Cruzarse, cargar la suerte, ligar las series: historia de una evolución natural del arte del toreo

por | 26 May 2016 | Informes

De forma periódica, en Las Ventas llegan unos días en los que desde el tendido sale más de una voz al grito de “crúzate”, o de otros de íntima correlación que desembocan en ese mandato fundamental que se concreta en “cargar la suerte”. Podría decirse, a vuelapluma, que el primero de estos conceptos guarda relación con la forma en que el torero se coloca para iniciar una suerte, en tanto el segundo se refiere a la manera concreta de cómo la realiza, en un proceso en el que no son facilmente disociables el uno del otro.

Hay que reconocer, por lo demás,  que suelen ser un reproches éstos que se dedican a unos toreros determinados, no a la generalidad de los que abusan de ese otro toreo en línea, o con la suerte descargada, o las dos cosas a la vez. No es ésta ninguna novedad, que ya a finales del siglo XIX podían leerse polémicas de similar porte en la prensa de la época.

De forma un tanto –más bien un mucho–  contradictoria con estas peticiones que reclaman ortodoxia, en nuestros días ha crecido exponencialmente las preferencias del público por las series tan ligadas de muletazos que, a la postre, no forman más que una especie de rueda  alrededor de la figura del torero, que de modo necesario acaba situado al hilo del pitón y metido en el costillar de su enemigo.

Don José María de Cossío en su enciclopédica obra de “Los Toros” definía el término “cargar la suerte” de una forma bastante difusa, acogiéndose al criterio de Pepe Hillo: “Cargar la suerte es la acción de torear el diestro de perfil, alargando los brazos y teniendo los pies en la mayor quietud para llamar al toro y hacerle la suerte a un lado”. Y cuando se busca la voz “cruzarse” de forma muy escueta el académico dice: “Atravesarse el diestro en la suerte hacia el cuerno contrario del de su dirección; es decir, hacia el derecho si  de derecha a izquierda, hacia el izquierdo, si es de izquierda a derecha”.

Pero no todos los autores ni todos los toreros han dado el mismo significado, ni la misma relevancia, a ese término tan taurino de “cargar la suerte”, o de ese pariente tan próximo que ese “cruzarse con el toro”.

El concepto de cargar la suerte

No hace mucho, en aquella magnífica entrevista de José L. Benlloch le hizo a “El Juli” en “Aplausos” en el pasado mes de marzo, hubo unas palabras del torero que levantaron su polémica. Era cuando afirmaba: ”Cargar la suerte para m en el pasado mes de marzoambiñedad importante"lla. Si es as misma relevancia, a ese tñlos que aburan del toreo en líí es que el peso del cuerpo esté sobre la pierna de salida. Si está atrás no importa siempre que estés descargando en ella. Si es así, lo que hace es que el muletazo sea más redondo y más largo, que también es cualidad importante”[1] .

El torero de Velilla de San Antonio no es el único ni el primero que en la historia ha pensado así. Guillermo Sureda, en su magistral “Tauromagia”, aseguraba que ya sea adelantando la pierna ya retrasándola, “en ambas posturas están aficionados buenos y profesionales buenos. De modo que, en principio –amigo lector- y sea cual sea su opinión sobre lo que ahora nos ocupa y preocupa, las cosas no están tan claras como a simple vista puede parecer. ¿Cargar la suerte constituye una ventaja o significa la indispensable rúbrica para un toreo de calidad?”[2].

Incluso Pepe Hillo, en su “Tauromaquia, o ciencia del toreo”, deriva hacía una interpretación mucho más simple: “Cargar la suerte (tiempo central) es aquella acción que hace el diestro con la capa, cuando sin menear los pies, tuerce el cuerpo de perfil hacia afuera, y alarga los brazos cuanto puede”.

Se trata, pues, de una cuestión que viene de largo y que podría unirse más que a una evolución del modo de interpretar el arte del toreo, a una forma diferente de adaptarse a las características del propio toro bravo. Se atribuye a Ricardo Torres “Bombita” ser precursor de esta nueva manera de entender el toreo, cuando se va pasando de forma paulatina de un “toreo de expulsión”, esto es: dirigiendo la embestida hacia fuera de la suerte para separarlo del cuerpo del torero, hacia aquella otra del “toreo de reunión”, cuando se busca ante todo que el toro discurra en su viaje en torno a la figura del torero.

Pero en la concepción de “Bombita” el adelantar o no la pierna contraria iba siempre en relación con las condiciones del toro; incluso  llega a considerar como propio de ese adelantar la pierna cuando se trate de toros broncos y fieros, porque acentuaba el efecto necesario que suponía el alargar los brazos en el manejo de las telas.

De hecho, todo este debate procede de la época en la que tanto el toro como el toreo comienzan a atemperarse y su eje central pasa porque el torero se quede quieto mientras dirige la embestida de su enemigo. En las crónicas de comienzos del siglo XX ya se ponía en valor el hecho  que el torero adelantara la pierna contraria, por entender que al tener el compás abierto le resultaba más complejo tener que rectificar si el animal se le vencía al llegar a su jurisdicción. Sin embargo, lo que para Don Modesto era un mérito, para F. Bleu resultaba tanto como una ventaja.

