PAMPLONA, 14 de julio de 2012. Ultima de feria. Lleno. Toros de Torrehandilla y uno de Torreherberos (3º), muy mal presentados, nulos de casta y carentes de poder. Juan José Padilla (de caldera y oro con cabos negros), una oreja y una oreja. Julián López “El Juli” (de burdeos y oro), silencio y ovación. Daniel Luque (de canela y oro con cabos negros), silencio y una oreja.
Se acabó. Diez días demasiado intensos como para no llegar al final de este camino, siempre agradable camino tratándose de Pamplona, con un cierto atoramiento y, desde luego, deseando el silencio de los bellos campos del Roncal –su queso también– para volver a entonar el cuerpo. La cosa ha sido más bien regular, por más que tampoco se haya descubierto ningún mediterráneo que no fuera conocido: cada vez se hace más profunda la fosa que separa a las ganaderías verdaderamente de bravo y aquellas otras criadas y/o pensadas mayormente bajo el nuevo paradigma de los taurinos: “no molestar”. Abundancia de trofeos, demasiados con un fundamento escaso, y siempre esa bendición de ver una plaza llena hasta la bandera día tras día y se anuncien quien se anuncie.
Sería porque horas después había que entonar el “Pobre de mi”, pero resultaba evidente que la tarde última estaba para desarrollarse sobre todo en el terreno de la emotividad. Es un modo como otro cualquier de echar la tarde. El fenómeno social, mediático y hasta comercial del nuevo Padilla –que algún día habrá que analizar en toda su extensión– lo centraba todo. Y se consiguió el objetivo: al final del festejo se lo llevaron a hombros por la puerta grande, con las peñas toda la tarde a su lado de forma incondicional y ruidosa.
Pero sentado lo anterior, ¿resulta políticamente correcto afirmar que fue un petardo de corrida? Una tarde en la que ocurría lo peor: daban pena los pobres animalitos que vinieron de los campos andaluces con los dos hierros de Alberto Morales. No es tan sólo que resultara una indecente novillada, en la que los que se salvaban era por la cabeza; es que nos tenían por donde cogerlos: descastadísimos, con poder y fuerzas nulas –dos se echaron su siesta a mitad de faena, para descansar del esfuerzo–, con un hilito de bravura como toda divisa. Eran como un mal remedo de sus orígenes: si el hierro de procedencia ya anda bajo, los de Torrehandilla y Torreherberos eran como una mala fotocopia. Sencillamente, infumable.
Demos por reproducido en autos la cuota de los elogios a los esfuerzos anímicos y toreros de Juan José Padilla después de Zaragoza, que la verdad sea dicha con todos los respetos: están muy bien administrados por la Casa Matilla y por otros, pero ya cansan un poquito, siquiera sea por repetitivos. Y demos por reproducidos los entusiasmos de las peñas pamplonesas en este caso con el torero de Jerez, que es un tipo de fenómeno que se ha dado mucho a lo largo de la historia sanferminera. Pasemos a lo que ocurrió en el ruedo: bastante poquito, por más que en cada uno de sus toros le dieran unas oreja. Y no será por el torero, que hacía todo lo que era posible; es que unas faenas sin toro –y los suyos fueron de los que se echaron a mitad de faena– son como un mal bocadillo: nada entre dos panes. Eso sí, muy entusiasta y espectacular en banderillas, con la espada funcionando a la perfección y siempre esforzado por conseguir lo que esta tarde resultaba imposible: torear. Tiene su mérito, sin duda, en la medida que el torero hizo todo lo que se esperaba de él; pero emociones toreras, las justas.
Anotemos, por otro lado, apuntes sueltos pero interesantes de “El Juli”, que se estrelló con dos toros de imposible lucimiento, sobre todo para un torero con poder. Como uno ni anda, ni quiere andar, por las cocinas tan poco ventiladas del taurinismo, desconoce los datos; pero me quedó la impresión de un torero distinto en estos dos días pamploneses, como que ahí pasaba algo. A lo mejor resulta que humanamente es inviable pretender estar todos los días a revientacalderas cada vez que suenan las míticas “cinco de la tarde”. O a lo mejor es otra cosa. Pero ni en esta tarde ni en su anterior comparecencia hemos visto a “El Juli” habitual, por más que tenga la eximente de unos lotes de escasísimas posibilidades. Un eximente relativo, porque, al fin y al cabo, él eligió las corridas que quería lidiar.
Daniel Luque, por lo demás, dejó constancia de que anda en buen momento. Más que nada se intuyó, sobre todo con el toro que cerraba plaza, porque hoy le faltó materia prima. Hasta le arrancó una oreja al sexto. Pero este torero, en el momento que atraviesa, necesita otra cosa para dar su verdadera dimensión con el capote, que cada día lo maneja con mejor tino, y con la muleta, que además de elegante se ha hecho poderosa y asentada en las verdades del toreo.
Los premios
Al termino de este último festejo de esta tarde, la Casa de Misericordia de Pamplona hizo público sus premios oficiales:
–Premio a la ganadería más completa a la corrida de Cebada Gago lidiada el pasado lunes 9 de julio
–Trofeo Carriquiri al mejor toro a "Cantillito", con el hierro de Moisés Fraile, lidiado en sexto lugar el martes día 10 por David Mora.
El encierro
La ganadería de Torrehandilla y Torreherberos ha protagonizado un rapidísimo encierro, que duró dos minutos y medio. Toda la carrera ha discurrido sin grandes problemas; tan sólo un toro protagonizó momentos de peligro, al ir derrotando hacia el lado derecho en la cuesta de Santo Domingo y en otro que se adelantó por la calle Estafeta arrollando a varios corredores. El parte médico sólo registra diversos contusionados por caídas y golpes.
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