Con estos «samueles», el toreo no es posible

por | 29 May 2011 | Temporada 2011

MADRID.- Vigésima de abono. Lleno. Cinco toros de Samuel Flores –el 3º con el hierro de la F–, todos ellos con andarines y con una amplia y profunda dosis de mansedumbre y descastamiento,  y uno de Los Chospes (4º bis), más manejable.  Juan José Padilla (de azul marino y oro), silencio y pitos. Antonio Ferrera (de grosella y oro con cabos negros), silencio y un aviso y silencio. Cesar Jiménez (de vede esperanza y oro), ovación y silencio.

Rematadamente mansa y descastada. Así fue la corrida que Samuel Flores trajo para este vigésima del abono. Aparatosos de cabeza la mayoría de ellos, desiguales de hechuras, pero todos hermanados por la ausencia de bravura. Aunque mirones, es cierto que no regalaban cornadas a su paso, pero imposibilitan cualquier intento de lucimiento: siempre andarines, con la cara por las nubes, sin celo alguno ante los engaños. Por eso, más de uno y más de se preguntaba al salir si no es ya demasiado tiempo el que esta ganadería lleva en el bache. El remiendo de Los Chospes, sin ser para tirar cohetes, al menos seguía los engaños mientras duró.

Con semejante introducción podría deducirse que lo deslucido del festejo estaba justificado. Pues si, pero no. Una cosa es que el lucimiento según los cánones de hoy en día no sea posible y otra muy distinta tirar de antemano las cartas. Eso fue lo que ocurrió con Juan José Padilla, que ni en banderillas estuvo centrado. Hasta en su disposición deja traslucir que no era su día. Y en esta ocasión no podrá aducir  la presión a la contra del público, que estuvo hasta caballeroso.

No se pudo lucir Antonio Ferreras, salvo en determinadas fases de sus trasteos. Pero dejó claro que en su ánimo estaba otra cosa. Soberbio fue el tercio de banderillas al quinto, al que también expuso mucho con la muleta. Firme y hábil se mostró con el segundo, deslucido donde los haya.

También Cesar Jiménez salió al ruedo con ánimo de no dejarse ir la tarde. De hecho, tuvo una aceptable actuación con su primero; quizás pudiera estar mejor, si advierte antes que, dejándole la muleta en la cara, el toro repetía sus embestidas. En ambos estuvo firme y sin volver la cara. Siendo una tarde tan deslucida, se le otro estado de ánimo y un mejor sentido de la lidia.

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Taurología

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