Fue el domingo 22 de agosto de 1976. Corrían tiempos revueltos con la transición política en sus inicios, que taurinamente provocó no pequeños desconciertos en Bilbao. A raíz de esta situación fue cuando se modificó el sistema de gestión de la Plaza de Vista Alegre, pasando de la adjudicación a la gestión interesada, que aún sigue en nuestros días.
Aquel domingo se cerraba el ciclo de las Corridas Generales. En el cartel, seis toros de Eduardo Miura para Manolo Cortés, Jaime González “El Puno” y Roberto Domínguez. Contaba en su crónica de ese día Vicente Zabala (padre) que “Chopera quiso ayudar a Roberto Domínguez, poniéndole en una sola corrida, precisamente en la de Miura. El empresario vasco cree firmemente que el torero de Valladolid anda mejor con esta clase de toros. (….) Sabido es que tiene fama de estilista, de torero de detalles, de apuntador que no dispara casi nunca o, que por lo menos no ha disparado en las plazas Importantes. Lo cierto es que Chopera no se equivocó”.
Y más adelante, reseñando lo ocurrido en el tercero de la tarde, Zabala escribía: “El diestro de Valladolid ha tenido agallas para hincarse de rodillas y recibir a su primer miura con una impresionante larga de rodillas. Una vez en pie, enjaretó una serle de apretadísimas verónicas, una de las cuales tuvo el ritmo y el sello inconfundible del toreo de siempre, ese que le dio fama a aquel flamenco castellano, que lo mismo se dejaba caer lánguido y majestuoso en el toreo a la verónica que levantaba los brazos para bailar por lo fino. Roberto se metió en el bolsillo a tos bilbaínos desde ese preciso instante”.
En nada exagera el crítico; quienes lo presenciamos podemos atestiguar, fue un ramillete de verónicas excepcionales, jugando los brazos, ganándole terreno al de Miura, para rematar luego con media del mismo tenor. Tan es así que el pintor Luis García Campos, que siempre resumía en un apunte al natural el momento estelar de cada tarde, inmortalizó ese pasaje.
Teniendo por delante el texto de Zabala, resulta la llamativa su coincidencia con la leyenda que a su dibujo le puso el famoso pintor: “Yo firmo este dibujo o apunte… ¡Pero Fernando Domínguez hubiera firmado las verónicas de su sobrino Roberto!”.
Este pasaje de la lidia, vestido el torero en un terno grana y oro, tuvo tal impacto que se llevó detrás a toda la afición bilbaína, entonces mucho más exigente que hoy en día, con el tendido plagado de antiguos y acreditados aficionados.
Tan es así que Zabala explicaba en su crónica: “Ya no les importó que no rematara los pases, porque el toro se quedaba corto. Le aplaudieron todo y le dieron una oreja, pese a que la espada cayera atravesada. Tres verónicas habían hecho el milagro, que se alargaría hasta el sexto toro, que fue manso y peligroso. Esta vez aplaudieron la torera faena de aliño, aunque no hubiera pases con la derecha ni con la izquierda”.
Y concluía su reseña: “Roberto ha caído en gracia a los vascos. La verdad es que tuvo una muy torera actuación Los aficionados bilbaínos ya están a la espera de Roberto Domínguez. Guarden la vez, por favor. Yo, con perdón, soy el primero de la cola, ese que siempre aguanta más, porque lleva más tiempo, y Dios quiera que sea el último a la hora de las decepciones”.
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