Antonio Díaz Cañabate: Pepe Luís Vázquez, la gracia equilibrada

por | 28 Mar 2015 | Hemeroteca taurina

Por el mes de octubre de 1939 vimos anunciada en las vallas madrileñas una corrida de novillos en Guadalajara. Un mano u mano de Pepe Luis Vázquez y Paquito Casado. Ni José María Cossío ni yo habíamos visto a Pepe Luís Vázquez. Su fama sí llegó hasta nosotros y resolvimos ir a verle a Guadalajara. Nos llevó en su coche Claude Popelín,  gran amigo de España y de la fiesta de toros. Llegamos unas horas antes de  empezar la corrida. Popelín conocía personalmente a los novilleros. Y fuimos a saludarlos al hotel, ese hotel de Guadalajara que titula o se titulaba nada más que Palace Hotel. Allí, en una de sus habitaciones, se estaba vistiendo de torero Pepe Luís Vázquez. Un adolescente rubito y barbilampiño muy modoso y apocado, de pocas palabras y escasas sonrisas. Se estaba vistiendo como un hombre: la taleguilla de seda y oro. Apenas cruzamos con él unas cuantas palabras. Al salir del cuarto José María Cossío me dijo:

—Este muchachito tiene que ser un gran torero; me alegro haber venido.

Y nos fuimos a la plaza. Estaba el tiempo revuelto y lluvioso. Nada más salir el primer novillo entrampilló a Pepe Luís  y le mandó a la enfermería con un puntazo en un muslo.  Le trajeron a Madrid al Sanatorio de Toreros. Y allá le visitamos varias tardes Cossío y yo. El Niño de la Palma se curaba de una cornada que le dio  un becerro en un festival en Toledo. Pepe Luís, tumbado en una meridiana, le hacía tertulia.  Cossío y el Niño de la Palma, viejos amigos hablaban de toros. Pepe Luís les oía en silencio, pero con una atención reconcentrada, como el alumno, buen estudiante, deseoso de saber, al profesor que desarrolla su lección. De vez en cuando pedía una aclaración.

Pepe Luís Vázquez, muchachito del sevillano barrio de San Bernardo, buena solera de toreros, nació con el don, merced de  Dios, de la gracia torera. Gracia  torera que han poseído algunos diestros que no pasaron de meteoros fugaces. La gloria  ante el toro deslumbra, prende el graderío de entusiasmo, ofusca con su chispazo alegre; pero si el don de la gracia tan precioso,  no va acompañado de otros dones, la chispa alegre no puede mantener la luz que deslumbra y la gracia  se pierde  aventada por el huracán de la dura lucha frente al toro. La gracia, para que resalte y perdure, tiene que ir ensamblada con el  conocimiento de la lidia y de las reses. Equilibrar  la gracia con la técnica. He aquí toda su fascinadora maravilla.

Y este es el secreto de Pepe Luís Vázquez. Contados lidiadores lo han poseído. La menuda y aniñada figura de este torero, opinan muchos  que es  lo que predisponen a los espectadores a su favor.

Los detractores de Pepe Luís Vázquez alegan, para razonar sus anatemas,  en que torea a toro arrancadito. ¡Pobre gente que tiene ojos y no ve! ¡A mi que me importa que el torear provocando de lejos la arrancada que el toreo sea más fácil y menos peligroso que obligar de cerca la embestida; a mi  qué si el torero que busca la arrancada me colma los ojos de gracia, si percibo su línea airosa, llena de lo indefinible que es la gracia! No concibo en arte –ni en nada– los exclusivismos. ¡Señor! Si un torero torea bien a toro arrancado y otro obligando al toro, ¿por qué rasgarse las vestiduras y sentenciar sin apelación que lo uno es nada y lo otro todo?

El aficionado a toros que se otorga a sí mismo el título de competente habla de la fiesta como pudiera hablar de Trigonometría, que creo que es una ciencia exacta. Y no tolera que ni torero ni contradictor se salga de las reglas que según  él componen el arte de torear. ¡Aviados estaríamos si esto fuera así! Las corridas de toros entonces serían tan aburridlas como eso, como una clase de Trigonometría.

En mis pobres escritos y en mis deleznables conversaciones taurinas no me canso de repetir que es enorme equivocación olvidarse de que la fiesta de toros es un juego. Que lo apasionante de las corridas es ver a un hombre jugar con un toro para que otros hombres se diviertan al mismo tiempo que él. Porque desgraciado del torero que no se divierta toreando; no pasará nunca de ser un jornalero que cumple una función para ganarse la vida. Y los jornaleros son muy respetables, pero no admirables.  A mi lo que me encanta de Pepe Luís Vázquez es esa sensación de alegría que nos da toreando, alegría comunicativa que rebrinca en los tendidos y florece en sonrisas; alegría que a veces deriva en gritos de angustia porque también este chaval jacarandoso se arrima a los toros y se los pasa muy cerca, pero la angustia se esfuma rápida, porque la gracia envuelve a la emoción, soterrándola en lo hondo del corazón y transforma en estallido gozoso al contemplar cómo se puede burlar un peligro con el pajolero esguince de un brazo que templa una muleta y una espada como si fueran chirimbolos de un juego que nunca puede caer en tragedia.

Estos aficionados intransigentes fruncen el ceño al oír esto y  exclaman airados:

–Pero si quita usted a los toros la emoción, ¿qué queda ?

–Pues queda la gracia, ¿se entena usted?, la gracia, que es una sensación equivalente, pero mucho más placentera y sabrosa; la gracia, que es don divino tan alambicado y sutil como cosquillas prodigadas por la mano de la mujer amada; queda la gracia que es revuelo de palomas en el cielo azul.

—Si se pone usted cursi, vamos a dejarlo.

—Dejémoslo, pero que conste que si todos los toreros nos tuvieran en un ¡ay! constante no podrían ir a los toros más que espíritus fuertes como el suyo. Insisto en que la gracia jamás está ayuna de emoción, sino al contrario, es tan prodigiosa que lo que hace es dosificárnosla, atenuarla para que en lugar de sufrir, gocemos; para que  en lugar de que se nos tache, y con justicia, de crueles, tengamos la disculpa de que muestra diversión sea para el que reconvierte sólo el azar de un juego, que el torero domina con la magia de su gracia.

Pepe Luís Vázquez lleva cerca de mes y medio embutido en un aparato ortopédlco necesario para la curación de la Iesión que le propinó un toro en la corrida del Montepío de la Policía. Aparato ortopédico que ahuyentó de su figurilla la gracia y el garbo. Estos días Pepe Luís semeja un boxeador disforme, con unas espaldas demasiado anchas para su talla y unos andares pesadotes, tan diferentes de los suyos habituales. Cuando estas líneas sean leídas ya estará libre del tormento. Pepe Luís Vázquez se dispone a reanudar su temporada. Yo le deseo toda la suerte que merece su gracia equilibrada, su gracia injerta en los básicos  conocimientos de todos los recursos de la lidia, que es lo que la equilibra y le da firmeza, consistencia, y  perdurabilidad.

© Antonio Díaz Cañabate/ El Ruedo 25 de julio de 1944

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