Según las anotaciones del conde de Colombí, Juan y José́ compitieron en 258 ocasiones en los ruedos. La primera ellas, aún en el escalafón de la novillería, tuvo lugar el 22 de agosto de 1912 en Cádiz, ante una guapa novillada de Miura, y en cuyo cartel el Pasmo de Triana entró por la vía de la sustitución de un compañero herido. Fue tal el revuelo que este festejo levantó que hasta los comercios adelantaron su horario de cierre, para que su personal pudiera asistir al acontecimiento.
En blanco la temporada del año 13, hasta cuyo final Juan aún no tomó la alternativa, la siguiente vez que se vieron las caras tuvo lugar el 21 de abril de 1914 en la Maestranza sevillana. Este año se cumplirá un siglo de aquella jornada memorable para el belmontismo. Un gallista inteligente como Gregorio Corrochano contó en las página de ABC todas las interioridades que precedieron a esta tarde, con una crónica muy detallada que por su interés reproducimos junto a este trabajo. En resumidas cuentas, la cuestión era la siguiente:
Había llegado Juan Belmonte a Sevilla la misma mañana de la corrida. Venía de Murcia, donde cinco días antes había resultado cogido. Los aficionados que fueron a esperarle a la Estación de la Plaza de Armas, pudieron comprobar el lastimoso estado en el que venía el torero, con la cabeza vendada, cojeando ostensiblemente. A duras penas se sostenía de pié. Los detractores de Juan buscaron la justificación de inmediato: "Este lo que quiere es hacer el paseíllo, para luego dejar que Joselito y Gaona se traguen solos la corrida de Miura".
Cuando las cuadrillas hicieron el paseo la expectación había subido de tono. Nada hizo Gaona con el primer “miura” de la tarde. Tampoco le terminaron de rodar las cosas durante toda la tarde, que además tuvo momentos encrespados, como las discusiones que se produjeron durante la lidia de su primero entre gallistas y belmontistas.. Pero cuando sonaron de nuevo los clarines para que saliera el tercero cambió el signo de la tarde. Juan se adelantó al tercio, afianzó en el piso la pierna lesionada y así́ esperó la salida del miura, un berrendo bien armado. Allí́ empezó́ la apoteosis.
Superado el trance de Sevilla, el 2 de mayo volvieron a coincidir en el cartel, ahora en Madrid. Al finalizar la temporada, las estadísticas dijeron que Joselito había vestido de luces en 75 ocasiones, con otras 36 perdidas por cogidas. Juan, por su parte, lo hizo en 72 festejos, numero también mermado por las cogidas. En su conjunto, la temporada había sido desigual. Juan se anotó un triunfo importante, aunque el protagonista le dio menos importancia que sus propios partidarios, el 25 de abril en Madrid ante un toro de Murube. Joselito dio que hablar por los siete toros de Vicente Martínez que estoqueó en Madrid el 3 julio, la tarde en la que un revistero acunó una frase luego muchas veces repetida: “mató siete toros en siete cuartos de hora sin despeinarse siquiera".
Dejemos constancia, en fin, que en esta temporada de 1914 conviene situar la celebre sentencia de Guerrita –que presenció esta corrida desde el tendido–: "Para que a Gallito le coja un toro, tendrá́ que tirarle un cuerno. El que quiera ver a Belmonte que vaya pronto, así́ no se puede torear".
Al comenzar la temporada de 1915, según narra Manuel Chaves Nogales, Juan Belmonte tenia un concepto máximo de su rival en los ruedos. "Joselito era un rival temible. Las circunstancias providenciales le habían llevado gozoso, casi sin sentir y como jugando, al máximo triunfo. Todo le hacia ser un niño grande, voluntarioso y mimado, que se jugaba la vida alegremente y tenia frente a los demás una actitud naturalmente altiva, como la de un dios joven. En la plaza le movía la legitima vanidad de ser el primero. Frente a el, yo tomaba la apariencia de un simple mortal, que para triunfar ha de hacer un esfuerzo patético. Creo que esta era la sensación que uno y otro producíamos".
