y Eva Foret. Al mismo tiempo colaboró activamente en los medios radicales, Egin y Punto y Hora. El anciano poeta, uno de los mas importantes símbolos de la intelectualidad republicana, falleció en 1983 y en la localidad fronteriza quedó enterrado.
Fuera o no un militante puro de Herri Batasuna, la contribución de Bergamín en favor de la fiesta de los toros es impagable, tal como lo atestiguan algunos escogidos textos de temática tauromáquica que nos dejó en herencia a los aficionados a los toros y la literatura: El arte del birlibirloque (1930, dedicado a Juan Belmonte); Don Tancredo López. El rey del valor (1934), La claridad del toreo, La música callada del toreo (dedicado a Rafael de Paula), Al toro…
Los libros de Bergamín sí son unos argumentos irrefutables para poner sobre la mesa y recomendar su lectura a los dirigentes de los nuevos partidos políticos, antitaurinos confesos, que tanto abundan últimamente y que, con excesiva frecuencia, tildan a la Fiesta con adjetivos muy poco edificantes.
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