VALENCIA. Novena de la feria de Fallas. Casi lleno, en tarde que llovió durante el 2º de la lidia. Toros de Núñez el Cuvillo, en sustitución del encierro de Zalduendo, rechazado íntegramente por los veterinarios. Cumplieron desigualmente en presentación, pero luego abundaron los que sacaron un fondo de nobleza, aunque con muchos matices y diversidad de fuerzas; con diferencia, el mejor el 1º. Juan Serrano “Finito de Córdoba” (de marino y oro), ovación y silencio tras aviso. Manuel Díaz “El Cordobés” (de barquillo y oro con los cabos negros), una oreja y una oreja. David Fandila “El Fandi” (de azul cobalto y oro), una oreja y dos orejas. “El Cordobés” y “El Fandi” salieron a hombros por la Puerta Grande.
Cuando “El Cordobés” y “El Fandi” enfilaban la calle de Xátiva por la Puerta Grande, en medio de una ovación, lo taurinamente correcto sería comenzar de inmediato a cantar la ortodoxia y el buen gusto de la faena de muleta de “Finito de Córdoba” con su primero. Lo que ocurre es que, según llevamos comprobado en tardes precedentes, los aficionados no llenamos ni un tercio de plaza. Y por ello, por más que la verdad y la historia nos asista, resulta de ilusos pasar por alto que la realidad discurre mayoritariamente por otros caminos. A la vista está lo ocurrido en esta tarde de domingo. Por ello, bueno será que tomemos conciencia de la vieja canción rockera: "C´est la vie", así es la vida. O dicho en más castizo: así está el patio.
A partir de esta realidad, el pesimista diría que esto está ya todo perdido, que hemos entrado en el camino de la decadencia, por no decir que la plaza valenciana ya no es lo que era; el optimista miraría hacia el sano divertimento de tanto personal como había en la plaza, que pudiendo elegir entre dos docenas de diversiones –la mayoría gratis total– prefirieron sentarse en un tendido.
Aunque no está demostrado que de forma necesaria resulte ser cierto el viejo adagio de que la verdad se encuentre en el punto medio, porque salvo para los gallegos en la vida hay que elegir las más de las veces entre el “si” y el “no”, a lo mejor ha llegado la hora de asentarnos en el aquel otro dicho de la Compañía –ahora que está tan de actualidad– acerca de “el mal menor y el bien posible”, que es algo mucho más matizable.
En nuestro caso, “el mal menor” pudiéramos entenderlo como el sustento económico que tanto personal aporta al sostenimiento de la Fiesta; “el bien posible” cabría radicarlo en la probabilidad de que quienes auparon hasta la Puerta Grande a los dos toreros de hoy, también mañana podrán emocionarse con el toreo puro y profundo.
Como demostrado está en la historia de la Tauromaquia, y basta remitirse a las hemerotecas para comprobarlo, que, en efecto, cuando el toreo nace de parto natural, con la profundidad de su verdad imperecedera y con todo el misterio de su Arte, también ese espectador de ocasión vibra al unísono con los aficionados, tengo modestamente para mí que ese “bien posible” supera con creces en beneficios de futuro a ese otro “mal menor”. Por eso, y no por buscar algún género de consuelo después de visto lo visto, estoy por inclinarme a escribir que tardes como las de hoy son necesarias.
Lo que la tarde dio de sí
Pero vayamos a lo que hay que ir, después de este exordio excesivamente prolijo. Tras el baile de corrales, protagonizado por la ganadería de Zalduendo, al ruedo saltaron seis ejemplares Núñez del Cubillo, que en los viejos tiempos de José Tomás había que ponerse en cola para conseguir seis animales y hoy sirven también para una sustitución improvisada en 24 horas.
El conjunto ganadero, demasiado desigual de remate y hechuras, no ofreció problemas irresolubles a los espadas. Abundaron los que sacaron nobleza, aunque también los hubo con mucho menos fondo, básicamente por su blandura. De elegir, uno se quedaría con el 1º, que además de estar mejor hecho que sus hermanos, tuvo una bendita bondad y clase; en los restantes hubo de todo, como en botica.
Venía “Finito de Córdoba” a Fallas dentro de su gira de despedida. Respetuosamente se acepta su deferencia. Pero a lo mejor habría que recordarle que, con lo bien que le nace el toreo, al toro que abrió plaza había que cortarle las orejas. Fue el suyo un toreo pulcro, limpio y en ocasiones largo y profundo. Es obligado reconocérselo. Sin embargo faltó ese plus de vibración, de alma, para que el arte trascendiera desde el ruedo. Por eso todo se diluyó en unas cariñosas palmas.
Decir a estas alturas que “El Cordobés” está a lo que tiene que estar, es una sinsorgada. Él sabe cómo es su gente y a ella se entrega. Como bien se comprobó en la tarde valenciana, esa forma de entender la profesión trae algunos daños colaterales ineludibles y nada ortodoxos. Y así, por citar un ejemplo, para hacer lo suyo no puede permitirse el lujo de adelantar la muleta y llevar luego al toro hasta muy atrás y por abajo; si lo hiciera, se le acabaría el enemigo antes de haber comenzado lo más propio. Por eso tiene que acudir a la heterodoxia, al dejar la muleta atrás y torear en línea y hacia fuera. Es el peso de su púrpura. Pero lo cierto es que ahí está 20 años después, sin bajar casi nunca de los 60 contratos por temporada. [Dicho todo lo cual anotemos que el bajonazo al 5º fue un verdadero horror, como diría el gran Josemi.]
En cambio, su compañero entre los mediáticos, “El Fandi”, es un caso bien distinto. Le colocaron el sello ese de que “después de las banderillas baja mucho con la muleta”, y no hay quien le quite el sambenito. Pues aunque sea taurinamente incorrecto escribo que en esta tarde hubo tres tandas con la mano izquierda que tuvieron mucho toreo de la mejor cosecha. Pero también hubo una serie con la derecha que tuvo su aquel. ¿Qué luego, además, sabe darle fiesta a los toros para que la cosa se anime? Pues también. Sin embargo, todo buen solomillo siempre ha llevado parejo una adecuada y sabrosa guarnición, hasta en los fogones de las cuatro estrellas “Michelin”.
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