Curiosamente, la Plaza de toros de Talavera de la Reina (6.000 espectadores), fue inaugurada por Fernando Gómez El Gallo, padre de Rafael y José, el mes de septiembre de 1890. Treinta años más tarde, Joselito y Sánchez Mejías, pisaron por primera y última vez sus arenas. También fue la primera ocasión se anunciaban para estoquear reses locales de la viuda de Ortega.
La fatal jornada del 16 de mayo, comenzó a las siete de la mañana; hora a la que abandonaron el Hotel Terminus (Carrera de San Jerónimo), Ignacio Sánchez Mejías y su cuadrilla, que en la mitad de la calle se cruzó con un grupo de aficionados bilbaínos –que al parecer volvía de jarana y había bebido en exceso–, que insultaron al cuñado de Joselito, a quienes intentaron agredir a bastonazos; envite que no solo repelieron, sino que dos alborotadores tuvieron que ingresar en la Casa de Socorro del Distrito del Congreso, con lesiones de pronostico reservado. Como autor de la agresión fue detenido el banderillero El Almendro, primo de Gallito, quien fue puesto en libertad gracias a la mediación de un influyente amigo de su jefe.
A continuación, Ignacio, y su cuadrilla, se dirigió a la estación de ferrocarril de las Delicias donde les esperaba Joselito Maravillas y su gente (Cantimplas, El Cuco y Blanquet, Farnesio y Camero). Finalmente, a las 8,10 de la mañana partió el tren con destino a Cáceres y parada en Talavera de la Reina.
En el mismo compartimento que José e Ignacio, tomaron asiento el empresario de la plaza manchega, Leandro Villar; el representante de Joselito, Alejandro Serrano; los periodistas Gregorio Corrochano (ABC) y Antonio Fadón (El Imparcial); y un grupo de amigos: Darío López, Salvador Menchero, José Ruiz, Francisco López, Juan Cabello y Enrique Sánchez Caballero.
Durante las casi cinco horas de viaje, Joselito se mostró cordial y divertido, recordando innumerables anécdotas que había protagonizado en su reciente campaña. Incluso, según Corrochano…” empezó a cantar alegremente, y fue hasta el hotel gritando como un chico: Viva la novia”, en recuerdo al uso que se daba a un enorme automóvil con el que se habían cruzado camino del hotel talaverano, que se dedicaba a trasladar a los novios.
La primera parada del tren se produjo en la estación toledana de Torrijos, donde permaneció un buen rato parado; lo que aprovechó José para bajar a adquirir distintos productos gastronómicos con los que agasajar a sus acompañantes. Una vez en la cantina ferroviaria adquirió jamón, salchichas, queso, latas de conservas, un pan…, hasta que de repente un mastuerzo se abalanzó sobre el torero con la intención de quitarle el pan; lo que hizo que uno de los acompañantes empujase al campesino contra un velador para evitar le quitase la vianda. Cuando el ladrón trató de reaccionar, un segundo viajero dio un bastonazo, que rompió una mesa de mármol de la cantina; problema que solucionó José pagando 40 ptas. al propietario.
En la siguiente parada del convoy, en Fuenlabrada, subió al tren a saludar a José, el estoqueador malagueño, Paco Madrid, que residencia en el pueblo; quien regaló a su colega varias libras de tabaco habano que le habían traído de Cuba.
El reloj marcaba algo más de las 13 horas, cuando el tren entró en el anden de la estación de Talavera de la Reina, donde se había congregado medio pueblo y muchísimos forasteros a recibir al torero. Tras abandonar la terminal, en un coche, junto a Sánchez Mejías, se dirigió al Hotel Europa (Calle Canalejas), donde tenía reservado el amplio y ventilado cuarto nº 3, en el 2º piso, -con un mirador a la calle Pi y Margall-, equipado con sus correspondientes mesillas, un armario de luna, un lavabo y una mesita-escritorio. Lo único que Joselito solicitó fue que nadie le molestase.
Tras dos horas de descanso, vestido con la misma ropa que traía de Madrid, José se despertó alrededor de las tres menos cuarto de la tarde; momento que se levantó, lavó y afeitó con una maquinilla, tal como acostumbraba. A continuación su mozo de espadas, Parrita, con la ayuda de Paco, inició la ceremonia de enfundarle el terno -grana y oro-, que había estrenado unos meses antes en Lima, y una corbata de color azul. Sobre las cuatro y treinta de la tarde, José abandonó la hospedería a bordo del automóvil de un amigo madrileño. Esta tarde estrenó un capote de paseo negro-raso, que un rato después colocaría en las barreras que ocupaban los amigos con los que habían viajado con él en el tren.
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