El gran cambio del toreo

Se comprueba en los Anales de la Tauromaquia, como es bien sabido,   que fueron Joselito y Belmonte los que acabaron en gran medida con esta disparidad de criterios. Frente a lo que venía siendo ya la clásica del “citar, cargar y rematar”, Belmonte impone su propia trilogía, la del “parar, templar y mandar”. Ahí se encuentra el núcleo central de la revolución belmontista. Como bien estudió don Luis Bollaín[3], el objetivo ya no era que el toro pasara de largo, sino que pasara alrededor del torero, que además debería ser capaz de realizar las suerte con lentitud y a ser posible con arte, con sentido estético.

Observa en un magnífico trabajo al respecto José Morente[4] –un bloguero de obligada lectura–, que tanto “Gallito” como Belmonte “toreaban con el compás abierto como lo hacia Bombita y antes lo había hecho Guerrita. Pero Juan paraba y templaba y José ligaba el toreo en redondo. Importante precisión: Ambos sacan la pierna de salida pero no hacia el frente (de donde viene el toro) sino más bien hacia atrás (hacia donde va el toro)”.

Aunque se haya tardado en reconocerle todos sus méritos, la conjunción perfecta de estas ideas belmontista la plasma unos años más tarde Manuel Jiménez “Chicuelo”. En España fue con el toro “Corchaito”, con el hierro de Graciliano Pérez Tabernero, un 24 de mayo de 1928 y en Madrid; luego, antes y después, en otras muchas ocasiones. Pero de la tarde de “Corchaito” se pudo escribir que “Chicuelo” “con esos magistrales naturales ligados en redondo sin cambiar de posición se adentró en una nueva dimensión artística y circular. A partir de ahí todos sus compañeros le imitaron y aún hoy todavía lo hacen”, como ha escrito Ignacio de Cossío, quien añade:un toreo basado en la ligazón, en la vertebración entre un pase y otro para que la faena de muleta tomara cuerpo, de tal manera que ya no consistía en preparar el toro para la estocada, sino en crear arte, belleza, encadenando cada muletazo en una secuencia infinita y constante”.

Al recoger aquel acontecimiento, Federico M. Alcázar en las páginas de “El Imparcial” escribió que  “Chicuelo realiza con el toro “Corchaito” la faena más grande del toreo”. Y añade: “¿Cómo toreó Chicuelo? Como nunca se ha toreado”. Y más adelante detalla: “lo grandioso, lo indescriptible, lo que arrebata al público hasta el delirio, es cuando el torero, ¡el torero!, ejecuta cuatro veces el pase en redondo girando sobre los talones en un palmo de terreno. Es algo portentoso, de maravilla, y de sueño. Suave, lento, el toro va embebido, prendido, sugestionado, describiendo los círculos en torno al artista, que permanece inmóvil en el centro”.

Sin embargo, una descripción más precisa, incluso más apasionada, de esa nueva forma de entender el toreo se localiza dos años antes en “El Universal”, de México, en la crónica que firma Enrique Guarner relativa a su actuación en la capital azteca, la tarde que compartió cartel con Juan Silveti en 1926. "No hubo en el maravilloso muleteo –escribe el cronista– un solo detalle de chabacanería, ni un desplante relumbrón, ni siquiera un tocamiento de testuz, ni tampoco vueltecitas de espaldas y sonrisas al público. No, lo que hubo fue mucho arte, mucho valor y mucha esencia torera. Lo que hubo fueron 25 pases naturales. Todos ellos clásicamente engendrados y rematados provocando con la pierna contraria, dejando llegar la cabeza del toro hasta casi tocar al lidiador y en ese momento, ¿me entienden señores?, en ese momento desviar la cabezada mientras el resto del cuerpo del toro seguía su viaje natural y pasaba rozando los alamares de la chaquetilla…. Yo juro que en los veinte años que tengo de ver toros, jamás me había entusiasmado como ahora[5]”.

En adelante este discurso siguió vivo, incluso con más fuerza, aunque las explicaciones de orden técnico se vayan matizando. Resultan de gran interés a este respecto las apreciaciones que realiza Marcial Lalanda[5], con una concepción tan distinta del toreo a la de “Chicuelo”, cuando recordaba al referirse a estas cuestiones  que “cada lance tiene su distancia justa, para que el toro tenga su acometida. A partir de ahí el torero ha de parar, templar, mandar y cargar la suerte. Incluso una serie de pases no debe confundirse con esa noria en la que el toro no ve lo que embiste y el torero ha citado y está situado en la pala del pitón. Debe estar de frente o un poco oblicuo, pero a la distancia precisa”. Para el torero de Rivas-Vaciamadrid resultaba fundamental ese “cargar la suerte” entendido como adelantar la pierna contraria, de hecho, se lamentaba que “hoy, por desgracia, lo habitual es lo contrario: descargar la suerte, echar la pierna atrás”.

