Dolores Aguirre, memoria de una gran señora

por | 13 Abr 2013 | La opinión

Se acercó a la Fiesta desde muy joven, con una probada afición. Y en 1977 cumplió su sueño: criar toros bravos. Pero críalos íntegros, para que salieran a la plaza tal como la vaca los trajo al mundo. Sin esa integridad, no le valía la pena. Pero no llegó de paso, llegó para hacer algo y bien concreto. Nada de adquirir relevancias sociales, que ni necesitaba ni eran de su estilo; lo suyo era aportar algo a la crianza del toro de lidia. Y ni las incomprensiones de algunos, que las hubo y poco comprensibles.  ni las dificultades que surgieron la hicieron desistir.

Ahora con ese mismo sentir –serio, elegante, amable, señorial– y ese mismo modo de entender la vida, se nos ha ido. Fue el pasado viernes en Constantina, junto a los campos en los que más que criaba mimaba sus toros en “Dehesa de Frías”. Y su marcha, qué pena, deja un vacío muy importante, imposible de llenar.

 

Su barrera en la plaza de Vista Alegre, de Bilbao, quedará ya vacía, como su contrabarrera de Las Ventas, a donde nunca faltaba. Ni en los sanfermines viviremos esas impresiones fuertes que iban desde el encierro mañanero hasta el arrastre del 6º  de la tarde. Pero nos quedará el recuerdo, límpido y luminoso, de una aficionada muy cabal, de una ganadera exigente, de una mujer verdaderamente excepcional.

 

Como le gustaba el encaste de los “atanasios”, en 1977 adquirió lo que hasta entonces era la ganadería de María Teresa Osborne, que más tarde la refrescó con algunos sementales de procedencia de Conde de la Corte. Y los llevó a pastar a su finca de Constantina, que pronto convirtió en un modelo de dehesa por los adelantos técnicos y por el cuidado de aquellos campos.

 

Cuántas horas de trabajo, cuánta dedicación, cuántos empeños y también cuántos disgustos cuando las cosas no salían como ella le gustaba: el toro con poder y  con bravura en toda su integridad.  Y es que a la crianza del toro de lidia no se había acercado de paso, sino para aportar desinteresadamente su granito de arena a la autenticidad de la Fiesta, ese elemento que hoy tantas veces echamos en falta en los ruedos.

 

Mujer culta, apasionada por el arte, Doña Dolores era ante todo una persona cabal, leal a la palabra dada; una mujer arrolladoramente sincera que no conocía la doblez y el engaño, ni en su vida personal  ni en todas actividades que emprendía, que eras muchas: de si algo no era capaz era de quedarse quieta e indiferente  ante la vida.

 

Las cosas no siempre le fueron fáciles. Y tuvo que afrontar no pocos problemas, en su vocación por el toro de lidia y en su entorno personal, como cuando quien siempre fue el inseparable hombre de su vida, el empresario y financiero  Federico Lipperheide, tuvo que vivir contradicciones poco justas. No se callaba frente a los problemas, pero tampoco era dada zaherir a nadie, aunque hubiera motivos para ello.

 

Pero resultaría injusto, además de un grave error, omitir un dato. Doña Dolores era una española cabal y de cuerpo entero, que amaba con locura su tierra vasca, de la que nunca se separó. Le gustaba llevarse bien con todo el mundo y por eso nunca tuvo una palabra de desdén frente a quienes pensaban diferente. Pero con tanta educación como firmeza, sabía defender su modo de entender España, sin por ello pedir nada a nadie, ni tratar de conseguir nada a cambio. También en esto dio la talla de lo que realmente ha sido: una gran mujer. Por eso, su marcha deja en tantos un vacío grande que resulta imposible de llenar.

 

Ahora que descansa en los dehesas de los cielos, junto a quien fue siempre el amor de su vida, nos queda el recuerdo de una amistad, el profundo respeto por la integridad de sus empeños, la admiración por quien supo pasar por esta vida dejando  un huella que permanecerá con el transcurso del tiempo.

 

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Taurología

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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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