“Miró al soslayo, fuese y no hubo nada”. Si se toma prestado el verso de Cervantes, dedicado al túmulo Felipe II, de algún modo podría ser de aplicación a la hora de condensar en muy pocas palabras el resumen de lo que ha sido taurinamente ese Tourmalet particular que se adjudica al abono de Bilbao. Pro me pregunto si es que tenía que haber ocurrido algo.
En efecto, pasó el trago de Bilbao, como pasó el propio mes de agosto, y la realidad taurina se ha movido poco, excepto en lo que se refiere a los muchos y graves percanes, que en eso mejor que no hubiera movido ni un milímetro.
Mi duda es si este inmovilismo será bueno o malo, para la Fiesta se entiende. Se podría argumentar que una sola feria es poco espacio de tiempo como para cerciorarse de cambios. Es probable que así ocurra. Pero no por eso deja de llamar la atención que tan sólo se haya confirmado que los estaban arriba lo siguen estando y que los que aspiraban a crecer siguen aspirando y nada más.
En cualquier otro caso parecería normal que un abono de la periferia no cambiara el rumbo de nada. Pero es que en Bilbao –se ha dicho siempre y no dejó de ser verdad– el torero vuelve a verle la cara al toro, y eso siempre tuvo un valor y una repercusión. 2010 no ha sido una excepción: con las inevitables excepciones, el tan cantado “toro de Bilbao” se ha mantenido en límites razonables.
El toro de Bilbao sigue vivo
Así, por ejemplo, Alcurrucen echó una señora corrida de toros, con poder, con bravura. Y si miramos a otro día, no fue ciertamente la tonta del bote la corrida del Puerto, o la de Victorino, con todas las pegas que se le quieran poner. En el taurinismo actual se suele decir en esas circunstancias que fueros unas corridas duras. ¿Pero acaso este oficio no es duro? Precisamente cuando falta ese punto de autenticidad ocurren espectáculos como el del viernes de la Semana Grande con la corrida de Zalduendo.
Pero hay que hacer aquí un alto en el análisis. La tesis del “burro grande, ande o no ande” carece de sentido y fundamento, al menos en el mundo del toro. El toro tiene que ser lo que su raza da, sin mistificaciones sobrevenidas, algo que no sólo depende de la raza zoológica, también intervienen otros factores naturales que lo modifican. La historia del Toreo tiene siglos detrás, no es cosa de ahora mismo. Pues bien, si se repasa esa historia el análisis taurino está plagado de la misma repetición: el toro de ese momento concreto siempre era considerado más pequeño y con menos poder que el de épocas anteriores, que el analista por lo general nunca vio, por cierto. La literatura taurina tiene en este sentido aspectos de colosal evidencia, como comprobó Javier de Bengoechea en un meticuloso trabajo de hace unos cuantos años. La única verdad que de todo ello se extrae es que no se puede vivir en la añoranza de un pasado, que ni fue tan glorioso como se canta ahora, ni hay lugar al pesimismo del “a este paso no llegamos a dentro de 20 años”. La historia desmiente tanto lo uno como lo otro.
Pues bien, si hay que hacer balance de Bilbao, la primera conclusión a la que se llega, si se mira sin apasionamiento, es que por chiqueros ha salido del toro, con la excepción lamentable de Zalduendo. Luego habrá sido más bravo o más manso, más noble o más peligroso, pero en todos los casos ha sido auténtico. Y eso no es pequeña cosa en nuestros días.
¿El escalafón se tiene que mover?
¿Qué el escalafón no se ha movido, salvo en lo que se refiere al malhadado camino de la Enfermería? Pues, es cierto. En la parte de arriba, tiene bastante lógica: quienes están asentados en el mando del toreo, normalmente se mantiene, salvo crisis inesperadas, por la simple razón de que cuando llegaron hasta ahí no fue de forma aleatoria. Por eso, con Bilbao o sin Bilbao, El Juli, Ponce o Morante siguen donde estaban. Se podrá argumentar, y con razón, acerca de si en tal o cual pasaje cualquiera de ellos debió hacer esto o aquello. A la postre, no nos engañemos, eso no dejan de ser matices circunstanciales, si las cosas se miran con la necesaria perspectiva.
En cambio, más me llamó la atención –-diría más: más importancia creo que tienen– actuaciones de otros toreros. Y en primer término, El Cid; frente a los victorinos se le vio ya recuperado por completo de su bache. Algo que objetivamente es bueno para la Fiesta, con independencia del grado de coincidencia o desacuerdo que uno pueda tener con su forma de interpretar el toreo.
Me llamó la atención la raza y la constancia de hombres como Diego Urdiales o Sergio Aguilar, por citar los dos casos más evidentes. No se trata de dilucidar si han hecho méritos para esto o para aquello. Lo que importa es que han confirmado la firmeza de su afición y de su capacidad de progreso. El vivo ejemplo de la célebre frase de Sánchez de Neyra: el torero como hombre esforzado. Pero para evitar equívocos, conviene leer entero a Sánchez de Neyra, porque cuando hace tal definición no se está refiriendo al escalafón de los modestos que pechan con las corridas duras, que tal es un concepto moderno, desconocido en la época del célebre escritor; se refiere, por el contrario, al torero en sí mismo, sea primer espada o vaya de tercero en cualquier cuadrilla.
Y el público
Ahora que entre algunos se ha puesto de moda considerar al público bilbaíno como demasiado festero, ha llegado el momento de romper una lanza en este tema.
Es cierto que hubo unos años de gran desconcierto, en los que quienes hasta entonces sostenían la afición taurina fueron desapareciendo, bien por razones de edad, bien por motivos de otro orden. Sin embargo, la plaza recuperó personal para su aforo y con paciencia se ha ido produciendo el tránsito de espectador a aficionado, que no es fácil de dar.
Hay que reconocer que me ha llamado la atención en esta edición de las Corridas Generales la madurez del público, que para los viejos del lugar es un público nuevo, pero que en realidad es el que corresponde a esta generación. Y este fenómeno me parece muy importante. Un dato de quienes tenían alguna responsabilidad, directa o indirecta, en los años 80, por no irnos más, atrás, prácticamente no queda ninguno en el tendido. Es decir, que se produjo de hecho el cambio generacional y a continuación la madurez como aficionados. A partir de ahí, no creo que sea nada malo, sino más bien lo contrario, que el público tenga un comportamiento educado y respetuoso, eso que en la prosa de otra época se diría señorial.
Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".
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