Sí recuerdo que era pleno invierno, una tarde bastante fría, cuando en su casa de Madrid nos sentamos a charlar. Por entonces la novedad era el registro de las reses bravas, encaminado a garantizar la edad del toro que se lidia, una medida en la que depositaba esperanzas, pero con mesura. "Cambios no vamos a ver con el cuatreño. El muchacho que esté preparado, que es torero, a ese le da igual. Lo único es que se notará la diferencia entre u torero y otro", comentaba Domingo Ortega.
Pero de seguido pasamos a otros temas. El maestro se mostraba confiado en el futuro, por más que hubiera etapas de más o menos mediocridad. "El toreo, el buen toreo, llega al público siempre. Si un torero interpreta el arte como es debido, el público, aunque no entienda, siente que aquello es bueno. Mientras que exista un toro y un hombre delante que sepa su oficio y tenga arte, el público vibrará. Pero es necesario que el peligro se mantenga, porque si no hay peligro el público no valora lo que tiene delante. Cuando se habla mal de la Fiesta en muchas ocasiones es porque el público se da cuenta que el peligro no existe".
No consideraba que fue decisivo el cambio que se había experimentado en el público desde sus tiempos de torero. "El público es muy diferente, ahora es mucho más cómodo para el torero, acepta casi todo. Cuando yo debuté en Madrid, me enseñaban las entradas para decirme que habían subido de precio. Y exigían en consonancia. Hoy hay mas conformismo y el público no exige tanto, ni al toro ni al torero. Pero, de todos modos, siempre nos queda una esperanza: lo bien hecho, hace vibrar siempre".
Sentado junto a la chimenea, Ortega demostraba ser un torero y un hombre realista, nada dado a pensar que todo lo de sus tiempos era mejor. "En el transcurso de los años he podido ver cómo evoluciona el toro; y no sólo lo he visto, también los he toreado. Es evidente que el toro que se lidia hoy no se puede comparar con el de los años 40, y sobre todo con los de antes. Entonces se lidiaban toros más hechos, con más edad. Su misma constitución física ha ido cambiando; la alimentación y la preparación que se le da han conseguido un toro mucho más cómodo. Ahora bien, ese cambio no es tan grande como a veces se dice. Si el toro tiene la edad y el trapío, sigue siendo de mucho respeto".
Recordando sus comienzos, Ortega era sincero: "Yo nací de la nada. Fui pobre de verdad. La afición al toro me atrapó desde muy joven. Y una noche le pedí a Dios con fe que me hiciera figura del toreo y que llegara a ser alguien". Y cuando trataba de explicar su concepción del toreo, afirmaba que "lo que pretendí fue torear con arte y con dignidad. Verá en la plaza hay dos seres: el que sale y el que está. Uno manda sobre el otro. El problema para el torero está en poderle al toro. Y para poderle hay que pararle, llevarle por donde uno quiere y templarle. Claro, yo como castellano entiendo el toreo en su pureza, porque no tengo las cualidades de los andaluces. Pera mí el toreo es pureza, conocimiento, poder y dominio".
Y como en la Fiesta casi todo es recurrente, también hace ya tantos años se hablaba de los problemas que atravesaba, básicamente que el público se empezaba a retraerse de ir a los festejos, salvo que estuvieran en las ferias. "Claro que la Fiesta ha cambiado, ha cambiado lo mismo que ha cambiado el país. Recuerdo que en los años 30 cuando llegabas a una plaza distinguía de inmediato quien iba a las localidades de sol y quienes a las de sombra: si iba con alpargatas, al sol; si iba con zapatos, a la sombra. Si hoy nos fijamos, no se puede distinguir a qué localidad va cada uno: los dos van vestidos más o menos igual. Bueno, pues lleva esa comparación a cualquier aspecto de la Fiesta y comprobará el mismo cambio".
Pero no por eso se sentía imbuid del pesimismo de la desaparición de la afición. "Hay afición hay. Los españoles sienten la Fiesta, les emociona. Lo que ocurre es que hoy en día tienen otros 20 espectáculos a los que ir y muchos de ellos no les cuesta ni un duro presenciarlos".
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