Me parece verdaderamente lamentable que en estos momentos, buena parte de la población mexicana, tenga que depender de los tiempos políticos que ahora transcurren entre la terrible monserga de campañas poco propositivas. Una cercana amistad me decía que contra ello, no hay mejor respuesta que “nadar de a muertito”, y peor aún cuando buena parte de las reacciones vayan a definirse luego del 1º de julio, día en que ocurrirán las elecciones. Este es un auténtico escenario surrealista que frena situaciones decisivas para el buen curso en la vida política, económica y social de un país que se sumerge, como todos sabemos, en situaciones donde los avances no se perciben claramente. Entre ese tipo de patologías se encuentra el caso en el que ustedes tienen ahora en turno: la decisión sobre si prohíben o no las corridas de toros en esta capital, ateniéndose al propósito de modificar (y en esto caso derogar) el artículo 42 de la Ley para la Celebración de Espectáculos Públicos, del 13 de enero de 1997. Si la conveniencia o no sobre esa medida debe decidirse por 66 integrantes, el hecho es que están dejando pasar o correr los tiempos para que, mientras tanto, se acumulen una serie de condiciones a favor o en contra, lo que polariza el ambiente entre la sociedad capitalina.
La modernidad en que convivimos viene observando e interpretando ciertos elementos tradicionales o convencionales que ya no comulgan con las condiciones y dinámicas en que se desarrollan las diversas sociedades que habitan este planeta. En ese sentido, la tolerancia es el mejor recurso para guardar el equilibrio y la razón, pero si la avanzada de ciertas políticas o filosofías permea entre amplios sectores sólo para rechazar lo que es considerado como un elemento que proviene de tradiciones o rituales, ignorando el proceso de aceptación, formación y asimilación que se integra a los usos y costumbres de un pueblo, es entonces cuando la tauromaquia en concreto, está siendo convertido en objeto y motivo de ese cuestionamiento llevando el propósito hasta la última consecuencia. Es decir, pugnar por su desaparición. Para ello se plantean muchas razones que no corresponden con la realidad de su mentalidad o filosofía.
A quienes tenemos esta preferencia por la tauromaquia, estamos convencidos de su permanencia por una razón muy sencilla: que a lo largo de casi 500 años se ha integrado a la memoria, a la forma de ser y de pensar de este pueblo, donde diversas sociedades ya amalgamadas han hecho suya dicha expresión como una costumbre más que la integra y la cohesiona. Ese referente se liga de manera histórica con la adopción de la religión católica y hasta de significados tan particulares como el burocratismo, herencias directas de la presencia hispana en estas tierras, pero que siguen integradas hasta la entraña misma. Deshacerse como pretenden de un espectáculo público en las circunstancias planteadas directamente por la Comisión de Administración Pública, me parece un verdadero atentado, pues no sólo afectan los elementos históricos, antropológicos, sociológicos, sino económicos y laborales que ha significado entretejer todo su lenguaje en siglos de existir y convivir entre nosotros.
Pocos alcanzan a comprender que de su expresión se desprende una fuerte carga de lo ritual, en el que necesariamente, y como forma de esa representación, esta se consuma con el sacrificio y muerte de un animal, el toro bravo, destinado en específico a ese tipo de batallas. Pero ello, en ningún momento representa para nosotros la tortura que invocan los contrarios. Además, plantean que la representación del toreo significa un cúmulo de acciones crueles y sanguinarias, donde se tortura y asesinan animales inocentes para alimentar una tradición que dista de una sociedad evolucionada y empática en pleno arranque del siglo XXI.
Por si fuera poco, consideran que la fiesta de los toros estimula la violencia y de que es una tradición arcaica y nefasta. Afortunadamente por algún profundo enigma que guarda en sus entrañas, se conserva hasta nuestros días y al conservarse, es porque en todos sus alrededores se han configurado estructuras y superestructuras que a su vez han creado diversos mercados, fuentes laborales tanto a nivel urbano como en los espacios rurales. Es decir, que la dimensión de la fiesta no comprende o no abarca solo las ciudades. Depende, en buena medida de todo aquello que exista en el campo y romper con todo ese entramado es desarticular o pulverizar una organización que no es de ayer. Se ha concebido en forma generacional, ha pervivido y permanecido gracias a la colaboración de los integrantes no de uno, sino de muchos núcleos familiares. Si esto lo ven así, créanme que estará sucediendo una autentica represión de estado. No sólo van contra la fiesta, como costumbre o tradición, también van contra todos aquellos que la sostienen en términos de encontrar un ingreso.
Si es momento no sólo de defender una tradición, una costumbre, también deben unirse estos otros factores. Si es preciso que lo sepan, desde 2003 se pusieron en marcha las acciones para que los ocho países que detentan la fiesta como eso, como costumbre, están trabajando conjuntamente aficiones y agrupaciones para solicitarle en su momento a la UNESCO, que la tauromaquia sea considerada patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Si nada de esto vale yo no sé de qué otra manera explicárselos.
Agradezco en lo que cabe haber dedicado algo de su tiempo a esta lectura y su reflexión. Pero más agradeceré a ustedes que valoren con equilibrio nuestras preocupaciones y razonamientos.
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