Arrumbemos las nostalgias del pasado; a la Fiesta ha llegado la «planificación eficiente»

por | 27 Feb 2014 | La opinión

Nos dicen que vivimos instalados ya en la era postmoderna. Los augures que hacen de alquimistas del futuro ponen buen cuidado, en cambio, a la hora de  decirnos que tal instalación vaya a suponer de hecho  el colmo de las felicidades; tan sólo anuncian una cuestión de calendarios. Pues mire usted, a lo mejor por nostalgias, pero para calendarios prefiero el “Zaragozano”, que además cuenta con amenidad garantizada.

En aras de esa nueva era que se abre ante nuestros ojos, la programación y la eficiencia –espantoso palabro que sirve como el comodín de la baraja: a cualquier cosa se le puede endosar– preceden a otros muchos valores; sacrificamos nuestra capacidad de vernos sorprendidos, renunciando a otros tan interesantes como los que nacen de la propia improvisación. “Planificación eficiente”, esa es la meta en la que nos dicen que hallaremos no sólo la tierra prometida, sino toda suerte de bienes y bienaventuranzas.

En el mundo taurino se ha tomado ahora ese camino. Bueno, en realidad lo han tomado quienes tienen posibles para comprar semejante billete; es decir: los que tienen garantizados de fijo que estarán en los carteles. Pero, en el fondo, es una moda que para sí quisieran todos esos otros, que están en la ansiosa espera de que suene el teléfono porque en vaya usted a saber en que pueblo organizan, al menos, un festival picado.

En la senda de las modernidades, lo hizo un  par de días atrás Manzanares, lo acaba de hacer El Juli y ya nos anuncian otro tanto la avanzadilla de los pajes del cortejo que nos traerá en pocas fechas a Morante. Se presupone que, entre otras cosas, es una forma de reivindicar sus nombres y sus valores, que les guste o no han quedado muy tocados a ojos de la afición después del plante de Sevilla, incluso entre quienes sostienen la hipótesis que la Casa Pagés es el cúmulo de todos los males del averno, que tampoco es para tanto si se contempla en el contexto de la sempiterna picaresca del toreo.

A lo suyo Morante lo titula “30 corridas, 30 eventos”; El Juli lo ha venido en definir, más en plan poético, como “cada cita será un sueño”; Manzanares reunió al personal en un acto taurino-informativo para explicar “sus sentimientos”. [Por cierto, a los redactores de Globomedia les resultará imposible en el futuro escribir una convocatoria más cursi como la que hicieron en nombre del torero de Alicante]. Y todos, con su correspondiente derecho a fotocall, para que los invitados puedan posar delante de un cartelón plagado de marcas comerciales, al estilo de la jet.

Ha llegado la modernidad, que por el momento se centra en una agenda completa de en dónde y cuándo nos podemos encontrar con esos toreros desde Olivenza a Zaragoza, desde marzo hasta octubre. Y eso dicho cuando aún estamos en pleno invierno.  A la marcha que vamos, a partir de ahora el torero que quiera hacer algo diferente se quedará a un tris de ofertar un abono tres en uno: tren + hotel + entrada y a precios especiales, para seguirle durante todo el año, aprovechando lo extendido que en nuestro país está el AVE. ¿Dónde queda un hueco para la sorpresa y la improvisación si todo se cumple según la susodicha planificación eficiente?

A lo mejor es que nos vamos haciendo mayores, pero uno añora aquellos años cuando un novillero se presentaba el jueves en Las Ventas con la promesa de verse repetido, incluso al domingo siguiente, si alcanzaba el triunfo. Un jovencísimo Diego Puerta llegó, después de mucho esperar y no menos insistir, una noche de agosto a la plaza de Barcelona y acabó el año allí con 11 paseíllos uno de tras de otro. El otro día, daba gusto leer en “Aplausos” la entrevista, tan bien llevada como estaba por el maestro Benlloch, en la que Dámaso González recordaba algo parecido: por empeño personal de don José Camará, de un día para otro lo puso Pedro Balañá en los carteles de la Monumental y en los meses siguientes hubo hasta que habilitarle un hueco en las corridas de toros.

