La simple, la rotunda verdad del toreo. Así que llegue la lorquiana hora de las cinco de la tarde de este domingo, cuarta de los sanfermines de 2016, su mozo de espadas pronunciará las palabras lapidarias: “Maestro, que es la hora”. Y Curro Díaz comenzará el ceremonioso ritual de vestirse de luces, para acudir a la Monumental pamplonesa, donde le esperará la corrida de Pedraza de Yeltes.
Pero para entonces no habrán pasado ni 24 horas desde que viviera el drama de Teruel: un compañero, un hombre joven, al que un toro le ha enaltecido hasta llevarlo a los anales imborrables de los héroes. ¿Qué pasará por la cabeza de Curro en ese momento, que se adivina tremendo? La vida sigue y el toreo no se para, sino que continúa en el diario caminar de las artes grandes, aunque uno de los suyos se nos haya ido.
Sí, hay que ser un superhombre, un ser muy especial, para con el alma rota irse ajustando la taleguilla, y luego la pañoleta, y luego la chaquetilla…, para luego iniciar una tarde más el paseíllo y cuanto viene detrás. Y nada se eso ocurrirá rutinariamente, como si aquí no hubiera pasado nada. Ha pasado muchísimo, ha pasado toda una vida prematuramente cegada por un toro. Y Curro lo ha vivido en primera persona, tanto que se tuvo que encargar de la tarea de dar muerte a estoque al toro de la tragedia.
Curro sabe que, a estas alturas de la vida, no habrá ya una Concha Piquer para cantarle al torero su “Romance de valentía”, ni habrá un Gerardo Diego, cualquiera de los Gerardo Diego actuales, para inmortalizar con sus versos el nombre del torero, como el maestro de las letras hizo con “Manolete”. Todo se nos ha hecho tristemente un poquito más mecánico, más rasero, menos espiritual. Pues pese a todo, Curro no lo dudes, formas parte de los últimos románticos que pueblan este mundo, de esos que ponen en juego su propia vida –la única que tienen– por crear un arte grande, casi mágico, como el que se cincela en los ruedos.
Con toda razón podrás repetir, Curro, aquellas palabras tan luminosas que pronunció “Manolete” durante el homenaje que los intelectuales le rindieron en “Lardhy”. El toreo, en efecto, comparte su razón de ser con todas las artes, pero da un paso más allá que todas ellas: cuanto se escribe en un ruedo se hace poniendo en juego la vida, que allí se muere de verdad, nada es de mentirijillas como en el teatro o el cine. Precisamente por eso resulta de todo punto singular, por eso no es comparable a nada, por más riesgo que vaya en ello.
Y esto no constituye tan sólo “la música callada del toreo”; esto es, ni más ni menos, la verdad eterna que se vive en los ruedos, la que marca su verdadera dimensión. Le pese a quien le pese, que de los indocumentados y de los malpensados mejor es no hacerles ni caso.
Por eso, Curro, maestro, cuando se abra el portón de cuadrilla de la Monumental pamplonesa, no será una día más. Nunca es una tarde más, ya se sabe; todas tienen su propio misterio por cantarse. Pero en esta ocasión lo será de manera muy especial, cuando se ha visto tan de cerca la cara de la muerte. Y a pesar de todo, se acude a la cita comprometida.
Ante gestos como el tuyo, torero, muy respetuosamente hay que quitarse el sombrero, para echarlo a tus pies, como un humilde homenaje a quien ha elegido vivir el camino de los héroes. San Fermín te acompañe y te ponga en las manos el triunfo que merece tu actitud de hombre cabal, de torero de una pieza, de artista de obras sublimes.
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