Dámaso Gómez (Madrid, 1930-2020) fue un torero de un tiempo distinto al que amaneció en el panorama taurino. Alto y poderoso, en la plaza bilbaína de Vista Alegre, siempre se enfrentó a las corridas más duras. Con las ganaderías más pastueñas y cómodas su estilo poderoso, propio de lidiadores de principios del siglo XIX, no brillaba. Su forma de entender la lidia requería toros auténticos.
Dámaso fue un torero que practicaba con facilidad los tres tercios de la Lidia. Físicamente, era un atleta. Además de un torero campero, único para dirigir las faenas de tienta en el campo charro; de manera especial en la del Puerto de la Calderilla, propiedad de la familia Fraile. Aunque taurinamente, fue un torero de Madrid, en las corridas veraniegas, en los que fue el primero en descubrir los auténticos toros de Victorino Martín.
Su nombre siempre aparecía en carteles modestos y frente a toros fuera del circuito comercial. Casi siempre una única tarde. Seguramente le faltó la ambición necesaria, o, tal vez, le sobraba la confianza en sus posibilidades. A Dámaso no le gustaban las relaciones públicas.
En Bilbao, Dámaso Gómez no toreó con demasiada frecuencia: una novillada –de limpieza de corrales– en octubre de 1952; y nueve corridas de toros, 3 de ella de Miura. Lo hizo por última vez, el mes de agosto de 1979.
Personaje singular
Además de matador de toros, Dámaso Gómez, fue un personaje irrepetible. En los meses invernales de los años sesenta y setentas, mientras residía en Salamanca, todas las mañanas acudía a un centró deportivo, situado al inicio de la carretera que unía la capital castellana con Zamora –cerca de la plaza de toros–, en el que entrenaban numerosos profesionales y aspirantes a matadores de toros.
Pues bien, allí, el espada madrileño era el rey: jugaba al frontón con todos que lo deseaban a los irremediablemente ganaba. También practicaba el balompié, aunque menos de portero, ocupaba todos los demás puestos del equipo. Con frecuencia, su equipo se medía al que formaban once “toreros” bilbaínos, que eran los únicos que conseguían completar un equipo (Chacarte, Herrerita, Astorqui, Quintana, Morales, El Bache, Monterrey…).
Estos años, Dámaso era el diestro que mayor numero de tentaderos dirigía en el campo salmantino. Junta a la ganaderia de los Fraile con regularidad también tentaba la ganadería de Sánchez Cobaleda, en la que pastaban las famosas vacas cinqueñas, varias veces paridas, “terrubianas” (madres de los famosos toros “patas blancas”).
Estos tentaderos eran tan tremendos, que en una ocasión, en que Dámaso, dirigía la tienta, una de las vacas, tremendamente cornalona, después de tentarla, permitió que la toreasen los numerosos “capas” que querían practicar el ofició, a los cuales cogía, uno tras otro, mientras el torero madrileño, anunciaba, en medio del consiguiente regocijo: “que salga el siguiente…”.
Su personalidad era tremenda. Después de entrenarse, todas las mañanas acudía a una céntrica carnicería salmantina, donde nada más entrar, preguntaba a su propietario, en voz bien alta, sí ya le habían preparado el solomillo de “caballo” …que habitualmente degustaba.
Otra anécdota, igual de ocurrente y representativa de su personalidad, tuvo lugar un día que circulaba en su automóvil por la plaza de Atocha madrileña, donde tuvo una airada discusión verbal con otro conductor, con quien estuvo a punto de llegar a las manos; que finalizó cuando Dámaso se bajo de su automóvil y sacó un estoque del maletero de su coche.
La muerte de Franco (noviembre, 1975), sorprendió al torero capitalino entrenando en una conocida ganadería salmantina; cuya propietaria había sido muy partidaria del dictador; tanto que mantenía el televisor encendido, en el que solo se mostraba la imagen del ex jefe del estado, de cuerpo presente; de manera que Dámaso, cada vez que entraba en el salón, o mientras degustaba el almuerzo, de cuanto en cuando, le repetía con sorna la misma pregunta a la ganadera: “¿Qué, ya se ha despertado…?”
Descanse en paz
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