Doña Cayetana Fitz-James Stuart, Duquesa de Alba, ha fallecido hoy en su casa de Sevilla en la mañana de este jueves, 20 de noviembre. La mujer con más títulos nobiliarios que la propia Reina de Inglaterra, un verdadero emblema de la vida social cultural de España, pero para nosotros ante todo la mayor protectora que la Tauromaquia ha tenido en el último siglo. Pero, ¡qué pena!, se nos ha ido, y lo ha hecho cuando levantaba el día.
Currista hasta decir basta, ha sido con Doña María, la abuela del Rey reinante, una mujer que siempre estuvo al lado de la Fiesta. En España y donde hiciera falta. Jamás faltaron ni una ni otra a su compromiso con esa causa común de nuestra “fiesta más nacional”, como le gustaba escribir en su verdadero sentido al Conde de las Navas.
Su proximidad al toreo no fue algo sobrevenido, ni mucho menos fruto de las modas sociales de un momento. Doña Cayetana lo demostró desde su juventud, cuando en contra de las costumbres de la época hasta no dudaba de coger el capote en una plaza de tientas, incluso para demostrar su destreza con los caballos para intentar el rejoneo.
Por razones de contemporaneidad se acercó a nuestro arte tras la estela del gran maestro Pepe Luis. Siguió muy de cerca de Manolo González, como luego militó en las filas de los partidarios de Manolo Vázquez, hasta desembocar en Curro. Siempre toreros sevillanos marcados por la estética que sublima al toreo. Pero respetó y disfrutó con todos sin mirar sus apellidos. Y para ninguno tuvo reparos de sacar su pañuelo blanco en tardes de triunfo.
Madrileña de nacimiento, sevillanísima de adopción, gitana por su devoción al Señor de la Salud, una gran señora por su cuna y por su trayectoria, doña Cayetana de Alba se nos ha ido casi sin formar ruido. Se ha ido como ella quería, rodeada de los suyos, en su Palacio de Dueñas, donde tan a gusto se sentía y que le permitía uno de sus cosas favoritas: callejear por esa Sevilla que la adoptó como propia hace ya muchas décadas. Pero se nos ha marchado también con el respeto inmenso que siempre le tuvieron cuantos forman esa legión que es la Fiesta y con el cariño de un sinnúmero de admiradores anónimos, como los que esta pasada noche velaron sus últimas horas, en los alrededores de su casa.
Ahora que tantos lloran y sienten su muerte, se podría decir que es ley de vida. Es más, hasta que se esperaba su fallecimiento, después del importante agravamiento de su estado de salud. Pero hay personas que no debieran desaparecer nunca. Desde luego, para la Fiesta es una pérdida que difícilmente va a poder ser cubierta nadie. De hecho, tendría que darse un imposible: que volviera a nacer doña Cayetana, para que el inmenso vacío que deja entre quienes amamos el arte del toreo pueda ser cubierto.
¡Cómo la vamos a echar de menos, Señora!.
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