En La Maestranza fue uno de esos tres jueves que la cultura popular nos dice que “relucen más que el sol”. El 19 de mayo de 1966, ahora se cumplen 50 años, que en aquel entonces coincidió con la festividad de la Ascensión. Y hacia los cielos taurinos caminó Curro aquel día, en el que a beneficio de la Cruz Roja se encerró en solitario con seis toros de Carlos Urquijo, cortó ocho orejas y protagonizó una de las salidas más apoteósicas que se recuerdan por la Puerta del Príncipe.
La idea de montar esta corrida en solitario en realidad fue José Ignacio Sánchez Mejías, uno de los apoderados –junto a Manolo Cisneros-. que mejor comprendió siempre la singularidad de este torero. Y con el primero que la habló, incluso antes que con Curro, fue con ese ultimo romántico del toreo que se llamaba Diodoro Canorea, que nunca abdicó de su fe currista.
El acuerdo se cerró en 600.000 pesetas, una cifra que salía de multiplicar por tres las 200.000 pesetas que Romero cobraba habitualmente en la Maestranza. Y el reto, además de matar los seis “urquijos”, radicaba en poner el “No hay billetes” en una corrida fuera del abono. El apoderado pensaría que algo, y grande, había que hacer para enderezar la temporada. Y Curro compartió la idea, tanto que hasta se fue al campo a ver los toros elegidos por don Carlos.
El doble reto
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Con el paso del tiempo, la dimensión de la tarde la matizó mucho su protagonista. Quien mejor lo cuenta es el maestro Antonio Burgos en su “Curro Romero. La esencia”[1], el mejor libro que se ha escrito sobre el de Camas. Para el torero su faena soñada siempre ha sido la que le hizo a un sobrero de Manuel Camacho, en la feria de San Miguel de 1964. Sin embargo, la tarde de los seis toros de Urquijo fue, sin duda, la más redonda, la más rotunda en su conjunto. Y dentro de ella, Curro cada vez que se le pregunta revive antes que nada el quite que le hizo al 6º de la tarde, a los sones de la música del Maestro Tejera, y tras el cual le obligaron a dar la vuelta al ruedo.
Cuenta en el ABC sevillano el gran periodista Manuel Olmedo —Don Fabricio II, en la firma taurina– que aquello tenía su punto de reivindicación personal, incluso de desagravio a la afición[2], después de las tres malas tardes de la feria. “Curro Romero tenía clavada la espina de las tardes adversas en la pasada feria y quería rehabilitarse a todo trance y plenamente ante el público que tanto le admira y tan amplio crédito le otorga en gracia a la calidad excepcional de un arte exquisito, que el camero, ciertamente, no suele prodigar”. Y, en efecto, en Curro tal espina existía, pero este 19 de mayo se volvió a reencontrar con su gente.
Para aquella misma fecha, en la feria de San Isidro se anunciaba la corrida de Pablo Romero, de los que luego tan sólo se lidiarían cuatro, completándose el encierro con sendos sobreros (3º y 6º) de Gandarias y de Escudero Calvo. El paseíllo lo hicieron Joaquín Bernadó, Andrés Vázquez y Gregorio Tébar “El Inclusero”, que le cortó una oreja al que cerraba plaza. Una corrida que resultó en extremo pesada, prolongándose por más de tres horas.
La tarde que se fue en un suspiro
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En Sevilla, en cambio, la tarde discurrió como un suspiro, no hubo ni una pausa para el aburrimiento, ni un minuto de descanso para el ánimo del artista. Ni en el 4º de la tarde, que se puso gazapón y fue el único en el que Curro no cortó oreja, los tendidos dejaron de vibrar.
“La tarde, encendida en entusiasmo –precisó en su crónica Don Fabricio II–, discurrió entre vibrantes clamores de rendida admiración por la lucida labor de un artista en racha de inspiración, ante unas reses de buena casta, nobles en grado superlativo, que cooperaron en notable medida al resonante triunfo del espada[3]”.