La antesala de la tarde de Sevilla
Pero volvamos al 21 de abril de 1914. La detallada aportación que hace en su crónica Corrochano se vio corroborada por el unánime criterio de los cronistas que presenciaron aquella tarde de toros. Y así, el revistero de La Correspondencia de España no escatima palabras al escribir el inicio de su reseña: “Se celebra la corrida anunciada, en la que se lidian toros de Miura para Gaona, Joselito y Belmonte. La expectación entre los aficionados es enorme y el Ileno colosal. La larde es hermosa, aunque con algo de viento. A causa de las dificultades de la colocación, surgen entre el público varias broncas. En los alrededores de la plaza hay infininidad de aficionados que, no pudiendo conseguir billete, se conforman con ver la entrada. Los toreros, al entrar en la plaza, son ovacionados, especialmente Belmonte, cuyo coche rodean muchos trianeros”.
En parecidos términos se expresó el revistero de El Imparcial, cuando en el introito de su crónica dejaba escrito: “¡Por fin llegó el fenómeno! Ya podemos comer y dormir tranquilos. Al confirmarse la noticia de la llegada de Belmonte para torear los miuras, las localidades adquirieron precios fabulosos. El lleno fué enorme. Antes de comenzar la corrida hubo muchas broncas por la dificultad de colocación en varios tendidos. Se resolvió el problema de la impenetrabilidad. La tarde es ventola, y el Sol —¡parece mentira!— no es belmontista, pues a ratos se esconde tras los nubarrones. Antes de entrar en la plaza, enorme multitud. que se apiñaba en los alrededores, detuvo el coche en el que venía el “ilustre” sevillano y le hizo ensordecer a fuerza de ovaciones”.
Más breve, pero no menos rotundo, se muestra el cronista de El País, que pronuncia en su crónica en los siguientes términos: “Ha sido elogiadísimo y muy agradecido por la afición el rasgo de Belmonte de venir a torear la corrida de los miuras, sin estar curado de la lesión que sufrió en el pie toreando en Murcia. El efecto causado se puede juzgar sabiendo que cuando la gente se ha convencido de que el trianero iba a torear, ha agotado las localidades y ha hecho la felicidad de los revendedores”.
Por parte, en El Heraldo de Madrid leemos: “Por fin llegó el fenómeno, resolviéndose con su venida las dudas que había y quedando decididas las apuestas que se habían cruzado entre los que afirmaban hasta el último momento que dejaría de venir y los que sostenían lo contrario. La circunstancia de torear Belmonte y de lidiarse miura ha hecho que las entradas adquirieran u precio fabuloso, resarciéndose los revendedores de las pérdidas sufridas en días anteriores. El lleno es enorme, monstruoso, mucho antes de empezar la corrida. (…) El gentiazo que le aguardaba en los alrededores de la plaza hizo al fenómeno una estrepitosa ovación. Belmonte lloró, emocionado”.
El inicio de la tarde belmontista
Para la ocasión “Gallito” vestía un terno azul y azabache, en tanto Belmonte iba de gris plomo y oro. En los corrales, la anunciada corrida de Miura, a la que los cronistas no ponen mayor pega, incluso se elogiaba su trapío; salvo para el semanario The Kon Leche que escribió el contrapunto: “Los miuras de ayer resultaron fáciles. Pero antes de saber lo que se traían dentro, asustaban al sursum cuerda, según acaban de leer ustedes. ¡Porque había tipo! Don Eduardo —dicen algunas malas lenguas— tenía preparados estos huéspedes para soltárselos a Joselito y Belmonte en la feria de Sevilla. Ya saben ustedes que Miura y José son amigos, y que el menor de los Gallos camela género grande en su lucha con el “fenómeno”. Pero como el de Triana se puso malo de un remo y todo el mundo creía en la dolencia, D. Eduardo remitió a Tablada una corrida de más alivio. Los amigos son para todas las ocasiones”.
Ya con su primero, Juan Belmonte había protagonizado una buena escandalera, tanto que según se narra en El Heraldo de Madrid, cuando el cuarto de la tarde estaba ya en la jurisdicción de Gaona “sigue la ovación a Belmonte, que tiene que salir dos veces a los tercios para saludar, viéndose obligado dar después la vuelta al ruedo”.
Para este cronista al actuación del trianero se resumía así: “Belmonte abre !a muleta (Expectación) y empieza con la izquierda, dando un pase colosal de cabeza á rabo. Luego, molinetes y ayudados por bajo, con mucha valentía, adornándose y tocando los dos pitones al rematar. (Grandes aplausos.) Un pinchazo alto, entrando despacio y dejándose ver. (Muchas palmas.) Nueva faena de valiente, y señala un pinchazo en los rubios. (Palmas.) Más pases, entre ellos un molinete colosal, y una corta, caída. (Inmensa ovación, petición de oreja y vuelta al ruedo.)
