El cartel lo organizó don Pedro Balañá Espinós, para su plaza Monumental de Barcelona: una corrida de doce toros para seis espadas: Manuel Jiménez “Chicuelo”, Nicanor Villalta, Pepe Bienvenida, Manuel Rodríguez “Manolete”, Pepe Luís Vázquez y Antonio Bienvenida. Todo un acontecimiento taurino, muy al estilo de las ideas de aquel gran empresario.
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La macrocorrida de 1941 |
De hecho, esta fue la segunda edición que anunciaba en un cartel de esta naturaleza. La primera, celebrada un año antes: el 22 de junio de 1941, se lidiaron reses de Escobar y Curro Chica, para Marcial Lalanda, Vicente Barrera, Juanito Belmonte, Manolete, Pepe Luis Vázquez y Rafael Ortega “Gallito”. Pero en estos años en bastante ocasiones, el Balañá verdadero también prodigó carteles de 8 toros; todo estaba en función de lo que iba ocurriendo en la Monumental: quien triunfaba, repetía.
Fue toda una época dorada, que continuó hasta casi los años 60, cuando Barcelona constituía un referente indispensable par a la Tauromaquia, ofreciendo en muchas temporadas más festejos que ninguna otra plaza: los domingos, en la Monumental; los jueves, en Las Arenas.
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La cornada de Antonio Bienvenida | ![]() |
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En la macrocorrida de aquel 1942 triunfó “Manolete”, pero la tarde pasó a la historia como la de la gravísima cornada de Antonio Bienvenida, cuando intentaba un pase cambiado con la muleta plegada.
“Solo la poca edad y el exceso de amor propio pueden disculpar el error cometido por el joven y ya notable espada Antonio Bienvenida, al intentar dar un pase cambiado a muleta plegada, al segundo toro que le correspondió en la monumental corrida del domingo, celebrada en la plaza de idéntico adjetivo”, escribió E.P. [Eduardo Palacio Valdés] en las páginas de “La Vanguardia”.
Y según relató pormenorizadamente, el percance ocurrió así: “El último toro de la corrida del domingo era astifino, nervioso, y tenia excesivo poder, por haber precisado otra vara más, por lo menos. Antoñito quiso inaugurar la faena con el pase cambiado a muleta plegada, y por entrar el toro descompuesto desistió del propósito, y la cosa quedó, en un telonazo. Algunos espectadores chillaban mas de la cuenta, y el chiquillo, en terrenos del diez, y sin estar el toro debidamente cerrado, le alegró con el cuerpo y con la voz, dio una carrerita en dirección a la fiera y, cuando ésta arrancó, él se clavó en el suelo. Llegó el toro a jurisdicción cabeceando hacia el lidiador, y al desplegar éste el engaño fuese el bicho al bulto, lo prendió, lo pasó de cuerno, lo derribó, y le buscó en el suelo ahincadamente. Le llevaron a la enfermería y “Chicuelo” despenó a “Buenacara” –que así se llamaba el bicho de don Ignacio Sánchez–, de media estocada, dos pinchados y descabello al quintó golpe. Antoñito habia despachado su primer toro, un marmolillo de don Joaquin Buendia, de dos pinchazos, una estocada, Ida, y un certero descabello”.
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El ejemplo de Paquiro | ![]() |
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Pero el cronista no se ahorra explicaciones suplementarias acerca de estas situaciones de riesgo. “En todas las profesiones y en todas las artes –escribe al inicio de su crónica– hay momentos propicios al acierto unos y al error, otros; y ni los primeros encumbran más al artista, ni los otros menguan un ápice la personalidad que aquel hubiera podido alcanzar. En el toreo ocurre lo apuntado, con más frecuencia que en ninguna otra profesión o arte porque la misma índole del espectáculo lo exige así. En una exposición de pinturas, por ejemplo, si unos visitantes dicen que tal pintor e mejor que aquel, aunque éste lo oiga, no puede pintar otro cuadro ante “crítico”, pero en los toros, donde los críticos pueden veintitantos mil, como el domingo, pues la plaza estaba atestada, es peligrosísimo olvidar por el amor propio las reglas del arte, ya que ello puede acarrear un percance grave o la pérdida de la vida”.
Y para mayores explicitaciones trae a colación un ejemplo: “Francisco Montes, “Paqulro”, el más grande de lidiador del siglo pasado y discípulo predilecto de Pedro Romero, en su obra “El arte de torear en plaza tanto a pie como a caballo”, dice que el pase cambiado es “sumamente difícil y por eso no se práctica”, por la imposibilidad de conseguir con toda clase de toros que éstos desde el arranque del viaje a la terminación de la suerte describan una verdadera “zeta”. Pues bien, en apoyo de la tesis personal que he expuesto para explicar la gravedad de los errores a lo largo de la lidia de reses bravas, recordaré que “Paquiro” fue cogido por el último toro que lidió en su vida al dar el pase cambiado en la plaza vieja de Madrid, al toro “Rumbón”, de casta jijona, de la ganadería de Torre y Rauri. Ello ocurría el 21 de julio del año 1850, sufriendo el espada un puntazo en un tobillo y un cornalón en la pierna izquierda. No murió de las heridas, pero antes de un año del percance fallecía en su pueblo, Chiclana, de unas fiebres y aún sin restablecerse por completo de su postrera cogida”.
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“No es nada” | ![]() |
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El parte facultativo que extendió el célebre Dr. Olivé era rotundo: “El diestro Antonio Bienvenida sufre una cornada penetrante de abdomen, con orificio de entrada en la región suprapúbica. Practicada la laparotomía de urgencia, se ha procedido a ligar vasos epiplóicos. Sufre otra cornada en la región isquiática, en dirección hacia el coxis, que no interesa el recto. Pronóstico gravísimo”.