Y por si faltaba algo para la descripción, añadía a continuación: “Curro, que además de artista ha estado animoso como pocas veces le hemos visto, ha elevado el quehacer taurino a sus más altas cumbres estética; ha compuesto un cuadro magistral, de matizada armonía cromática, cuyas primeras pinceladas fueron las verónica de recibo, sin previa intervención del peonaje –así había de lancear a los seis toros– al que rompió plaza, Brotaron unos oles rotundos, que ya no cesarían en toda la afortunada tarea del impar artista”.
Tal fue la tarde que, como recordaba “Don Celes” –Celestino Fernández Ortiz, en la vida civil– en las páginas de “El Ruedo”[4], aquella noche del 19 de mayo en un tablao sevillano cantaron un fandanguillo, al estilo tan singular de Alosno (Huelva), cuya letra decía:
Qué importa que Madrid tenga,
Un “No hay billetes” fuera del abono
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Pese a que desde su anunció esta corrida extraordinaria entre los aficionados convivían el optimismo y la duda, la ilusión y el recelo, cuando el de Camas, que vestía de azul y oro, apareció en la puerta de cuadrillas fue recibido con una unánime ovación. “Sin abonos, es decir, con entero y total impulso propio“, la afición respondió y puso el “No hay billetes”. Una localidad tras otra sacada en la taquilla.
Al triunfo grandioso de Curro contribuyeron en mucho los seis toros enviados por don Carlos Urquijo desde su finca “Juan Gómez”. Como escribió Don Fabricio II, fueron “de buena casta, nobles en grado superlativo”, con la sola excepción del 4º, que a sus pocas fuerzas unió el ponerse gazapón en el último tercio.
Pero quien, con las modas y los ojos de hoy, mirara a la dichosa tablilla casi se llevaría las manos a la cabeza; hace 50 años a nadie escandalizó. Por orden de lidia, en vivo pesaron 472, 472, 510, 487, 466 y 473 kilos. Y no hubo ninguna movida previa en los corrales, ni ningún pañuelo verde en los tendidos.
Anotemos que a Curro le acompañaba aquella tarde, como sobresaliente, José Morán “Facultades”, un novillero sevillano que había despertado muchas ilusiones, pero que luego no pudo ir a más; en esta tarde se lució con un excelente quite al 3º.
El arrebato de Romero
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Cuentan las crónicas que la faena al que abrió plaza, al que había toreado colosalmente con el capote, “tuvo el mérito y el atractivo de la variedad en la unidad. Los altos, los de la firma, los redondos, los molinetes se sucedían con naturalidad, con prestancia, con suavidad, cadenciosamente, y se integraban en un toro de arrebatadora belleza”. Sobre semejante basamento cortó Curro su primera oreja.
A más fue la cosa con el 2º, “Placentero” de nombre, con el que volvió a lucirse con el capote, para luego desarrollar un trasteo “iniciado por bajo, en el que hubo redondos excepcionales por su temple y lentitud. Quietas la planta, flexibles la muñeca y la cintura, Curro llevaba embebido en el engaño al noble toro, que embistió con el mejor son. No faltó en la enjundiosa faena la sal del adorno”. Un estocada de efecto fulminante dio paso a la concesión de las dos orejas.
Frente al que hacía 3º, de Curro se cantó su “toreo de gran pureza, limpio y hondo, desarrollado sobre la mano derecha, adelantando el trapo una y otra vez para embarcar en él al claro animal”. Y de nuevo el presidente concedió otra oreja, la cuarta en lo que iba de tarde.
La segunda parte fue aún mejor
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Dicho queda que el 4º resultó el de peor juego, por su debilidad y por su juego. Con todo, Curro “volvió regalar el paladar de los buenos catadores del toreo con unos muletazos de admirable reposo y temple”. Lo mató con prontitud y tuvo que dar una vuelta al ruedo.