Para La Correspondencia de España, la actuación del nuevo fenómeno se resumen así: “Belmonte en dos tiempos da hasta ocho verónicas, perdiendo terreno y saliendo trompicado. Palmas. (…) Belmonte, que viste de plomo y oro, empieza valiente y cerca, y hace una faena buenísima, en la que sobresalen varios pases ayudados por bajo y un molinetee cerquísima”
El cronista de El Imparcial vio esta faena de muleta en términos como tales: “empieza con un buen pase alto y otro bueno de pecho con la derecha. Sigue de cerca y parando e intercalando molinetes, obligando mucho al toro, que está quedado y hecho un guasón. Al rematar un pase coge un pitón por la base y le empuña largo rato. Sigue con uno de pecho colosal y un molinete estupendo, entre ovaciones y rugidos del público”.
El revistero de El País pone especial énfasis en los alardes de valor ante este tercero: “Juan, armado de muleta, trastea, metiéndose materialmente entre los pitones, variando el repertorio de los pases bonitos entre entusiastas y frecuentes ¡olés¡ y ¡bravo!”.
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Caricatura de Belmonte en The Kon Leche |
A hombros hasta Triana
Con el que cerraba plaza, el criterio del cronista de El Heraldo se acrecienta: “Fué una verdadera borrachera de toreo clásico, neto, rondeño puro, sin trampa alguna, exponiendo el físico á cada pase, dominando al miureño, que desde que salió al anillo no dejó de hacer cosas feas, a fuerza de arrimarse y apretarse con él.
Para sus paisanos, para los 14.000 espectadores que hoy le han visto con dos miureños grandes y mansos, no cabe duda de que Belmonte es un fenómeno de valentía y un fenómeno de arte y pundonor profesional. Los espectadores, locos de entusiasmo, poseídos de verdadero frenesí, lo han llevado en hombros hasta su casa, situada en el barrio de Triana. El éxito deBelmonte ha sido tan como fenomenal es su toreo”
Lo sucedido en este último de la tarde, La Correspondencia de España lo narró en los siguientes términos: “Belmonte empieza con tres pases buenos por alto; continúa cerca con uno ayudado y otro de moIinete superior. Después continúa adornándose y remata cogiendo un pitón. Ovación y música. Entrando bien señala un pinchazo alto. Muchas palmas. Sigue con valentía, acariciando el testuz y oyendo ¡oles! del público. Otro pinchazo caído, llevándose la res el estoque. Entrando bien deja una corta superior, que mata. Gran ovación y vuelta al ruedo en hombros de los entusiastas”.
Y más adelante escribe a modo de conclusión; “Belmonte salió en hombros de los entusiastas por la Puerta del Príncipe y seguido de un grupo numeroso que los aclamaba, fue conducido del igual forma por el Paseo de Colón y el Puente de Triana hasta su domicilio. En el barrio de Triana era grande el entusiasmo, y todas las con conversaciones giraban sobre la faena de Belmonte en el sexto toro”.
La visión del cronista de El País no dejaba resquicio para la duda: “El último era cárdeno, bragao con encornadura aparente al objeto a que se destinaba. Belmonte volvió á derrochar alegrías y arte en el toreo previo a la suerte de varas. Ovación, que se repitió en los quites. Con la muleta acrecentó el entusiasmo de la gente, haciendo alardes de valor. Fue frenéticamente aplaudido. Da para matar dos pinchazos y termina con media honda de buena ejecución y resultado instantáneo. Ovación, petición de oreja y salida a hombros”.
Otro punto de vista se localiza en El Imparcial, donde puede leerse: “Sigue de cerca y parando é intercalando molinetes, obligando mucho al toro, que está quedado y hecho un guasón. Al rematar un pase coge un pitón por la base y le empuña largo rato. Sigue con uno de pecho colosal y un molinete estupendo, entre ovaciones y rugidos del público. Entrando de dentro aa afuera da un pinchazo alto. (Ovación.) Otro molinete estupendo. Otro más, apoyando la mano en el testuz. Pincha nuevamente. Más pases, valiente y adornándose, y una gran estocada que hace rodar al toro sin puntilla. El público, poseído de frenesí, se arroja al ruedo, abrazando al diestro (hay quien le besa), y en hombros le hacen dar varias vueltas al ruedo y luego le llevan así hasta su casa de Triana”.
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