SEVILLA. 5ª del abono. Menos de media plaza. Toros de Las Ramblas, vacíos de bravura y casta, salvo el quinto. Miguel Abellán (grana y plata) silencio en ambos. Manuel Jesús El Cid (sangre de toro y azabache) silencio y vuelta. Joselito Adame (azul marino y oro) silencio y vuelta.
Abellán se había justificado con dos muy buenas estocadas, sobre todo la segunda, a un toro alto y basto que pasaba con la cara casi por el hombro, sin maldad, es que allí tenía la cabeza. En su primero intentó aprovechar la inercia citando desde el medio, pero sólo le sirvió en la primera tanda que, además, no salió limpia. El toro salía de los muletazos sin gracia, con la cara arriba y el torero no pudo más que apretar en una tanda de naturales.
El Cid podrá decir que perdió una oreja por la espada, y no será mentira. Pero le caben muchos matices a esa afirmación. Viendo la vuelta al ruedo es fácil pensar que se la hubieran pedido, cuenta aún con el cariño de la plaza, y de la banda también, todo hay que decirlo. Fue en el quinto, que embistió con más impetu y transmisión que clase, pero que fue tuerto en día de ciegos. Una faena acelerada, siempre a la velocidad del toro y tandas de tres y el de pecho. Algo mejor por el derecho, que era el bueno, pero casi siempre en línea y hacia fuera. Dice mucho que lo mejor fueran los pases de pecho de remate.
Su primero cogió de manera muy fea a Alcalareño a la salida de un par muy expuesto, por suerte sin consecuencias graves. Después en la muleta se vino abajo enseguida. Dejó una entera ligeramente caída que le hubiera servido en el otro.
Una vuelta dio también Adamé, pero una vuelta muy distinta. Porque él lo puso todo ante un toro soso, que se aburrió ya tras la primera tanda y se paró. El que cerraba plaza además, con lo que eso pesa en el público en tarde aburrida. Acabó metiéndolos en el canasto como acabó metiendo al toro en la muleta, de uno en uno, templado, alargando el trazo del muletazo todo lo posible, firme. Con la colocación precisa para conseguir muletazos que pareció que no había. Hizo guardia la espada en la suerte de recibir, y no sé si perdió la oreja por ello pero sí perdió redondear una tarde casi perfecta.
Cuatro silencios y dos vueltas al ruedo resumen la tarde en la que apuntó Joselito Adame.
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