VALLADOLID. Primera de feria. Un cuarto de plaza. Toros de Carlos Charro. Leandro, oreja y oreja. Daniel Luque, silencio y ovación. Jiménez Fortes, oreja tras aviso y oreja tras aviso.
Al término del paseíllo se guardó un minuto de silencio en memoria de José Luis Marca.
Lo reconozco. Soy cristiano y feliz. Y lo soy gracias a una fe sin complejos en doble sentido. Obviamente en el plano de lo divino se trata de un asunto de creencias, que no obstante, en gran parte, ligo con certeza con esa segunda confesión, la de ser feliz. Pero en esta segunda revelación, además, tiene mucho que ver otra cuestión de fe, la que desde tiempos atrás profeso y confieso, con y sin objetividad, por Leandro y Jimenez Fortes. Lástima que a otros “cristianos” más “ronaldos” les asfixie su avaricia descomedida en busca de más millones o de ser “trending topic” en su propio escalafón sin darse cuenta de que hay otras formas más humildes e “iniestas” de ser legendario, o sin percatarse de que las pretensiones económicas o vanidosas no llenan el espíritu del regocijo que se alcanza con el arte, y en particular con el sacro arte del toreo. ¡Qué rabia que Cristiano Ronaldo esté triste con lo fácil que es ser feliz siendo taurino y disfrutando de toreros como los que hoy han abierto la Puerta Grande del coso de Zorrilla de Valladolid!
Peor para él, porque sin embargo yo, como otros muchos, muchísimos, tenía una enorme fe en la religión de estos dos toreros y hoy tampoco han defraudado. Tenía esperanzas e ilusiones en parte subjetivas por la enjundia de uno y la decisión de otro. Pero la chispa de la fe se apaga si no se encuentran razones tangibles que la mantengan viva. Razones objetivas que encuentro de sobra en la trayectoria de ambos y sobre todo en sendos temporadones y especialmente el mes de agosto que ambos han echado. Parece una historia predestinada. Un pucelano y un malagueño conducidos por un mismo apoderado, forjándose juntos en el invierno charro, y triunfando a la par en la tierra del uno y del otro. Este verano Leandro y Fortes han hermanado Valladolid y Málaga; y paradójicamente el castellano está tocado por la esencia del sur mientras el andaluz entiende la tauromaquia con la sobriedad del norte.
Lo cuento así porque las faenas al grano las describen otros que desde el callejón parece ser que aprecian mucho mejor los acontecimientos o que presumen de lucidez para interpretarlos, aunque yo no me resisto a dar algunas pinceladas tras otro apunte.
Leandro, que también es cristiano de religión, practicante, y de los que se encomiendan antes de cada faena con la medalla de su corbatín, su vasito de plata y las estampitas que guarda en el pecho, se santiguó visiblemente en memoria de José Luís Marca (D.E.P.) durante el minuto de silencio que guardó toda la plaza, o mejor dicho, el tercio habitado de ella, si bien con mayoría de entendidos sobre aficionados, antes de que con los carteles de relumbrón acudan en busca de protagonismo los figurantes populistas que en esta ciudad son una plaga.
Al lío. Tarde de viento molesto que sólo fue escusa para Daniel Luque, que aunque sorteó el peor lote se fue de vacío sin vérsele a gusto en ningún momento.
Leandro sin embargo se impuso a dicha adversidad ante el primero de la tarde, un cinqueño al que Agustín Sanz ofreció un buen puyazo cogido desde largo y en buen sitio. Faena trabajada tras brindar a sus paisanos ante un toro sin demasiado espíritu del que había que tirar poniéndole muy bien la muleta, tal como hizo el pucelano, echándosela muy adelante y llevándole muy cosidito, forzando que el animal repitiera, logrando trazos de mucha belleza y transmisión especialmente en una serie por cada pitón arrastrando la muleta. Templadísimo fue también un circular invertido previo al cierre de faena por manoletinas y a una estocada que fulminó a su oponente valiendo una oreja al conjunto de una faena con la que reivindica que su toreo no sólo es de empaque sino también de capacidad, entendiendo muy bien las distancias y terrenos. Como hiciera de nuevo en su segundo, un bastote al que además su cuadrilla lidió extraordinariamente con tacto y orden, tras fijarlo Leandro con mucha inteligencia con el capote, limando las asperezas iniciales. Brindó a Manzanares y comenzó la faena de forma soberbia con dos tandas con la diestra a favor del toro dándole distancia e impidiendo cualquier enganchón. Se apagó pronto al animal, sin opción por el izquierdo, pero supo Leandro concluir la faena con el regusto que le caracteriza en unos ayudados y una trincherilla de desmayo que junto a otra buena estocada completaron los méritos para una nueva oreja. Puerta Grande menos vistosa pero más categórica que en otras ocasiones por su tauromaquia sólida y artista donde esta vez además la fe vio respuesta también en la espada. Felizmente. Y felices todos por ello.
Y felices también por la abrumadora progresión de Saúl Jiménez Fortes que con un año escaso de alternativa ya se muestra tan maduro que anda hasta sobrado. Sobrado en plazas de segunda y con el toro de septiembre de Valladolid o Palencia tras los tragos heroicos que viene de superar en Málaga o Bilbao frente a los cuales estos compromisos parecen quedársele pequeños. Quizá le falten por pulir aspectos técnicos –esos dicen que nunca se terminan de perfeccionar como en ningún oficio-. Pero desde luego rebosa condiciones fundamentales, y como eje el valor. Un valor que sirve de garantía para hacer faena cuando no hay toro que torear. Ocurrió en el que cerraba plaza y el arrimón –sin encimismo desmerecedor- puso una emoción sobre el ruedo que valió una oreja. Antes había cortado otra a su primero. Le había saludado muy bien con el capote, con un remate muy torero. Le hizo un quite por chicuelitas de verdad, de los que engrandecen la suerte, a pies quietos, trayendo al toro embebido en el lance, no como los pastiches que se ven tantas veces. Se desmonteró su peón Martín Blanco por sus dos grandes pares de banderillas. Y ya con la franela exprimió a un medio toro de Carlos Charro (como el encierro en general), gracias a esa disposición y firmeza que desborda. Tanta que fue arrollado por un exceso de confianza al querer hacer un molinete de rodillas en el cierre de faena, prendiéndolo el toro por el chaleco sin consecuencias más allá del susto. Y lo finiquitó con una estocada de colocación trasera que ralentizó el efecto de la misma a pesar de lo cual, y tras un aviso, cortó una oreja que para el nivel en el que anda le tuvo que saber a nada. Se le ve en el semblante, en la frialdad del rostro, en la seriedad y la profundidad del gesto. Este no se conforma con nada. Va camino de ser figura del toreo. Felizmente. Y felices todos.
Todos menos Cristiano Ronaldo, que se lo va a perder, y lo que es peor, se va a perder su propia felicidad salvo que tome nota de artistas que en lugar de culto a sus músculos y sus dineros lo prestan a la expresión de sus sentimientos aun poniendo su mayor patrimonio en juego, su vida. Ahí tienen a Leandro y Fortes, y a los que llegan mañana, que hasta se “bajan” el sueldo por la causa. Y pregúntenles si son felices. Desde luego a nosotros, los aficionados, nos lo hacen. Y mucho.
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