►Diario “Córdoba”
El biopic del torero cordobés deja en los espectadores un sabor agridulce, marcado por la polémica sobre la veracidad del guion
ANTONIO PINEDA CABELLO
Lo que mayor desilusión provocó en el público fue el enfoque argumental dado al largometraje. La mayoría de los espectadores no se esperaban la reconstrucción de la historia de amor que compartieron Lupe Sino y el torero de Santa Marina durante la España de la posguerra que Sabina retratase en De purísima y oro . De hecho, su título en inglés (A MatadorIs Mistress ), ´la amante de un matador´, da una idea de la trama sobre la que se articula el guion. "Han pretendido que sea muy comercial y se han centrado en esa relación, pero la vida de Manolete es mucho más trascendental que todo esto", expuso ayer uno de los allí congregados. Además, según declaró con cierto desdén otro de los asistentes al estreno, devoto del inmortal torero, la película está "pasable", pero para "el que ha leído sobre su vida tiene algunos fallos". Este ha sido uno de los principales argumentos sostenidos por los familiares, conocidos y estudiosos de la figura del toreo, la falta de veracidad de una historia que poco tiene que ver con la realidad. Además, se echa de menos ver reflejada a la ciudad de Córdoba en la gran pantalla.
La crítica tampoco ha sido en absoluto condescendiente, vapuleando el estreno de un director que trabajó como guionista para el mismísimo Steven Spilberg, redactando el libreto de El color púrpura , drama sobre una afroamericana de principios del siglo XX, o el de la mítica Indiana Jones y la última cruzada .
Desde la gerencia de los cines se confirmó al diario CORDOBA que a la primera sesión de las 18.20 horas acudieron 20 personas, otras 29 a la sesión siguiente y tan solo tres a la sesión de las 22.20 horas, mientras que la superproducción Mercenarios 2 registró ayer 60 espectadores. Según explica el responsable del cine, estas cifras no son demasiado elocuentes del éxito o fracaso que la película pueda reflejar en taquilla, y espera que Manolete sea el segundo mejor título que proyecten, algo a lo que sin duda ayuda que el diestro fuera oriundo de la ciudad: "Si en algún sitio tiene éxito va a ser en Córdoba", afirma el responsable de Cinesur El Tablero. Lo cierto es que la película, tras seis años en la nevera, llega en un momento en que la pasión por la tauromaquia se derrumba. Por lo general, los nuevos relevos generacionales no acaban de enamorarse del espectáculo, lo que hace mermar notablemente los ingresos en taquilla; y a ello se suma la cada vez mayor oposición de la opinión pública, como demuestra su prohibición en Cataluña o la que está por llegar en la ciudad de San Sebastián, pese a que algunos también la vinculen a motivos políticos.
►El Día de Córdoba
ESTRENO UN FILME FALLIDO
La cinta de Menno Meyjes supone un nuevo fracaso del cine a la hora de mostrar la tauromaquia · La realidad del torero es más elocuente que la ficción que plantea la película, que no representa la España de la época
FRANCISCO JAVIER DOMÍNGUEZ
Comienza la cinta, como decíamos, con una historia en sepia en la que se culpa al público de los males de los toreros, como si el público engullera las capacidades de los diestros, y eso no es sino una visión tópica más propia de películas de toros como las de los años 60, aquellas que protagonizaron El Pireo, Palomo Linares, El Cordobés o Miguelín, entre otros. Los enemigos de los toreros son las compañías, la vanidad, el dinero mal administrado… y, sobre todo, el subconsciente, el estado psicológico de alguien que se juega la vida todos los días. Se dice que el público obligó a Manolete y que eso lo llevó a la ruina. Es cierto, el público ha obligado a todas las figuras de época y no por ello su vida se ha convertido en el calvario que retrata la película.
La ambientación taurina de la cinta, por momentos, es notable. Las escenas de la cuadrilla -algunos son conocidos banderilleros- en la habitación, el paseíllo, la función de los dobles en las siempre complicadas escenas del ruedo, la prestancia de Adrien Brody al coger la muleta y el capote, el toro en los corrales y las imágenes de los tendidos están bien conseguidas. Sin embargo, nadie se cree a Santiago Segura como mozo de espadas y mucho menos a Juan Echanove como Camará, el apoderado del diestro cordobés. Muy mal los momentos de Manolete en las distintas enfermerías, muy mal resuelta la enfermería de Linares con respecto a lo que pasó en realidad. El traslado de la plaza al hospital acompañado de la muchedumbre es de chufla y los diálogos y la composición de los personajes en los últimos momentos del torero no son creíbles. No transmiten la realidad del torero, del mito que agoniza.
Quizá a quienes estamos acostumbrados a ver a Manolete en sepia, como decía al principio, nos choca este colorido de melodrama en la Toscana, de topicazo mediterráneo pasional e invertebrado, pero lo cierto es que la España de aquellos años distaba mucho de esos colores, de esa ambientación. Sólo cabe admitir este despliegue en las estancias de Manolete en México, donde el torero se relajaba y consentía que le grabaran en cinta en color haciendo una paella y cantando rancheras. Por eso, la ficción de la película, al final, es alicorta con respecto a la realidad. El Manolete de México hubiera sido un filón para una película que no es de toros, que tiene otros objetivos.
Manolete ganó mucho dinero y como hombre procedente de una familia humilde. Su madre había enviudado dos veces: de Lagartijo Chico y de Manolete padre. Ambos murieron de forma prematura y la fortuna que dejaron tuvo escaso recorrido. Esto se obvia en la película a cambio de colocar a la familia como parásitos que merman la fortuna ganada por el torero a sangre y fuego. Mal esta parte de la cinta, porque la madre aparece como el referente de una familia de gánsters -otra vez a la italiana- más que como la señorona cordobesa, genuina representante del matriarcado oficiante en esta tierra. Otra vez la realidad habría sido más elocuente que la ficción sin alterar ni la trama ni el minutaje de la cinta.
Pero la componente más ridícula de la película desde el punto de vista taurino se consuma con la aparición del actor Nacho Aldeguer en el papel de Luis Miguel Dominguín. Ni se parece físicamente ni representa al torero madrileño. Es cierto que Luis Miguel era un torero arrogante, desafiante, con amor propio, pero de ahí a perderle el respeto a los demás va un trecho. Si hay algo sagrado en el toreo, si existe un valor decisivo, ese es el del respeto a la antigüedad. Primeras figuras del toreo llaman de usted y citan como maestro a toreros fracasados por el mero hecho de tener cinco o seis años más de alternativa que ellos. Dominguín, cuando murió Manolete, sólo llevaba tres años como matador. La actuación de Aldeguer y de quien le instruye es lamentable. Histriónico y forzado, su papel se acerca al esperpento cuando exhibe el dedo índice para decir que es el número uno delante de Manolete, en una situación que es incierta porque ese gesto lo hizo Dominguín por primera vez el 17 de mayo de 1949 en Las Ventas. Manolete llevaba ya dos años muerto.
En sepia o en color, Manolete es un nuevo fracaso del cine a la hora de mostrar la tauromaquia. Aunque ésta no sea una película de toros, su ficción taurina es errónea y por ello la cinta no interesa en general. La realidad del sepia y de Manolete superan con mucho el guión; no hacía falta inventar nada.
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