VALENCIA. Octava de la feria de Fallas. Lleno. 3 toros de Domingo Hernández (1º, 2º y 3º), dos de Garcigrande (4º y 5) y un sobrero de Núñez del Cuvillo (6º). Los titulares, de poca presencia, sin remate y bajos de raza, cuando no también de fuerzas; el sobrero, descompuesto y sin clase, aunque más cuajado. Sebastián Castella (de marino y oro), silencio tras aviso y una oreja. José María Manzanares (de marino y oro), silencio tras dos avisos y una oreja tras aviso. Alejandro Talavante (de grana y oro), una oreja y silencio.
La corrida dio comienzo con 12 minutos de retraso, por incomparecencia de Alejandro Talavante a la hora de hacer el paseíllo.
Antes de iniciarse el festejo, en medio de una gran ovación representantes de la prensa taurina valenciana rindieron un homenaje al veterano fotógrafo Francisco Cano, en su centenario.
Primer cartel de figuras. Y primer lleno, que luego no fue seguido ni de un corrida triunfal, ni de otra triunfalista. Acabó siendo una de tantas. No viene siendo esta feria un ciclo de toros para el recuerdo, salvo puntuales y muy matizadas excepciones. Han abundado los dificultosos y no todos han ido parejos con la presentación que se esperaba de ellos.
Ha sido llegar las figuras y aparecer el toro manifiestamente colaboracionista, de los que no molestan, sino que van y vienen, en ocasiones con algo de sentido, en otros sencillamente buscando el camino para salirse de las suertes. Ni para las figuras, ni para los que por ahora aspiran a serlo, los toros deben criarse con ese criterio trasnochado de que se les suban hasta las hombreras. El toro se cría para que sea bravo, para que presente templadamente la pelea, pero también para hacer llegar hasta el tendido la realidad de lo que debe ser la Fiesta: una creación artística asumida con riegos ciertos y reales.
Por eso, cuando el riesgo desaparece, cuando nos encontramos con esos trotones del ir y venir, cuando además dejan bastante que desear en cuanto a su presentación, el misterio del toreo se esfuma. Pasamos al estajanovismo de pegar pases. Sin embargo, no debiéramos engañarnos: esa otra forma de entender la Fiesta, por más que esté devaluada, tiene sus partidarios, tantos como para que el tercio de plaza que ha venido aquejando a la plaza valenciana se haya transformado esta tarde en un lleno. Y también a ellos hay que reconocerles sus derechos, aunque no sean precisamente coincidentes con los del aficionado.
La corrida de Garcigrande, y su gemela de Domingo Hernández, ha sido justamente lo que hoy quiere y pide la torería que manda. Toros que no molesten, que se dejen hacer y, si se da el caso, a los que se pueda “torear bonito”. Muy justo de fuerzas fue el 1º, andarín y con la cara siempre arriba el 2º, pronto se rajó el 3º, distraído y suelto el 4º, buscando las tablas el 5º y sencillamente impresentable, además de ruinoso, el 6º, que volvió a los corrales. El sobrero de Núñez del Cubillo mejor hubiera sido que se quedara en la dehesa.
Frente a toros así el capitulo de la épica taurina, sin la que nos cargamos entre todos la Fiesta, corresponde en un cien por cien al torero. En unas ocasiones por la sublimación de lo más artístico, de lo escultural, del toreo; en otras, por una cierta inverosimilitud de lo que hace el espada de turno.
A la primera carta, por ejemplo, jugó Castella con el capote en sus dos toros. Ese binomio que hizo que se mueve entre la chicuelina cargando la suerte y la media verónica, resultó esplendoroso, como los lances con los que recibió al 4º. Más en su faena-tipo tradicional –incluido el cambiado por la espalda– , con firmeza, pero también con seguridad para sujetar al suelto garcigrande, supo llegar al público con su segundo. Con todo, hay que reconocer que es de los comienzos de temporada en el que más seguro y rodado hemos visto a Castella.
Aunque estuviera en el patio de su casa no le rodaron las cosas a José María Manzanares con el segundo de la tarde. Más fuste en cambio tuvo su faena con el quinto, al que supo dar los terrenos de tablas que pedía y al que metió en la muleta con seguridad y buen ritmo. Pero llamó la atención que, con lo que domina la suerte de recibir, en sus dos toros la realizara defectuosamente y peores resultados.
Dicen sus partidarios que a Talavante le sienta muy bien sus largas estancias en México. Por algo lo dirán. A vista de tendido, lo más ostensible es que se le ve tan rodado como si estuviéramos ya por agosto. Con su primero, con la mano izquierda dejó naturales muy estimables y siempre, aunque con suerte varia, quedó constancia de eso que le cantan de la variedad y la improvisación. Con el dificultoso 6º estuvo sencillamente aseado.
Y una nota al margen, casi una quisicosa nacida de recopilar notas: todo lleva a pensar que hemos entrado en la costera de los recortes a una mano. Y de manera intensiva, además. En los lances de recibo, como luego en los quites, se imponen estadísticamente por goleada a la siempre tradicional y más profunda media verónica. Será cosa de modas, esperemos que pasajeras, porque hacer todos los mismo no deja de ser tanto como renunciar a la creatividad, a la sorpresa del arte.
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