BILBAO. Séptima de las Corridas Generales. No se llegó a los dos tercios de entrada. Toros de Jandilla –uno con el hierro gemelo de Vegahermosa–, con mucha presencia, pero de mal juego; 1º, 3º y 5º, cinqueños. Juan José Padilla (de verde botella y oro con cabos negros), silencio y ovación tras dos avisos. Miguel Ángel Perera (de ciruela y oro), ovación y vuelta tras aviso. Iván Fandiño (de nazareno y oro), silencio tras aviso y ovación tras un aviso.
No ha sido una tarde triunfal. No lo podía ser con la pésima y en ocasiones dura corrida que Borja Domecq ha traído a Bilbao. Pero ha sido una tarde importante, muy exigente, una tarde para hombres muy hombres, dicho sea sin ningún ánimo machista, sino para destacar el valor, la decisión y la entrega de tres toreros, que cogían la espada y la muleta sabiendo de antemano que el triunfo era un imposible. Y sin embargo, se ponían en el sitio en el que los toros cogen, sin milongas, sin pamplinas. ¡Un sombrerazo de respeto para ellos!
Esta versión de los de Jandilla es inhabitual. Nada del toro predecible, que tantas veces vemos y hasta nos aburre; a los de esta tarde no los entendía ni la vaca que los parió. Ni el que medio embestía, como fue el primero, permitía el lucimiento, porque estaba siempre más pendiente de irse a tablas que a lo que tenía delante. Un suspiró duró el blando que hizo 2º, siempre con la carita alta. Aunque peleara fuerte en el caballo, el 3º llegó al último tercio siempre probón y midiendo al torero, sin dejarle cruzar con la espada. Apretaba una barbaridad por los dos pitones el 4º, que tenía olor a hule y casi lo consigue. Embistiendo literalmente a brincos desarrolló el 5º, con la cara que parecía un carrusel. Y algo más manejables al 6º. Un suma, una corrida que no hubo por donde cogerla, salvo por la hombría recia de quienes se pusieron delante.
Se peleó como pudo Juan José Padilla ante el distraidísimo que abrió la tarde, que por más que lo llevara embebido en el engaño, acababa saliendo de paseo hacia los adentros. Y no metía mal la cara el de Jandilla, e incluso en algunos momentos fue el único que galopó; pero su absoluta falta de fijeza anulaba las virtudes. Frente al 4º, Padilla nos dio dos sustos de los grandes. Qué forma mas fea de cogerlo; parecía increíble que el torero no fuera herido. Pero con la paliza en el cuerpo, volvió a ponerse en el sitio. Una faena de ¡ay!, que no de ¡olé!, pero que nos tuvo en vilo durante 13 largos minutos. Sin volver la cara en ningún momento, sin un desmayo pese a la paliza. Y todo eso tiene su mérito.
Luego con la espada surgió la controversia: el “jandilla” se tragó un espadazo entero, pero luego se resistía a echarse. Tal como había quedado el animal, ni era posible volver a intentar la suerte, ni permitía materialmente descabellarlo. Y en esas transcurría el tiempo y el palco se aplicaba exactamente a lo que decía el reloj e iban cayendo los avisos; pero poco podía hacer Padilla. Al final, se libró por los pelos del tercer recado. ¿En casos tan evidentes como éste lo procedente es agarrarse a la lectura exacta del reloj? Hay más que dudas, salvo para don Matías, que es el que manda. Pero no siempre la literalidad de la ley representa lo más justo.
Ni la templada muleta de Miguel Ángel Perera consiguió que el 2º no se desinflara del todo como soufflé más pronto que tarde, que ya de salida lo apuntaba. Las telas no se podían manejar mas sedosamente, pero ni por esas. Su actitud frente al complicado 5º fueron palabras mayores, pero muy mayores. Qué firmeza y qué valor en su empeño en conseguir lo que parecía imposible: meter en la muleta a un toro que iba literalmente a brincos, para acabar con un cabezazo por arriba. Pues a pesar de eso, incluso hubo momentos en los que hasta consiguió correrle la mano guapamente. Todo un ejemplo de torero responsable, como la afición bilbaina le reconoció en su vuelta al ruedo, después que don Matías considerara que no había pañuelos suficientes. Muy dudoso conteo el suyo. Lo que acababamos de ver no merecía esas dudas. Pocos toreros pueden sacarse de la manga una faena como la que construyó Perera.
Ya de salida el 3º dejaba claras sus intenciones de probar y medir al torero. Y lo hizo desde el primer momento, poniendo a Iván Fandiño en un apuro contra las tablas. A base de aguantar lo indecible, el de Orduña fue capaz de meterlo en la muleta, en una faena de que tuvo dos series de importancia y siempre en presencia de un riesgo cierto. El de Jandilla se puso imposible a la hora de matar: no había modo de cruzar, porque el toro siempre se adelantaba al cite y rompía la reunión, sin dejar posibilidad a que se metiera la mano. Un toro propio para eso que se llama una estocada habilidosa, asignatura que Fandiño no práctica.
Supo ver Fandiño las posibilidades que llevaba dentro el que cerraba plaza, aunque había que extraérselas. En especial con mano izquierda, dejó muletazos espléndidos, los más valiosos de toda la corrida, aunque la faena no terminara de redondearse. Pero a lo que se vio, el “jandilla” no quiso dejar en mal lugar a sus hermanos y complicó la hora de matar. Por ese agujero se escapó la oreja que podría haber cortado.
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