Hoy, probablemente, sería un libro-reportaje. En su tiempo, hace ya más de 40 años, se construyó como una novela. Pro una novela en la que el personaje central no es precisamente de ficción: era Manuel Rodríguez “Manolete”, por el que el autor sentía una articular pasión taurina. Luego, la mayoría de los demás protagonistas aparecen con nombre figurado, aunque sean fácilmente reconocibles.
Se trata de “Arcángel”, subtitulada “novela dele torero Manolete”, escrita por el polifacético José Vicente Puente y editada por primera vez en 1960 por la entonces clásica editorial Rivadeneira. El autor considera en su primer párrafo que en realidad se trata de “una transparencia sobre Manolete”; luego, cuando se lee, efectivamente se comprueba que es transparente en cuanto se refiere al torero cordobés, por más que luego deba incorporar a la trama otro género de argumentos, unos contextualizadores del núcleo central, otros con más sentido literario.
La novela, cuyo primer capítulo se publicó anticipadamente en las páginas de “ABC”, por más que esté escrita bajo el norte de una profunda profesión de fe en el manoletismo, no deja de ser representativa de lo que fue aquella etapa de España y del toreo. Con una escritura, además, en la que advierten vestigios de los otros oficios de Puente, como poeta, como autor de teatro y, en especial, como guionista de cine. Probablemente con la trama que conjuga, con facilidad la habría trasladado al celuloide.
Prácticamente quince años dejó pasar Puente desde que vivió en directo los hechos que narra hasta que se decidió a trasladarlos al libro. Quizás por eso en muchos pasajes el autor no esconde un punto de nostalgia. De hecho, no es que no tuviera prisa en sacar su l¡¡testimonio literario, es que necesitó el estímulo de ver como el capítulo publicado en “ABC” era premiado en un certamen literario.
La novela arranca en el debut de “Manolete” en México y a partir llega hasta Linares., en un relato en el que va entrelazando lo que son vivencias personales con observaciones ambientales, muy representativas del momento y, sobre todo, de la personalidad humana del torero.
Las páginas finales, ya muerto Manolete, resulta particularmente emotivas, por la agudeza del retrato que traza del torero, consecuencia de lo que denomina “su tarde infinita”. “La dramática sucesión de los hechos, con velocidad acelerada hacia la muerte; la serie de circunstancias, presididas por la desgracia. La casualidad, el error, o la improvisación, empujar al cuerpo hacia la tumba. Su destino era claro de puro trágico”.
Pero junto lo que el propio autor denomina “tautología” de “Manolete”, interés tienen, para el lector y para el aficionado, las referencias a sus compañeros. Y así, tomando pie de su reaparición a finales de los cincuenta, cuando la novela estaba en plena elaboración, su retrato de Luis Miguel–en la novela escondido tras el nombre de Luis Doncel— lo traza con sensibilidad y conocimiento; más desvaídos, en cambio, parece los párrafos que dedica al “Niño Rubio” (Pepe Luis), del que destaca más lo superfluo que lo fundamental de su toreo, reiterando la historia tan antigua de las diferencias entre los toreros de Córdoba y Sevilla.
José Vicente Puente
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