Echa a andar la feria de San Isidro, con su epílogo en la primera semana de junio. Un mes largo de toros en la que quiere seguir siendo la primera plaza del mundo, pueden dar para mucho. Pero también suelen ser el escenario de más de una contrariedad. Y es que los toros no son como una obra de teatro, en cuyo guión se describe con todo detalle su curso y su desenlace final; aquí las circunstancias tan diversas que intervienen en un festejo taurino se suceden en vivo y pueden hacer variar el curso de las cosas de forma inesperable.
La experiencia de este 2013 esta plagada incluso de más incógnitas que otras anteriores. La incógnita de la reacción de los espectadores ante la taquilla, tras el fiasco de los abonos; las incógnitas del momento cambiante de los toreros y del momento tan preocupante como conocido en el campo ganadero.
Pero de todas las incógnitas quizás la más tremenda se encuentra en la interrogantes que tienen por delante ese grupo de toreros tan numeroso –quizás en un exceso de la empresa– que llegan a Madrid en la búsqueda de la oportunidad que necesitan para romper. Claro que a las figuras les puede afectar en una cierta medida tanto un traspiés como un triunfo; pero a finales de año su número de contratos será el que tenían previsto. Sin embargo, en ese otro caso lo que se juega es salir o no salir hacia adelante.
En esto el mundo de los toros es tremendamente duro. En estos días se han anunciado dos alternativas novilleros que en su momento tuvieron un gran ambiente y que ahora pasaran por Las Ventas; han bastado un grupo de tardes mediocres para que hayan perdido de forma preocupante toda su vitola y hoy lleguen al doctorado sin el horizonte despejado. Tener luz verde para ese futuro tiene por nombre Madrid.
Pero otro tanto le ocurre a los matadores de toros: cuando andan en sus comienzos en el escalafón –y el serial madrileño es pródigo en confirmaciones–, como cuando pierden comba, con eso que taurinamente siempre se ha conocido como “un bache”, cuánto trabajo cuesta volver a situarse en los carteles fuertes; de inmediato pasan a formar parte de carteles menores, cuando entran en ellos.
Aunque nunca pueda considerarse como una competición, la realidad es que nada hay tan competido como el toreo: en cuanto te descuidas el hueco que uno se ha labrado pasa a estar en otras manos, por más expediente que se pueda poner encima de la mesa.
Y todo ello por una serie de causas que se escapan en su mayoría del control de los protagonistas. Que haya suerte o no en el sorteo, que el ambiente la plaza sea uno o sea otro…., hasta que haga o no ese viento traicionero tan propio de las Ventas. Todo influye. Pero a la hora de la verdad sólo vale el triunfo, que no se ve modificado por más causas explicativas que puedan aducirse.
Por eso, ahora, cuando comienza el carrusel isidril, se abre un abanico de esperanzas, que luego pueden consolidarse o reconvertirse en todo lo contrario: desesperanzas. Cierto que en otras épocas hubo toreros que incluso se mantuvieron en el capítulo de los elegidos sin el refrendo de Madrid. Los casos de “Chamaco” o de Emilio Muñoz son, en este sentido, paradigmáticos. Pero las circunstancias de hoy, en plena recesión, no son las de esas otras épocas. Hoy entrar en unas ferias en cuarto menguante es un bien escaso y duro de conseguir, para el que además hay demasiados aspirantes.
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