Pero por lo visto todo eso forma parte del pasado. Lo actual es que en febrero sepamos donde deberíamos estar, allá cuando lleguen los albores del otoño, para ver a Fulano o a Zutano. Está todo programado. [El estricto aficionado con buen criterio añadiría a lo escrito: “… todo menos el toro, que luego es el que puede descomponer el cuadro”.]

Por si estas añoranzas pudieran confundir al amable lector, no se trata aquí de defender que todo lo pasado fue mejor, entre otras cosas porque la historia desmiente de modo irrefutable que todas aquellas glorias, que de generación en generación nos repetimos los unos a los otros, fueran ni tan verdaderas ni tan refulgentes. Menos se trata de acudir como argumento a la más profunda de las nostalgias taurinas que puedan imaginarse: sostener como razón última que “eso no lo habrían hecho ni Joselito ni Belmonte”.

Por esa línea acabaríamos, llevándolas al extremo, en un  verdadero sinsentido, como pretender que las lesiones taurinas de hoy se curasen como hace un siglo, a base de friegas con aquel ungüento célebre del “tío del bigote” que servía para casi todo. Y no, no es eso. Nos guste más o nos guste menos, somos hijos de nuestro propio tiempo. Pero nuestro tiempo, también nos guste o no, es fruto y toma su razón de ser  de nuestro propio pasado.

Aunque algunos los quisieran ver incluidos en aquella deliciosa carpeta que se cerró con John Wayne y sus western, hoy siguen teniendo su sentido los ancianos de la tribu. Al menos los de mi tribu, tienen un aforismo muy cierto: “mirando hacia atrás, no se puede avanzar en el camino”. Ni en aquellos agrestes paisajes del lejano Oeste, ni en nuestras modernas calles, tan llenas como andan hoy de baches fruto, cómo no, de la crisis. Lo más que ocurre en ese andar con la cara vuelta es que uno acabe chocándose con la farola, que el concejal de turno acaba de poner en un lugar definido como “aquí antes no estaba esto”.

Pero ni todas las nostalgias, ni todas esas miradas al pasado, son por ello completamente inútiles: al menos nos recuerdan los valores y razones por las que hubo quienes en el pasado acertaron a forjar nuestro presente. Olvidarse de esas enseñanzas, considerarlas como unas antiguallas dignas de estar en el desván, acaba por empobrecernos. No habrá que convertirlas en ley de nuestras vidas en el hoy, pero aprendemos demasiadas cosas de ellas como para  depositarlas en el baúl de lo inútil.

En esta línea, resulta muy de desear que las técnicas modernas en esa pedantería que denominan el “marketing relacional” llegue a la Fiesta. Con que sirvan para que unos centenares de jóvenes se acerquen a cuanto significa el toreo, ya las debiéramos dar por buenas. Pero eso no quita para que, a la vez, sostengamos que sin capacidad de sorpresa, sin misterio que descubrir incluso en un lugar insospechado, arramplamos con una de las constantes que han hecho grande a la Tauromaquia.

Por eso no nos quejamos de tanto fotocall y tanta imagen, que acaba por ser la verdadera tirana de los tiempos modernos. Lo que echamos en falta, lo que no nos gusta, es que entre todos anulemos esa capacidad de sorprender que siempre anidó en los misterios del toreo. ¡Con lo bonito que es bajar en pleno verano por la calle de Alcalá, o andar por la calle Adriano cuando se está en Sevilla, en la espera ilusionada de que un torero, del que a lo mejor no conocemos ni el nombre, nos sorprenda con media docena de naturales hondos, templados, largos, sublimes…!

Una nota marginal
Es una pura y simple curiosidad: de las 36 tardes que compondrán en 2014 la temporada de El Juli, un tercio de ellas serán en las plazas que regenta Simón Casas. Exactamente 12 ó 14 –según se cuenten las de Madrid–  de 36.

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Taurología

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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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