Puede parecer extraño o cuando menos sorprendente que “en la tierra de María Santísima”, en la tartésica Spal ó “tierra llana”, en la Híspalis romana o la andalusí Isbiliya -en Sevilla, para entendernos-, quisieron prohibir las corridas de toros en España.
Esa tierra plagada de innumerables ganaderías bravas, donde pastan los toros sagrados desde tiempo inmemorial, como lo afirmaba ya el historiador Diodoro de Sicilia en el siglo I a.C. -cuando describió el décimo trabajo de Hércules que consistió en robar los toros andaluces del mítico Geryón, de los cuales regaló unos cuantos a “uno de los reyes del lugar” que los consagró al héroe-, termina diciendo: “Y sucede que hasta hoy en Iberia los toros son sagrados”. (1)
En esa ciudad que rememora glorias inmortales de épocas pasadas, como se refleja en unos versos de la lápida (del año 1578, cambiada, por la que aún existe, de 1622) que coronaba el arco de la desaparecida Puerta de Jerez (originalmente de estilo almohade que fue derribada en 1846 y reemplazada, por otra de estilo neoclásico, que desapareció cuando derribaron la muralla en 1864):
Lápida de la Puerta Jerez |
Hércules me edificó,
Y siendo sagrados los toros en la tierra donde ganó prez y fama San Isidoro de Sevilla, cuna de Velázquez, Murillo, Juan Belmonte, Sánchez Mejías, Pepe Luis Vázquez y una extensa nómina de toreros y personajes ilustres, en cuya plaza de toros, la Real Maestranza de Caballería, se han escrito con sangre torera las páginas más brillantes y épicas del toreo y donde ha brotado y sigue manando el arte del toreo más sublime que ojos de aficionados hayan contemplado; donde los silencios impresionan y son el exponente de la emoción contenida del gozo, que explotará en restallante “Olé”, cuando el torero rubrica una primorosa tanda con capote o muleta; por donde han pasado los más gloriosos intérpretes de la Tauromaquia, desde el siglo XVIII hasta nuestros días y aún así los máximo regidores de esa ciudad quisieron prohibir los toros?. Pues a pesar de lo inverosímil y sorprendente que pueda parecer, como se suele decir “la realidad supera a los hechos”. Y así fue, a tenor de los documentos históricos que les aporto y que están custodiados en el Archivo Histórico Nacional de España. (2)
Pronunciamiento de Fernando VII |
En ese año de 1820 comienza el llamado “Trienio Liberal ó Trienio Constitucional”, caracterizado por la inestabilidad política, causada por los intentos absolutistas de Fernando VII, por una parte, y por las rencillas entre los liberales moderados y exaltados, por otra. Y como ocurre con los bellacos polítiquillos de todas las épocas, ora visten casaca, ora levita. En ese contexto de veleidades, el Ayuntamiento de Sevilla eleva al Rey una burda solicitud para que se prohibiesen las corridas de toros y de novillos de muerte en toda España, y se restableciese la Real Cédula de Carlos IV, de 10 de febrero de 1805, que los prohibía en todo el territorio nacional. El escrito que acompaña a la solicitud al Rey, va dirigido al Secretario de Estado y del Despacho de la Gobernación de la Península, cargo equivalente al de Ministro de la Gobernación o del Interior y está firmado por D. Manuel de Asme, que ostentaba el rimbombante cargo de “Procurador Síndico primero del Ayuntamiento Constitucional” de la capital hispalense y dice así:
“Exmº. Señor
Firma autógrafa de D. Manuel de Asme |
Dios guarde a V.E. muchos años. Sevilla 12 de Julio de 1820
La solicitud formal del Ayuntamiento, para que Fernando VII prohibiese las corridas de toros, estaba redactada en papel sellado con “Sello 4º, de 40 mrs”, que era de obligado cumplimiento, donde se exponían una serie de argumentos con fundamentos tan simples como reiterativos, usados ya desde los recursos a las Encíclicas o Breves pronunciados por los Papas en los siglos XVI y XVII, y cuya inconsistencia argumental resume muy bien el Secretario de Estado, en el escrito que traslada la solicitud a Fernando VII: “…Las razones en que se funda son que estos espectáculos están imitados de los Gentiles, y los perjuicios que experimentan a la Agricultura y la industria, en la pérdida de Toros y Caballos, además del horror que excita la lucha desigual entre los hombres y las fieras…”, lo cierto es que la literalidad del anti-taurino texto del sevillano Consistorio, era el siguiente:
Ayuntamiento de Sevilla a finales del siglo XIX |
“Señor
Firmas autógrafas de los autores de la felonía |
Rendidamente suplica a V.M. se digne en Justa consideración á las razones insinuadas a resolver que por punto general se llebe a debido efecto la Ley prohibitiva de las fiestas de Toros, y Novillos de muerte, anulando de nuebo cualquier privilegio, y gracia ecspecial de su concesión. Asi lo espera de la inalterable rectitud de V.M. y pide al Todo Poderosos le conserbe, y prospere para felicidad de la Nacion por dilatados años en su mayor grandeza. En este Ayuntamiento á 10 de Julio de 1820.” (3)
Se olvidaban los síndicos sevillanos de las ventajas y contrapartidas económicas -a tantos males argüidos en la solicitud-, que se derivaban de la celebración de las corridas de toros y los beneficios que obtenían, ayuntamientos y hospitales, con dichas ganancias.
Como ya apuntamos, la solicitud siguió el curso reglamentario hasta el Rey, y a fe de reconocer que hasta don Juan Tenorio tuvo “un segundo de contrición” para salvar su alma, también aquí el monarca “felón” no cometió ¡gracias a Dios!, la infamia que solicitaban y esperaban los munícipes sevillanos, sino que, “Eureka”, se puso la petición sevillana “por montera” y la liquidó con una escueta anotación: “en Palacio 19 Agosto 1820. Negado”, con lo que las prohibitivas pretensiones quedaron colgadas en las “cruces del monte del olvido” que canta la folklórica canción “Dos cruces”, de Carmelo Larrea.
Aún así, según apunta el Marqués de Tablantes parece ser que el Ayuntamiento no se desanimó con tal negativa, y al año siguiente, 1821, vuelve a la carga con otro escrito, esta vez al Congreso: “El Ayuntamiento de Sevilla dirigió a las Cortes una solicitud que encabezaba diciendo: <que ofendería la sabiduría del Congreso deteniéndose en demostrar cuán perniciosas y funestas eran las corridas de toros para la agricultura, la industria y la moral pública>, etc., y pidiendo la total supresión de las mismas”. Como diría un castizo “vuelve la burra al trigo”. (4)
La realidad fue que, la reiterada solicitud, debió correr la misma suerte que la petición del año anterior y parece ser que ni siquiera recibieron contestación del Congreso y, tal como señala el Marqués de Tablantes, ese año se dieron corridas de toros en Mayo y Junio. En fin, como decía Quevedo:
“restitúyanse justas y torneos,
Hasta aquí el relato de una pretensión frustrada de un Ayuntamiento que, una década después, en 1830, vería alumbrar el proyecto del Conde de la Estrella, sugerido y avalado por Fernando VII, de la apertura de la primera Escuela de Tauromaquia, en Sevilla, de la que fueron directores Pedro Romero y Jerónimo José Cándido. Pero esa historia se la contaré otro día.
BIBLIOGRAFIA
►Los artícuos y estudios de Plácido González Hermoso pueden consultarse en la web: www.losmitosdeltoro.com.
0 comentarios