“La verdad, yo no recuerdo que tomara la decisión de ser torero en un momento determinado. Para mí era algo natural. Ni se me ocurría pensar que iba a ser de mayor. Ocurre lo mismo que cuando el padre es ingeniero y el hijo también quiere serlo; es lo natural, a nadie le extraña. Lo mismo me pasó a mí. Pero en mi caso se trataba de ser torero. Todo fue así de sencillo”. Recordaba el maestro Antonio Ordoñez con esta sencillez el nacimiento de su vocación taurina. Era casi de noche ya en el Recreo de San Cayetano, en la serranía de Ronda, aquel día de agosto, 24 horas más tarde que el torero dijera en San Sebastián su definitivo adiós a los ruedos.
De hecho, te nía escasamente seis años cuando por primera vez se las vio con por primera vez toma contacto con el toro, bien que desde la grupa del caballo que montaba el abogado don Diego Gómez: en una fiesta campera se había escapado un novillo y allá que fueron a buscarlo. “NI recuerdo cuando por primera vez cogí una muleta. Siempre viví entre ellas. Yo veía torear a mis hermanos, iba aprendiendo solo”.
Y con la misma naturalidad se puso delante de un becerro, antes de haber cumplido los 13 años. “Mi padre había ido a la ganadería de Pérez de la Concha, para ver una novillada que iba a matar mi hermano Cayetano a los pocos días en Utrera. Cuando nos marchábamos, el ganadero medio en broma me preguntó si era capaz de ponerme delante de un becerro. Y me puse, claro. Además, se me dio bien”.
“Mi primera novillada me la dio Baquedano, en la plaza de Haro en junio de 1948. Pero como becerrista estuve toreando tan sólo cuatro meses. Empecé en Haro y terminé en Bilbao, nada más que seis novilladas sin caballos. En el 49 toreé todavía unas pocas más y en abril hice mi debut con picadores en Bilbao, toreando con Litri y Calerito. De ahí salí ya con cierta fuerza”. Tanta fuerza como que en esta campaña alcanzó la cifra de las 76 novilladas, con la culminación de su debut en Madrid, que precisamente fue una de las tardes con menos fortuna.
Si ya andaban circulando, y bien, Aparicio y Litri, en la temporada de 1950 de hecho se formó otra pareja: la de Ordoñez y Manolo Vázquez. Una campaña que contabiliza 46 tardes, que pudieron ser más de no ocurrir su bautismo de sangre, en Barcelona ante un novillo del duque de Pinohermoso. “Estábamos un grupo de novilleros que interesábamos. Se daban muchos festejos y el público iba a las Plazas”.
En ese ambiente, buen ambiente, sigue la campaña del 51, cuando cuaja una tarde colosal en Madrid por San Isidro: tres orejas. “Esta fue una de las tardes fundamentales de toda mi carrera, porque aquella novillada me abrió las puertas a la alternativa y me permitió llegar a ella interesando a los aficionados”. El cambio de escalafón vino casi de inmediato: el 28 de junio, en la corrida del Montepío de Policía, con Aparicio y Litri en cartel. “Esta tarde, la verdad, no ocurrió nada. No tuve suerte”.
Como el ambiente en los toros suele durar un suspiro, el poco éxito de la alternativa le lleva hacia un cierto parón. Tanto que se ofreció a matar la corrida de Pablo Romero en la feria de su Málaga natal y no le hicieron ni caso. “Por fortuna, el parón duro poco. Cogí la sustitución de Manolo González en la corrida de Pablo Romero de la feria de Santander y aunque perdí las orejas con la espada, de no tener un contrato firmado pasé a 42 corridas. La verdad es que aquella tarde todo me salió bien, menos la espada”.
A partir de esta fecha, ya no para, siempre en la primera línea, hasta llegar a la tarde final de San Sebastián en 1971, con el paréntesis de descanso de las temporadas de 1963 y 1964.
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