Y en medio de la dramática situación, aquel joven Antonio Bienvenida tuvo un rasgo que refleja bien lo que siempre fue su personalidad. Las asistencias y Pepe Bienvenida le trasladaron hasta la enfermería. El propio Dr. Olivé rasgó el traje para apreciar la lesión: presentaba un boquete tremendo. Pepote, al contemplarlo, puso un gesto de tristeza, pero al advertirlo su hermano trató de consolarle: “Pepe, no te asustes, que no es nada”.
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Desarrollo del festejo | ![]() |
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Los seis primeros toros pertenecían a la vacada andaluza ya mentada Joaquín Buendía y “eran flacones, con poco poder y de cuerna aparatosa”; los otros tres del ganadero salmantino Ignacio Sánchez Trespalacios; “el que hizo séptimo de la tarde, en turno corrido por tener Manolete que abandonar el ruedo, era una verdadera bola de sebo, que quedó medio asfixiado desde los primeros capotazos”.
Manuel Jiménez “Chicuelo” despertó algunas esperanza al recibir con el capote al primero de la función. Pero “¡vana, ilusjón que se desvaneció apenas acariciada! Quiso ser voluntariosa la primera, parte de su faena de mulet, pero en seguida bajó «al aliño cariño» y no hubo después más que un sablazo raido y media estocada en lo alto, echándose el toro cuando el sevillano se disponía a descabellar. Al octavo de la fiesta lo toreó medrosamente con la franela, despenándole de dos pinchazos hondos”.
Mejor suerte corrió Nicanor Villalta. Según el cronista de “La Vanguardia”: “Al soberano matador de toros Nicanor Villalta le vimos el domingo tan decidido, voluntarioso y seguro como siempre. En su toreo no hay trampa ni cartón, y su espada Sigue siendo maravillosa. Su primer enemigo murió, tras una faena breve, de un volapié magnifico, arrancando el diestro con la guapeza de siempre; y se deshizo del noveno de la corrida, tras una labor artística y valerosa, de otro volapié hasta la empuñadura, refrendado con un certero descabello. Y si en su primero salió varias veces a los medios entre una gran ovación, en el otro dio la vuelta al anillo y también salió a los medios, reclamado por los férvidos y unánimes aplausos de la multitud”.
Al referirse al tercer espada, dejo escrito: “Con mucho arte veroniqueó Pepe Bienvenida el toro tercero de la corrida al que clavó luego, a petición del público dos pares de rehiletes; uno magnífico al quiebro, y otro, de frente, superior cerrando el tercio el peón por advertir el diestro que el toro iba para abajo rápidamente. Con la flámula estuvo breve, rematando la faena con media estocada en todo lo alto que se ovacionó también. La música hubo de amenizar su segunda faena, torerísima, valiente, y solo con con su enemigo en el cenitro del anillo. Arrancando muy en corto y por derecho señaló un pinchazo que agarró hueso, seguido de una estocada, entera, en lo alto, y un descabello al primer empujón. Y Pepe tornó a ser ovacionado agradeciendo desde los medios el honor que tan justamente so le dispensaba”.
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El triunfo de Manolete | ![]() |
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En tan dilatada corrida, el triunfo mayor correspondió a “Manolete”. Pero Eduardo Palacios puntualizó bastante los términos del éxito. “Sus dos faenas hubieron de ser amenizadas por a música y ambos toros se fueron al desolladero sin orejas. Lo apuntado explicará mejor que pudiera hacerlo mi pluma, de qué alto calibre fue para el público su triunfal jornada. En los dos toros realizó con la muleta labores parejas y con el acero también le acompañó la suerte. Se deshizo de su primero de una estocada en todo lo alto y concluyó con la vida del séptimo de la tarde de un pinchazo hondo, que basto, pues como el toro se caía de continuo a lo largo de la lidia, con más motivo se a costó al sentirse herido. Tan ello fue así que cuando el diestro se disponía a descabellar hubo de intervenir el cachetero”.
Y más adelante puntualiza: “A mi modesto juicio, que no he de ocultar ni velar siquiera, lo que “Manolete” realizó de mérito, de gran mérito, de mérito excepcional si se quiere, fueron los cinco pases naturales que, en terrenos del cuatro, administró a su primero. Suaves, templados, marcando el torero la velocidad del viaje del toro y muy ajustados y sin retorcimientos de ninguna clase. Aquello, si, aquello, aquello tuvo brío, arte, belleza, y aunque algunos lo duden, hasta gracia. Para mi modo de ver, ello constituyó el domingo el verdadero motor de su éxito”.
“Grande y astifino era el toro jugado en quinto lugar”, el primero del lote de Pepe Luís, al que el de San Bernardo “veroniqueó con estilo, garbo y soltura. Dominó también mucho con la muleta, dando vistosidad a buen número de pases y con el acero arreó una estocada corta, dos pinchazos y media en todo lo alto. Se le aplaudió bastante”. Frente al “reservón, mansote, alto de agujas y descaradísimo de cuerna fue el toro salido en undécimo lugar, cuya presencia produjo en todos los lidiadores una “aprensión” imposible de disimular”. La lidia no debió ser fácil: “El sevillano, yendo a buscar al toro porfiadamente, logró darle unos capotazos y luego, a fuerza de voluntad, hacerle cumplir con los caballos. Sudaron los subalternos para banderillear al animalito en cuestión, conseguido lo cual realizó Pepe Luís una faena de aliño pero decorosísima, prólogo de un pinchazo escupido, media estocada en todo lo alto y un certero descabello. La mayoría del público premió la serenidad y los lícitos recursos del joven y gran lidiador, con una ovación tan entusiástica como merecida”.
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