ZARAGOZA. Décima de feria. Casi media plaza. Toros de Partido de Resina, disparejos de presentación y con poco fondo. Juan José Padilla (burdeos y azabache), ovación y silencio. Alberto Álvarez (marino y oro), aviso y una oreja y palmas. Iván Fandiño (malva y oro), ovación y aviso y palmas. En un tendido se concentraba un amplio número de aficionados catalanes con pancartas reivindicativas; fueron muy ovacionados
No se caía de la boca de los aficionados el recuerdo a Pablo Romero. Hasta de Francia vinieron grupos de aficionados a ese reclamo. Y hay que reconocer que es hasta bonito vivir en la nostalgia, soñar con los recuerdos. Pero todo eso se diluye cuando luego, a partir de esa lorquiana hora de las cinco de la tarde, los toros no embisten. Tal como pasó hoy.
No hay que restar mérito a lo que están haciendo los actuales titulares de Partido de Resina. No por la corrida de hoy, que fue sencillamente mala. Si no por el esfuerzo en recuperar un hierro histórico. Ya han conseguido una cosa: que los toros no salgan claudicantes de chiqueros. Lo otro que han conseguido me gusta menos: salvo uno, los cinco restantes se alejaban en distinto grado de la morfología tradicional de los pablorromeros. Esta misma tarde hubo de todo: desde el asaltillado primero, al que respondía más a la tradición de la Casa, que fue el cuarto, con todos los pasos intermedios. Y hubo de todo, de chicos, tal que el segundo, a atacados de kilos, como el cuarto. Pero cada uno en su aire, todos coincidía en ser bonitos de lámina.
A la hora de la lidia ya fue otro cantar. Cumplieron con holgura ante el caballo, eso sí, e incluso se dejaban torear con el capote. Pero ya en el segundo tercio empezaban a cambiar y todos llegaron a la muleta con un recorrido escaso, tendiendo a llevar la cabeza suelta y el que no se acostaba por un pitón es porque lo hacía por los dos. En suma, una tarde bonita para la nostalgia, pero en la que la dura realidad, la que se vivió en el ruedo era menos gratificante.
Con semejante material, anduvo muy seguro Juan José Padilla –al que le correspondió el lote más fuerte–, matando a sus dos enemigos sin agobio alguno, aunque también con reducido lucimiento. No podía hacer otra cosa.
Alberto Álvarez cumplía el papel de torero local, que desde que se inventó el toreo ha tenido siempre su lugar en los carteles. No es cosa de entrar en disquisiciones sobre el tema, que por delante tenía una señora corrida de toros. Y para un diestro que se prodiga poco, se le vio suelto y decidido en todo momento. Más lucido con el segundo, que fue el que aguantó un poquito más en la muleta; pero también hay que dar su mérito a ese aguantar las coladas del quinto, que no tenía un muletazo. A ambos los mató con mucha decisión.
Iván Fandiño torea cada día con más gusto con el capote. Su quite al segundo de la tarde, suave, lento y templado, tuvo usía, como luego la media con la que remató el que realizó en el quinto. Pero luego los progresos que le hemos visto este año con la muleta no hubo posibilidad de sacarlos a pasear, sencillamente porque ninguno de sus toros lo permitía. Si su primero se quedaba cortísimo por el pitón derecho, por el izquierdo era imposible; pero otro tanto ocurría con el que cerró plaza.
Otrosí:
A falta del festejo dominical de rejones, se baja el telón en Zaragoza, una feria de la que uno se lleva el recuerdo de un gran toro de Cuadri y la certificación del fin de la crisis de El Cid. Pero también es de recordar que el “tercero” de la tierra, Jesús Arruga, ha toreado siete de los diez espectáculos del abono. Un record, o mejor dicho dos: no se le ha caído ni un palo y todos se pusieron con gallardía.
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