Cuando el toreo comenzó a vivir su duelo

por | 10 Jul 2016 | Temporada 2016

PAMPLONA. Cuarta de la feria de San Fermín. Lleno total. Toros de Pedraza de Yeltes, con mucha presencia y poco juego. Curro Díaz (de rosa y oro), silencio  y silencio. Iván Fandiño  (de rosa y oro), silencio y silencio tras un aviso. Juan del Álamo (de verde manzana y oro), silencio y silencio tras un aviso.
En memoria de Víctor Barrio, los toreros hicieron el paseíllo desmonterados y sin música; al finalizarlo, con todo el público  en pie, se guardo un minuto de silencio, mientras desde un tendido de sol se interpretaba "Silencio" de forma verdaderamente emocionante.

Bien podría decirse que, pasado el primer sobresalto de lo inesperado, todos hemos comenzado a vivir el duelo, que es duro y doloroso, pero hay que vivirlo.   Y cuando se consiga cerrar esa etapa del duelo, de ningún modo eso tendrá que ver con el olvido; por el contrario vivir el duelo es tanto como situar definitivamente  a quien hemos perdido en el lugar de lo íntimo, ese lugar donde su memoria permanecerá intacta y cuyo recuerdo nos permitirá abrirmos de nuevo a la vida que sigue.  

Como bien explican los sicólogos, el duelo no se circunscribe tan sólo a las familias, incluso en su sentido más amplio. También ocurre en las colectividades sociales. Con el punto común de la pasión por el arte del toreo, todos formamos un grupo compacto y vivo, capaz de anular las muchas diferencias que luego puedan separarnos. Por eso es tan lógico que todos también debamos vivir nuestro propio duelo por la pérdida de uno de los nuestros.

En el inicio de este duelo, la tarde pesó mucho, muchísimo, en el ánimo. Y eso se palpaba desde antes de comenzar el festejo. Por si hacía falta algo más, los toros de Pedraza de Yeltes cortaron en seco todo propósito de la terna rendir en esta tarde al compañero desaparecido el homenaje con un triunfo rotundo. Se entiende, pues, que los ánimos estuvieran tan bajos cuando se abandonaba la Monumental pamplonesa, con la sola esperanza de que el lunes las cosas discurran para todos en mejor sintonía, también para ir asimilando el duelo.

A enderezar las cosas  en nada colaboraron, sino todo lo contrario, los toros de Pedraza de Yeltes. Lo podrán justificar diciendo que es “el toro que quiere Pamplona”. Pero no es cierto. Ese toro serio y de mucho respeto que pide Pamplona no viene definido ni por la báscula, ni por la altura o la largura, bien marcado por la casta, por el poder y por la bravura. Y ninguno de esos tres conceptos se venden al peso. Sin embargo, tales conceptos, tan elementales, se transmutaron otra vez en toros como armarios, que luego difícilmente podían tirar de sus muchos kilos.

Es cierto que la corrida fue muy fiel a las características que le vienen dando sus propietarios a las camadas: toros de mucha alzada, cargados de kilos y con defensas aparatosas; toda ella muy pareja y con estampa, ideales para montar una exposición de salón. Pero también muy pareja, malamente pareja, para la lidia: con una base de nobleza, luego no podían desarrollarla porque carecían ese mínimo de recorrido y de entrega que exige el toreo, viniéndose a menos incluso antes del último tercio, a la vez que se aquerenciaban en las tablas, que eran donde de verdad estaban a gusto. Todo era como una pura contradicción, hasta tal punto que hubo toros que fueron con alegría al caballo –en el que abrió la tarde, Curro Sánchez dejó un puyazo perfecto–, pero a continuación ponían pies en polvorosa para irse a su querencia.

El ejemplo más evidente de esta mala condición se pudo comprobar, y por seis veces, en las dificultades que la terna encontró para realizar bien la suerte de matar. Con los toros agarrados férreamente al piso y echando la cara arriba, resultaba materialmente imposible cruzar el fielato para dejar la espada en su sitio. No era una cuestión de decisión o de acierto por parte de los espadas; es que no daban otra opción que la de matarlos habilidosamente, aceptando licencias y ventajas que en otro caso serían censurables. Y aún así, muy trabajosamente lo conseguian.

Meritoria la actuación de Curro Díaz. La procesión iría por dentro, sin duda; pero en la plaza sacó todas sus arrestos. Y así frente al 4º –que tuvo algunas embestidas algo más largas–, le sopló tres series, dos con la mano derecha y una con la izquierda, que tuvieron usía. Se le veía encorajinado consigo mismo: no podía irse de vacío en una tarde tan singular para él como era ésta. Fue imposible, con el último pase de pecho, tan torero, se acabó la historia del “pedraza”, se cerró la puerta del triunfo.

Ni para Iván Fandiño, ni para Juan del Álamo las cosas iban a discurrir de forma diferente. Buenos propósitos, muchas ganas de pelea, exposición hasta donde no merecían los de Yeltes, pero todo prácticamente para nada. Y para colmo, cuando realizaban todo esos esfuerzos, de antemano sabían que perseguían un imposible. Su mérito radicó en esta ocasión en que no por eso tiraron la toalla, sino que se empeñaron una y otra vez.

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Taurología

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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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