Cuando la temporada camina hacia su ecuador, en puertas ya de los meses de y una más intensa actividad en los ruedos, poco a poco el panorama va cambiando. Aún es pronto para saber si es a mejor o a peor, que esto del toreo es extremadamente volátil; pero desde luego, si parecen apuntarse situaciones diferentes.
Por lo pronto, como ha explicado con buen tino Antonio R. del Moral en las páginas de “El Correo de Andalucía”, la nueva posición de José María Manzanares ha abierto una brecha probablemente ya insalvable en aquel aparente bloque compacto que se denominó G-5 y que se hizo fuerte frente a la empresa de Sevilla. Es la enésima demostración de cómo las uniones en el mundo del toreo son siempre transitorias y efímeras. Aquí todo el mundo está acostumbrado a caminar muy por libre.
No hace falta ser adivino para suponer que al pleito de Sevilla le quedan media docena de meses, los que faltan para que la empresa Pagés comience a preparar la feria de 2015. Queda la duda de su “El Juli” cederá o no en su posición, pero el resto de los “abajofirmantes” de la desdichada carta a la Maestranza los veremos hacer el paseíllo así que llegue el mes de abril.
Algunos acudirá a ese socorrido “aquí no ha pasado anda”. Pero no es cierto: aquí han pasado muchas cosas. La principal, la nula consideración de las figuras a la afición sevillana, que a la postre ha sido la pagana de un conflicto a la que era absolutamente ajena. Y eso tiene un coste y no pequeño.
Sin embargo, que entre cinco toreros, que en la práctica monopolizan las grandes ferias, los acuerdos se rompan casi al día siguiente de haberse pactado, al final no dejará de ser cuestión menor. Lo grave, lo que verdaderamente debiera preocupar, es que más allá de la anécdota del G-5 dentro de la generalidad de los estamentos taurinos la desunión sigue siendo la norma. Cuando tales criterios se mantienen inalterables, y más en tiempos de crisis, enderezar los caminos del toreo constituye una obra sólo posible para titanes. Y de esos parece que ya no quedan.
Y desde la desunión, desde ese individualizado “sálvese el que pueda”, los problemas estructurales de la Tauromaquia no se solucionan. De esta forma, ni el negocio se puede racionalizar, ni se puede poner un poco de orden, como para encarar el futuro desde una posición de confianza en lo que queda por venir.
Ahora los profesionales andan a caballo entre Santander y Valencia, dos situaciones radicalmente distintas. La capital de Cantabria, muy arropada con un buen criterio por su Ayuntamiento, constituye una especie de remanso para todos, que poco tiene que ver con otras situaciones. En cambio, en la capital del Turia la empresa juega en solitario, con el respaldo de lo que pudo dejar en las arcas la feria de Fallas y con la incertidumbre de la respuesta de los aficionados, siempre difíciles de predecir; con todo, este año parece ir más entonada la taquilla. Pero el plato fuerte del verano está por llegar. Y se llama Bilbao y sus Corridas Generales.
¿Qué ha quedado en la memoria de todo lo que llevamos de temporada? Sobre todo, un nombre. Miguel Ángel Perera, intratable de todo punto en la que viene siendo la mejor temporada de su vida. Con el “toro de Madrid” y con el que sale por las plazas de la periferia, anda mucho más que sobrado: anda en su momento cumbre, por capacidad y por hondura. Tanto que han tenido que saltar las trabas ocultas con las que algunas empresas venían tratando a este torero, desde su inclusión el ya casi paleontológico G-10.
En la memoria queda, y es justo, el nuevo Miguel Abellán que ha aparecido en los ruedos en esta segunda etapa. Choca que siendo hombre de buen oficio, salga a susto por tarde, por fortuna hasta ahora de menor cuantía pero que le hace perder fechas; sin embargo, el madrileño a estas alturas de la vida resulta que ha traído un aire nuevo y fresco, le concedan o no mayor cuartel en los carteles. Y queda por méritos propios el importante avance que ha experimentado Iván Fandiño, tanto en consideración por parte de los aficionados y de las empresas, como por el mayor calado de su toreo; hay que reconocer, repasando toda su trayectoria, que acumula un gran mérito: nadie pensó en aquellos duros –en ocasiones también anónimos– comienzos que alcanzaría la metas que ya tiene en el bolsillo.
En el recuerdo queda, claro está, los intentos por madurar su toreo de Juan del Álamo, la tremenda cornada de David Mora, unos cuantos toros excepcionalmente buenos… Lo normal cuando ya llevamos meses de actividad.
Pero puestos a recuperar la memoria, patente queda, y para mal, la escasa competencia que se da entre quienes quieren mandar en esto del toreo. Se reparten como si de un cortijo propio fuera los carteles estrellas y tan sólo muy ocasionalmente permiten la entrada de aquellos que vienen abriéndose camino y por ello resultan incómodos. La monotonía que encierra esa cerrazón de los carteles, le hace un escaso bien a la fiesta.
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