Aún más contundente al respecto fue Domingo Ortega, en su célebre conferencia del Ateneo de Madrid titulada “El arte del toreo[7], cuando afirmaba que “los aficionados tienen mucha culpa por no haber seguido fieles a las normas clásicas: Parar, Templar y Mandar. A mi modo de ver, estos términos debieron completarse de esta forma: Parar, templar, cargar, y mandar; pues posiblemente, si la palabra cargar hubiese ido unida a las otras tres desde el momento en que nacieron como normas, no se hubiese desviado tanto el toreo”.

Y en aquella misma conferencia el maestro de Borox afirmó de manera rotunda: “Cargar la suerte no es abrir el compás, porque con el compás abierto el torero alarga, pero no se profundiza; la profundidad la toma el torero cuando la pierna avanza hacia el frente, no hacia el costado”.

De alguna forma es la tesis que años después asumió, por ejemplo, el gran Rafael Ortega, tan rotundo como era su toreo, cuando sentenciaba que “en mi concepto lo más puro es dar medio pecho, con el compás abierto lo justo –ni mucho ni poco– para cargar la suerte apoyando el peso sobre la pierna contraria[8].

Las nuevas formas de entender el toreo

Pero en épocas más próximas estas tesis han ido evolucionando. De hecho, llamaba la atención Pepe Alameda cómo, por ejemplo,  el maestro “Antoñete” toreaba en líneas paralelas con el toro; de esta forma, la suerte no la cargaba adelantando la pierna de salida, sino quebrando la cintura para hacer gravitar el peso del cuerpo sobre aquella[9]. Con otras palabras, viene a aproximarse a la tesis que hoy sostiene “El Juli”.

Sin embargo, este debate se complica un tanto cuando en nuestros días a todos esos elementos más clásicos del parar, templar, cargar y mandar viene a unirse otro nuevo, aunque en realidad desde la innovación de “Chicuelo” en su estricto sentido no es realmente nuevo: lo novedoso radica en la mayor exigencia con la que hoy se pide. Se trata de ligar las series de una forma muy compacta, sobre la base de dejar el menor tiempo y distancia posible entre un muletazo y el siguiente. Se reduce en tanto la distancia y el tiempo que en la práctica ambos desaparecen.

Llegados a este punto hay que volver sobre la concepción que tenía Marcial Lalanda, cuando denunciaba algo que hoy se ve con gran frecuencia en el ruedo: en ese intento de extralimitar la ligazón de una serie, al final se llega a confundir una serie ligada de pases “con esa noria en la que el toro no ve lo que embiste y el torero ha citado y está situado en la pala del pitón”.

Bajo de un punto de vista puramente técnico, esta forma de desenvolverse, que hoy levanta pasiones en los tendidos, no puede fundamentarse en cumplir al pie de la letra de los cuatro elementos que eran fundamentales para “Chicuelo” o para  Domingo Ortega sobre el buen torear. Ni siquiera en una adaptación libre del torero. Es, sencillamente, otra cosa, que va mucho más allá de ese pausar los muletazos para cumplir la reglas de la ortodoxia.

Desde la concepción de Antoñete o de El Juli, en cambio, cuando la suerte se carga también con el quiebro de la cintura –siempre que la pierna de salida siga siendo la que sustenta al torero–, puede resultar más posible hasta un cierto punto cohonestar ambas posturas: los cuatro mandamientos clásicos y la exigencia del público actual. En el fondo, porque si se cumplen las cuatro reglas no cabe en simultáneo buscar  –como tantos hacen hoy en día– tapar hasta físicamente la salida al toro para que así describa la referida noria en una especie de refundación del movimiento continuo. Pero si se siguen los criterios de la ortodoxia, no se debe  adulterar el criterio más propio del toreo si al construir una serie se le concede al animal su forma de embestir, ocupando el torero el lugar y la posición que le corresponden de modo natural
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[1] José L. Belloch. “El Juli un paso más allá”. Aplausos nº 2006.
[2] Guillermo Sureda. “Tauromagia”, Espasa Calpe, 1978.
[3] Luis Bollaín, “El "parar, templar y mandar", sigue en la brecha”. El Ruedo, 28 de marzo de 1967.
[4] José Morente, “Cargar la suerte”, tres entregas en:
http://larazonincorporea.blogspot.com.es
[5] Enrique Guarner, El Universal, México DF, 26 de octubre de 1926.
[6] Marcial Lalanda y Andrés Amorós, “La Tauromaquia de Marcial Lalanda”. Espasa Calpe1988.
[7] Domingo Ortega, “El arte del toreo”, Ateneo de Madrid,29 de marzo de 1950. 
[8] José L. Ramón. “Todas las suertes por sus maestros”. Espasa Calpe, 1998.
[9] José Alameda. “Historia verdadera de la evolución del toreo”. Bibliófilos Taurinos de México, 1985.

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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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