MADRID. 2ª de Feria de Otoño. Casi Lleno. Toros de Núñez del Cuvillo, correctos de presentación pero desiguales de hechuras y juego. El Cid (caldera y oro), silencio y silencio y aviso. Alejandro Talavante (malva y oro), saludos con aviso y palmas con aviso. Oliva Soto (champan y oro con remates en negro), que confirmaba alternativa, silencio y silencio tras aviso.
PARTE MÉDICO DE ALEJANDRO TALAVANTE: "Herida incisa en el tercer dedo de la mano izquierda que no le impide salir a matar a su segundo toro. Pronóstico leve".
No pregunten por qué, pero cada vez que uno ve más corridas de toros, se le agrandan las dudas. Quizás sea porque en los años de juventud uno se limita a ver lo blanco, blanco y lo negro, negro; luego la edad te hace descubrir que los matices son casi todo en la vida y ya las cosas se ven más cromatizadas, al mismo tiempo que se pierden los conceptos rotundos y redondos. Cuando además hay que dejar por escrito las impresiones de lo que acaba de ocurrir, se diría que se agudizan las interrogantes frente a los conceptos cerrados.
El lector amable dirá que a cuento de qué viene este exordio, que puede parecer hasta pedante. Pues dicho por derecho, a cuento de los toros primero y quinto, esto es: del lote que le correspondió en suerte a Oliva Soto, que fueron los verdaderamente relevantes de la tarde. No sé usted, pero yo voy averiguar el nombre del que metió la mano en el sombrero, para encargarle lotería de Navidad. A la hora de comentarlos, como cada cual tiene sus manías, la mía es abominar de ese concepto tan repetido de si “sirve” o no un toro, que es concepto que solo admite la respuesta del según para qué. Puede servir maravillosamente para el carnicero, pero ser pésimo para el torero, por ejemplo. Por eso siempre busco ir al concepto más clásico y más estricto, que es el de la bravura.
Bajo este criterio, ninguno de los dos fue verdaderamente bravo. En el caballo, como mucho, cumplieron con dignidad. La prueba está en que, descontando los efectos de la mala lidia, que fue muy abundante, el que hizo quinto buscaba siempre descolocarse cuando le dejaban ante el piquero, buscando por donde irse, y luego se dolía en banderillas. Pero con la muleta las cosas cambiaron. Y así, el de la ceremonia de confirmación rompió en bueno, con clase, con temple… Con todo lo necesario para, al decir de los antiguos, llevar colgado de cada pitón un cortijo. ¿Fue completo? Entiendo que no, pero sí fue de triunfo para el torero. El sexto, que salió en quinto lugar por el leve percance de Talavante, en cambio no rompió en la misma medida. Algunos dirán que eso resultaba imposible después del sinfín de capotazos innecesarios que se le recetaron en los dos primeros tercios. Es bastante posible. Pero aún así, el toro tomaba bien los engaños, humillando, aunque sin ese punto de clase que le habría hecho subir enteros. Pero, vamos, si el anterior ofrecía dos cortijos, este al menos daba para un adosado en esquina.
Contra estas situaciones era contra las que prevenía Juan Belmonte, cuando glosaba los riesgos de un gran toro. La verdad es que dejaron al descubierto las carencias del torero de Camas. Tiene un buen concepto del toreo, maneja los trebejos con gusto, pero le falta aún ese estirón que permite disipar las dudas, pensar en la cara de los toros, en definitiva no dejar pasar ningún tren por su puerta. Ayer se le fueron dos. Cualquier bien nacido lo sentirá por el torero, sobre todo porque ahora tendrá que esperar a esa otra oportunidad, que en el toreo nunca tiene fecha. Con todo, lo que menos me gustó de Oliva es que se desentendiera de la lidia, tan mal llevada como fue por su cuadrilla.
Volvía El Cid a Madrid, se supone que a certificar esa definitiva recuperación que no pudo ser en Sevilla por San Miguel. Y cumplió con dignidad, pero sólo cumplió. Lo que ocurre es que probablemente no era eso a lo que venía. Dejemos a un lado al acaballado cuarto de la tarde, sin clase alguna, que los tendidos no tuvieron en cuenta y que le propinó un porrazo de los que duelen. En cambio, en el primero digo yo que a lo mejor en otros tiempos lo habría metido más continuadamente en la muleta. La prueba está en que cuando le bajó la mano y lo llevó armoniosamente, el toro se desplazaba hasta el final. Pero todo lo anterior debe entenderse sobre la base de que al de Salteras le correspondieron los dos toros más esaboríos de los lidiados.
Alejandro Talavante fue en el tercero de la tarde el vivo ejemplo del torero que tira la moneda al aire y a ver qué ocurre. Cuando lo citó casi en los medios, lo mismo que salió un ramillete de pases por alto con una emoción enorme, podría haber visto como el toro le ponía en el palo de la bandera. Se la jugó a ley y ganó. Detrás vinieron series de muletazos muy meritorios, sobre todo con la mano izquierda, como en sus mejores momentos. Pero todo el castillo que había levantado se volatilizó con la espada: dos pinchazos, una entera que asomaba y dos descabellos. Volvió intentarlo con el que cerraba plaza, pero ni el toro le terminó de responder, ni el torero le cogió la distancia y el terreno adecuados para dejar que su enemigo fuera hacia adelante.
Otrosí
En una barrera de sombra asistió a la corrida la Infanta doña Elena, la mejor heredera de la tradición taurina de su Augusta Abuela, doña Mercedes. La acompañaba el matrimonio Suárez Illana. Se agradece que se deje ver por los tendidos, ahora que corren malos vientos.
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