Cumbre estuvo el camero con el capote ante el 5º, tanto en los lances de recibo como el posterior quite. En esta ocasión el plato fuerte vino servido en ”unos ayudados por alto, cargando la suerte, y en unos derechazos suavísimos”. Otro espadazo y las dos orejas, con la consiguiente vuelta al ruedo, en este caso haciéndose acompañar por el mayoral de Urquijo.
Y sonaron los clarines para dar suelta al último de la tarde. “El entusiasmo adquirió un grado máximo cuando Curro dibujó unas verónicas soberanas, portentosas, insuperables, y remataba la serie con una larga cordobesa, dechado de garbo. El prodigio se repitió en el quite, y aquel toreo singular alcanzó el homenaje de la música y la vuelta al ruedo del torero”. Y sin solución de continuidad, muleta en mano “pases en redondo ejecutados a cámara lenta, con el deleite que Curro pone en su quehacer en los momentos de máxima inspiración”. Otra estocada en lo alto. Dos orejas, petición fuerte de rabo y “el supremo homenaje de la salida por la Puerta del Príncipe a hombros de los entusiastas, precedida por varios paseos triunfales por el ruedo”.
A modo de resumen, “Don Celes” escribía en “El Ruedo”: “Seis faenas deliciosas, inspiradas, justas, de finísima y exquisita estética, practicadas por un torero pulcrísimo, que no se ha manchado ni de sangre ni de sudor de sus enemigos y cuya figura, impecable, sólo ha conocido la arruga y la descomposición a hombros de la afición, que le llevó en oleaje humano y fervoroso por las calles de Sevilla”.
Y todo con una lesión en la mano derecha
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Conocidos los antecedentes de los fracasos abrileños que tuvo esta corrida, con toda razón escribió Don Fabricio II como colofón a su crónica: “Curro Romero se ha sacado la espina. Se ha rehabilitado totalmente ante la afición sevillana. En tarde memorable, de grandes logros, de plena fortuna, que le alcanzó incluso a la llamada hora de la verdad, ha hecho el toreo al estilo inmortal, ha creado estampas de embelesadora belleza, de plasticidad y ritmo arrebatadores, y ha provocado el entusiasmo de la multitud, que se le ha entregado generosamente, subyugada por la luminosa armonía de una labor pródiga en fascinantes matices”.
Horas más tarde de la apoteosis se supo que Curro había actuado buena parte de la tarde lesionado en su mano derecha, con la que cinceló lo mejor de su toreo. Cuando por la noche fue a visitar al Dr. Leal Castaño –histórico jefe de la Enfermería sevillana–, se le diagnosticó: “El diestro Curro Romero sufre un fuerte golpe en la región carpiana derecha, donde antes padeció fractura. Acusa agudos dolores en la muñeca y en la mano. Será necesario hacer radiografía y proceder a inmovilizar. Pronóstico reservado”. ¡Quien lo hubiera dicho desde el tendido contemplando la elegancia, la majestad y el temple con los que manejó esa mano ante seis toros!
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[1] Antonio Burgos. “Curro Romero. La Esencia”. Editorial Planeta, 2000.
[2] En la feria de abril de 1966, Curro Romero se anunció tres tardes. El 16 de abril con Jaime Ostos y “El Cordobés”, con toros de Benítez Cubero; el 20, con Victoriano Valencia y “El Viti”, con una corrida de Samuel Flores; y el 22, con Jaime Ostos y Paco Camino, ante toros de Alipio Pérez Tabernero.
[3] Manuel Olmedo, “Don Fabricio II”. “Curro Romero, único espada, cortó ocho orejas y salió por la Puerta del Príncipe”. ABC de Sevilla, 20 de mayo de 1966.
[4] Celestino Fernández Ortiz, “Don Celes”. “El rey de la torería, en la Maestranza”. El Ruedo, nº 1.144, 24 de mayo de 1966.
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