Bilbao Taurino: seriedad y tono son características de su plaza

por | 27 Ago 2016 | Hemeroteca taurina

De una campaña periodística en 1881, debida al diario local La Unión Vasco-avarra, surgió la idea de construcción de esta mezquita. Se creó una Sociedad por acciones, que desde el primer momento decidió hacer pasar la propiedad de la Plaza a manos de los Asilos, Santo Hospital Civil y Santa Casa de Misericordia, apenas se amortizase el importe de lo aportado. Con la hoy mezquina cantidad de 454.259,56 pesetas se realizó compra de terrenos y construcción del edificio. Fué el arquitecto don Sabino de Goicoechea, que no quiso cobrar honorario alguno por su labor, maestro de obras don José Cortés, que en este aspecto taurino tiene una crónica, pues que, poco después, fué fundador de una Escuela taurina, en la que si él era el director técnico, el hoy todavía vivo Luciano Bilbao, “Lunares”, ex banderillero, fué el asesor práctico. José Cortés, en su taller vecino de la Plaza de Vista-Alegre, para mayor solera, construía féretros, y en su trastienda, más tarde, entre ataúdes y cajas de embalar, tuvo lugar la primera reunión para la creación de la famosa Tertulia Taurina de Bilbao, la de mayor categoría que en la villa hubo, y, por decirlo así, madre de todos los Clubs que luego han surgido.

Y no sabemos por qué regla de tres, llegado al siglo, también ha sido y es funerario uno de los más castizos aficionados bilbaínos, presidente muchos años del Club Cocherito. Acaso este antecedente sirva de enfoque al carácter y ambiente de la Plaza, de que luego hemos de escribir. Si en el taller de maderas de Cortés se construyó la Plaza de Vista-Alegre a la par que los ataúdes, en la funeraria de hogaño se reunieron a visitar al dueño amigos aficionados; y una vez cuéntase que el gran picador bilbaíno Fabián, de la cuadrilla de “Cocherito”  en mañana de corrida de feria con Miuras, tuvo la humorada de tumbarse dentro de uno de los más amplios en exhibición. Cuando Rafael el Gallo, que toreaba también aquella corrida, escuchó el sucedido, no pudo contener el encrespamiento de sus cabellos, todavía lúcidos, y exclamar:

—¡Vaya mal ángel! Aluego disen que el chalao soy yo.

Don José Cortés construyó la Plaza en ocho mees, y el 13 de agosto de 1882, con seis toros de Concha, la inauguraron Bocanegra, Chicorro y el señor Fernando, el Gallo. De entonces acá, famosas sus corridas de feria, desde Lagartijo, Frascuelo, Guerrita y Reverte, que fué ídolo bilbaíno, hasta Pepín Martín Vázquez y Parrita, han desfilado por su coso los diestros más granados de las barajas taurinas en las distintas épocas del toreo, y no se recuerdan más cogidas de muerte que la del banderillero “Isleño”, con una cornada en el vientre. Dos defunciones más en la Plaza, ajenas al ímpetu de los cornudos, son la del “Gallegito” y Zapata, ambas por ataques al corazón.

Son notas taurinas típicamente bilbaínas la seriedad de su Plaza y los servicios de la misma. En ello no hay otra en España que se le asemeje, ni que cuide el detalle tan admirablemente. Desde el acondicionamiento del piso de la Plaza, cuya arena en corridas y novilladas es barrida diestra y originalmente a la vista del público, momentos antes de comenzar el espectáculo; hasta la uniformidad vistosa, ponderada y alegre de sus servicios de mulillas, mulilleros, monosabios, barrenderos, mozos de banderillas y carpinteros, que todos desfilan ante la presidencia de la fiesta.

Pueblo educado, de carácter formal, seco, imprime al festejo taurino esas sus características. Corrochano dijo de este público que no entendía de toros. Opinamos que, lejos de ello, seis o siete mil espectadores verdaderos aficionados bilbaínos, hablan, entienden y enjuician al toro y al torero como en pocas Plazas provincianas. Y el resto, que llena el graderío en las famosas corridas de agosto, si bien más lo hace por honrar y beneficiar a los Asilos empresarios, se da perfecta cuenta de la lidia y ejerce su presencia con singular ponderación, Otro crítico llamó a la feria bilbaína “el purgatorio de los toreros”. Modernamente, Celestino Espinosa (R. Capdevila) ha sentenciado con acierto que es “el reducto del toro”.

