PAMPLONA, 13 de julio de 2012. Séptima de feria. Lleno total, en una tarde con rachas de viento a ratos. Toros de Juan Pedro Domecq, mal presentados y bajos de raza y motor; el único encastado fue el 2º. David Fandila “El Fandi” (de grosella y oro), silencio y silencio. Miguel A. Perera (de verde botella y oro), silencio tras aviso y silencio. Alejandro Talavante (de azul pastel y oro), una oreja y silencio.
En esto del toreo hay misterios que parecen insondables. O a lo mejor no lo son. Estamos cansados ya de ver cómo las corridas con vitola acaban siendo unos pequeños o grandes desastres. Pero no pasa nada: a la feria siguiente la figura de turno se vuelve a anunciar con ella. Y hasta discuten con las empresas disputándose un puesto en esas ternas. Luego, como este viernes, o como el jueves, se estrellan contra el muro insalvable de la falta de casta y de raza, de las medias embestidas… Eso sí, son toros que no molestan, alguna virtud tendrían que tener. Así vamos tirando.
¿Se imagina el lector el lío que le habría podido formar Perera al quinto toro de Miura, con lo largo de iba por el pitón izquierdo? ¿O la que habría formado Talavante a cualquiera de los “cebadas”? Pero no hay que preocuparse: repasen los carteles que están a la espera y comprobaran como vuelven a aparecer con los mismas ganaderías. Si ya hasta lo de Fuente Ymbro o lo de Alcurrucen resulta que molestan. ¿Dónde está el misterio? Creo recordar que fue precisamente uno de los hermanos Lozano el que no hace mucho explicaba que se estaba cambiando el concepto de bravura por el de docilidad. Y es cierto, lo que ocurre es que el toro dócil entra de lleno en la galería de los aburrimientos soberanos, al carecer de elementos esenciales del toreo, como son la emoción y el riesgo.
En esta penúltima de feria hemos tenido ración doble de todo ello, con el agravante añadido de que media corrida era manifiestamente anovillada y sin remate alguno. Como mucho se tapaba algo con la cara, y no todos. Como los cangrejos. Vamos que tres o cuatro no habrían pasado el reconocimiento en Las Ventas, dado el nivel que se ha impuesto últimamente para las novilladas.
Juan Pedro Domecq mandó a Pamplona cinco cinqueños, de los que tan sólo uno tuvo ese punto indispensable de casta y de motor, que fue el segundo. Por los otros parece que no había pasado la edad, porque ni siquiera estaban rematados. Eso sí, ninguno tiraba cornadas, ni hacía cosas feas; bastante tenían con mantenerse de pie y dar más de dos pasos seguidos. ¿Eran nobles? Más bien diría que eran aburridamente dóciles. Y para colmo carentes de fuerza.
El único que se salvó de la quema fue el ya citado segundo, que sin ser como para perder la cabeza, al menos tuvo un punto de raza y algo más de motor. Lo cuajó Miguel A. Perera, ya recuperado de su último percance. Un par de series con la izquierda resultaron magníficas. Y hasta le permitió su arrimón final. Luego se puso pesado con la espada y todo quedó en nada. Pero al menos proporcionó al personal los momentos más vibrantes de la tarde. El quinto se acabó antes de empezar, quizás muy disminuido físicamente por la vuelta de campana y la costalada consiguiente que dio ya de salida.
Por más que lo cuidaran en el caballo, el toro que abría plaza le aguantó a “El Fandi” hasta las carreras del tercio de banderillas, espectaculares pero no siempre cuadrando como es debido. Aquí ya quedó agotado y por más que le llevara templadamente, tan sólo conseguía sacar muletazos de uno en uno. Todo aquello carecía de contenido. Más de lo mismo ocurrió con el cuarto de la tarde.
Al novillote sin clase alguna que hizo tercero le cortó una oreja Alejandro Talavante, tras una faena monótona y cansina, como era la embestida de su enemigo. Una oreja puramente estadística. Tampoco en el que cerraba plaza tuvo opciones de sacar al torero que lleva dentro. En los dos la espada se le fue el célebre “rincón”, en una tarde en la que se mató mal.
El encierro
Los toros de Juan Pedro Domecq protagonizaron un encierro con emoción, en el que la tensión siempre estuvo presente. Desde el inicio, dos toros negros se adelantaron del resto de la manada corriendo a una gran velocidad. Por detrás un toro colorado fue barriendo uno de los lados de la acera y por detrás el resto de la manada prácticamente unida todo el recorrido.
Cinco corredores han sido atendidos diversas contusiones o traumatismos debido a la violencia de una carrera que por otra parte no ha arrojado heridos por asta de toro. Dos de estos mozos han sido trasladados al Hospital de Navarra, uno aquejado de un pisotón que provoca contusión torácica y otro de una contusión en la pierna izquierda.
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