PAMPLONA. Séptima de Feria del Toro. Lleno. Toros de Núñez del Cuvillo, muy desiguales de hechuras y sin clase, tan sólo destacó el 4º; tres cinqueños: 1º, 2º y 5º. Antonio Ferrera (de fucsia y oro), silencio y vuelta al ruedo tras un aviso. Alejandro Talavante (de marino y oro), una oreja y silencio tras dos avisos. Ginés Marín (de canela y oro), silencio y silencio.
INCIDENCIAS: De nuevo la terna tuvo la descortesía de salir con 6 minutos de retraso para iniciar el paseíllo. Tarde a ratos con mucho viento.
Como los toros que envió Núñez del Cuvillo, tarde en tono menor. Y a lo que más fundamento tuvo, buena parte de la plaza no le prestó la atención debida, o se enteró tardíamente: la faena maciza de Antonio Ferrera con el 4º de la tarde. Les pudo la merienda.
La escalera de toros con el hierro de Cuvillo decepcionó bastante. Un toro grandullón, con mucha alzada, junto a otros de más pobre presencia. Demasiada diferencia. Y salvo el referido 4º, todos sin clase alguna. Los hubo también que blandearon en reiteradas ocasiones y a la mayoría le costaba un mundo humillar; eso sí, casi todos con mucho movimiento, aunque no fuera bueno. El tal 4º, “Galiano” de nombre, era otra cosa: pronto y alegre, fue a más; pero también es cierto que Ferrera lo entendió y le ayudó en mucho a mejorar. Una corrida, en suma, bastante menos que discreta.
Como en Pamplona cada día hay que hacer ya más abstracción de la estadística, que es caprichosa y voluble, vayamos a lo fundamental: la lidia que Antonio Ferrera cuajó en su segundo turno, bien auxiliado por José Manuel Montoliu. Ya había estado torero con el blando que abrió la tarde, que dio para lo que dio: para andarle con garbo y torería.
Frente al 4º acertó a construir una lidia inteligente. Tras un el manejo del capote con su punto de creativo, con la muleta se marcó una faena que fue continuadamente a más. La abrió ofreciéndole en los medios al cuvillo la izquierda y con esa misma mano la cerró en unos muletazos que se inventó pero que eran torerísimos. El toro, que fue el que mejor cumplió ante el caballo, se rebrincó un tanto en el segundo tercio, pero el extremeño acertó a someterlo y a templarlo. La parte central del trasteo resultó toda ella de muchísima nota, abrochándola con unos extraordinarios naturales dados con la mano derecha. Al recibir dejó media en buen sitio, pero que necesitó del refrendo del descabello, en uno de los cuales sufrió una voltereta feísima. Luego la Presidencia, tan benevolente y generosa siempre, en esta ocasión se puso de bigote y barba. Pues vale. Pero eso no quita que como conjunto torero, y a salvo de lo que pueda ocurrir con los miuras, ha sido la faena verdaderamente sólida y de mérito de cuantas hemos visto en esta feria; se podría decir que casi a única.
Alejandro Talavante se mantuvo toda la tarde en un sí es no, sin terminar de romper. Cosas aisladas en uno y otro toro, pero nada felizmente terminado, ni mucho menos reunido. Pero como estamos donde estamos, se descuida un poco y abre la Puerta del Encierro. Le cortó una oreja al 2º, tras una faena con poquita alma y muchos altibajos, coronada con un espadazo en los bajos. Y si no da el sainete de pinchazos, también le corta otra al 5º, tras un trasteo igualmente inconcluso y sin argumento alguno. En la práctica, puro trámite.
La repetición que Ginés Marín se había ganado el día anterior, no la pudo aprovechar: le correspondió un lote deslucido, de los que no dicen nada, que es lo peor. Si el 3º iba suelto y algo descompuesto, no tuvo virtud mayor el 6º. Marín se puso allí, hizo su esfuerzo, pero el resultado no podía ser otro que una tarde anodina.
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