No es Plaza jaranera, lo que iría mal con el carácter bilbaíno. Y ese tono de seriedad, que al torero se le antoja incluso severo, es lo que impone al lidiador contratado, lo que “pesa” en su ánimo. En un tiempo, también los toros que a Bilbao se llevaban. Hoy, desgraciadamente, no son los de antes, digan lo que digan, aunque mucho difieren de los que, por regla general, salen en el resto de España. Mas nosotros creemos que es el público y el sello impreso a la fiesta lo que hace pensar al lidiador en su responsabilidad en la mezquita de Vista-Alegre, de Bilbao.

El aficionado bilbaíno lo es íntegramente. Es aficionado que va a todo. No es el de tantas otras ciudades, de mayor abolengo taurino, que habla mucho del toro y del torero en barberías y establecimientos de bebidas, que conoce y trata a los toreros y vive su ambiente, pero no se acerca a las taquillas. Para el aficionado de Bilbao, la fiesta es un rito. Que comienza en el desencajonamiento, continúa en el apartado y frecuente visiteo a los cornúpetas en sus “locales”, perdura en la fiesta y no termina hasta apuntar el peso que dieron en canal. Detalle éste tan bilbaíno, que no se concibe tertulia posterior al festejo en que no sea cumbre de la discusión el mayor o menor acierto en lo vaticinado. Un pasito más, y se pudieran establecer “quinielas”.

Así han sido también sus Clubs taurinos, con arranque de fondo y de forma ligado a la fiesta y al torero por el que se fundaran. Hemos hablado somerísimamente, aunque tendría cien crónicas interesantísimas, de la veterana “Tertulia”. Se fundó luego el Club Cocherito, una de las Sociedades mejor organizadas de España, verdadera institución bilbaína. Nació por la pasión “cocherista”, y hoy es feudo de la más neta “chimbolandia”. “La Gallera”, que, como su nombre indica, congregaba a los partidarios de la familia Gómez Ortega, vivió un par de años en un ambiente de prestancia y señorío. En la época taurina de Martín Agüero existió un Club con su nombre. Manolo Granero tuvo otro tan efímero como su pobre y triste vida. Villalta reunió a unos cuantos amigos en la época de sus mayores triunfos. Noain tuvo su peña. Y, finalmente, el Club Taurino surgió en 1928,  prestigiado por el calor aristocrático y de depurada afición, haciendo famoso en España su anual festival con lo mejor de lo mejor en toros y toreros. Junto a éstos existieron diseminadas por cafés y Sociedades, varias tertulias sobre el mismo tema fundadas. La del Bulevar, la del Suizo viejo, una popularísima en el desaparecido Café Comercio, en la que Pepe Muñagorri, Fabián Bilbao, Lunares, Jesús Bilbao como toreros, y los aficionados Anduiza, Angulo, Jaungoicoa, Talento, Víctor Arana y otros, pusieron la nota de humor que escandalizaba a la Villa timorata, por contraste con sus características.

Ha tenido Bilbao, hasta hace pocos años, un “taurino” sensato, que durante más de cuarenta años desempeñó el Consulado taurómaco de Córdoba, tocándose hasta su muerte, verano e invierno y a todas las horas del día y de la noche, en su deambular constante en Bancos y oficinas, con un flexible de alas anchísimas, remedo del sombrero cordobés. Aquel rito del Bilbao taurino de que hablábamoa era don Serafín Menchaca, devoción íntima y seca a la Mezquita, Abderramán, Lagartijo el Grande, Guerrita, el Gran Capitán, Machaquito y, claro esta, ahora Manolete, tan serio como don Serafín y tan compenetrado como él en el absurdo de la sequedad de este arte, si es cierta la anécdota que del diestro se cuenta, refiriéndose a que cuando alguien le grita desde el tendido al dar la vuelta al ruedo:

—¡Pero, hombre, a ver si teríes alguna vez , Manolete! —contestara:

¡Pa reírse , al sirco!

Al calor de Cástor Jaureguibeitia Ibarra, “Cocherito”, la Villa hizo que peinasen coleta otros muchos, y logró que alcanzasen la investidura de matadores de toros: Rufino San Vicente, Chiquito de Begoña, Alejandro Sáenz “Ale”, Pepe Muñagorri –que tomó la alternativa en chufla”, pero matador de toros es–, Serafín y Faustino Vigiola, “Torquito I” y II, Diego Mazquiarán “Fortuna”, Martín Agüero, Joselito Martín y Jaime Noain.

© El Ruedo, 4 de julio de 1946. Nº 106.

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