Eduardo del Villar
Con la reciente muerte de dos protagonistas en el toreo de a pie –y me refiero al forcado Eduardo del Villar, perteneciente a los “Forcados Hidalguenses”, así como del novillero Luis Miguel Farfán-. En uno y otro caso, ocurridos tanto en la plaza de como en la de la localidad de Maní, Yucatán.
La de Luis Miguel Farfán, según el parte médico, se debió a un “choque hipovolémico por perforación de vísceras toracoabdominales por cornada de toro”, en tanto que el percance de Eduardo del Villar, sucedido en la plaza de Sybaplaya, Campeche ocurrió debido al hecho de que el pitón del toro seccionó la arteria iliaca en la región de la parte superior del muslo derecho. Aún así, pudo ser trasladado en ambulancia de la plaza al Hospital General de Especialidades “Miguel Osorio” en Campeche. La labor del cuerpo médico fue en vano.
Evidentemente tras esa doble tragedia, que se lamenta de verdad, vinieron todo tipo de comentarios en los que vagamente se ha tocado la parte de responsabilidad que deben o deberían asumir empresarios, autoridades de la plaza, e incluso los mismos alternantes, sabedores todos del riesgo que supone llevar a cabo un festejo en el que las condiciones de atención médica estén garantizadas. Lo mismo, por el hecho de que la plaza, en cualquiera de sus categorías cuenta con las instalaciones apropiadas, o por el hecho de que no habiéndola, se puede habilitar una ambulancia móvil con los requerimientos básicos para atender casos de distinto nivel. Si el asunto va apuntando al hecho de ahorrarse unos pesos por la sencilla razón de no pagar ese tipo de servicios, se incurre en mezquindad primero. En falta de previsión y solidaridad después entre los propios colegas o compañeros, pues el asunto es que quien resulte herido queda sujeto al desamparo. Si cuentan con seguro médico, las posibilidades de atención inmediata son muy altas. Pero también hay casos de que quienes actúan ni siquiera cuentan con ese privilegio (puesto que exponen la vida) y por tanto su destino queda condenado a situaciones muy complicadas.
En ambos casos, lo extremo de los percances casi impidió que los médicos pudiesen hacer algo, pues se produjeron, en uno y en otro condiciones irreversibles, donde el fallecimiento sobrevino de manera muy rápida. Sin embargo el llamado de atención al que se ven obligados a escuchar es el que se hace en forma masiva por parte de la mayoría de muchos aficionados: mejores servicios médicos en plazas que no cuentan con esta posibilidad en la cual todos los participantes hagan descansar cierto factor de esperanza en cuanto al hecho, primero de no tener que pasar por ahí. Pero si fuere el caso, saberse atendidos en forma eficaz y profesional. Si un festejo va a celebrarse, una de las primeras condiciones que deben tenerse formalizadas es la del servicio médico. Pareciera que vivimos en tiempos donde se deja a la “buena de Dios” este asunto, en espera de que no suceda absolutamente nada. Y claro, cuando sucede, todo mundo se desgarra las vestiduras, pero no hay solución en lo inmediato.
Este doble caso desde luego que será abordado en un trabajo que, tanto el Dr. Raúl Aragón López como quien suscribe venimos preparando de tiempo atrás. Me refiero a la Historia de la cirugía taurina en México, investigación que pretende dejar constancia desde el virreinato, el siglo XIX, el XX y lo que va del XXI, acudiendo a un ejercicio compartido entre el análisis histórico y médico, buscando desentrañar o decodificar diversos casos, los más documentados, en cuanto al tipo de percance que ocurrió, la cinemática de la cornada misma, la intervención oportuna o no del cuerpo médico, los métodos puestos en práctica para la salvación del herido. Y luego la anhelada recuperación del paciente. Además, y esto es un hecho contundente, la presencia de un médico, UNO en casos como los aquí mencionados, puede ser esencial para la “primera atención”, quizá la más impactante, la de la estabilización del paciente. En la medida en que ese personaje controle la situación, en esa medida se garantiza que el herido se salve. Esto no puede quedar sólo bajo la sombra de la providencia. Sólo que para que se garantice un funcionamiento sólido y capaz del mismo empeño, se requiere el concurso de autoridades, empresarios, toreros que, conjuntamente deben o deberían tener resuelta dicha situación y no esperar que sucedan casos tan desagradables como los que aquí se describen, y con los cuales no se pretende exacerbar la ya de por sí incierta situación del espectáculo taurino, sino de alcanzar un punto de madurez en el que se sopese el alto grado de riesgo al que quedan sometidos diversos protagonistas en plazas que no ofrecen condiciones sanitarias.
Cierro en este caso, con parte de las palabras de entrada que van dando forma al libro que aquí menciono:
La medicina en todas sus expresiones, ha estado presente desde que el hombre, en sociedad se enfrentó a la necesidad de curar enfermedades que otros integrantes presentaban ya fuese por razones externas e internas, de edad o de todas aquellas circunstancias que las causaran. Vino con el tiempo el estudio, aplicación y especialización que incluían intervenciones quirúrgicas así como el uso de las más avanzadas tecnologías.
En ese sentido, la tauromaquia no ha escapado a tales bondades, siendo todos sus integrantes o actores, susceptibles de diversos percances que han puesto en riesgo sus vidas. Determinadas muertes, cornadas y otras heridas, que generan la intervención de médicos, enfermeras y todos los servicios en torno a ello, así como las visiones reglamentarias o sanitarias que son obligatorias en estos casos, han permitido que esa comunidad se vea respaldada, garantizando así un servicio apropiado. Si bien todavía es posible observar fallas, o ausencia de tal circunstancia en algunos casos, la tendencia es lograr en forma por demás completa tal prioridad y segura atención.
►Los escritos de José Francisco Coello Ugalde pueden consultarse a través de nuestra nueva sección “10 opiniones 10” y en su blogs “Aportaciones histórico taurinas mexicana”, en la dirección:
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