Aunque la experiencia sea corta, cualquier aficionado ha tenido ocasión de comprobar lo mucho y vistoso del reconocimiento del aplauso que se encierra en un ruedo. Se dirá, y con toda razón, que en muchas profesiones, como en tantas otras circunstancias que en lo personal nos esperan en el paso por esta vida, tal reconocimiento siempre ha sido un valor entendido como continuación de aquello que estuvo bien hecho y mejor intencionado. Con todo, en el caso de los ruedos diría que es de otra manera.
En más de una ocasión hemos hablado aquí sentido del éxito. Como para justificar el paso por el mundo no tiene por qué necesariamente llegar, y menos según miden los hombres, la vida nos enseña que si el triunfo viene, es por lo general efímero, incluso cuando es grande y aún reconocido. Lo hecho, queda ahí, con la sola verdad de haber tratado de aportar algo, pequeño las más veces, de lo que alguien, quizás desconocido, pueda beneficiarse algún día.
Pero, sobre todo, el éxito no sirve de medida absoluta, salvo para unas pocas cosas, y no las principales. El éxito, al final, indica un momento brillante, pero nada asegura de todos los demás momentos del vivir. Un minuto de gloria, ya digo, no justifica un empeño de los que son por vida. Un momento fugaz, a lo mejor una foto, que casi a su comienzo ya vira hacia lo sepia, poco más.
De todo esto se puede hacer una traslación bastante literal al mundo de los toros. Cierto que en este caso ese fogonazo momentáneo del que hablaba antes, adquiere unos tintes incluso clamorosos; pero también se puede comprobar que en muchas ocasiones resulta bien efímero. De hecho, cuando se repasa la historia de toreros muy cumbres, se comprueba que lo esencial, lo que marca su paso hasta los propios Anales de la Fiesta, antes que un triunfo tremendo, se fundamenta en el conjunto de una trayectoria sostenida, de una torería demostrada e incluso acrecentada, de una concepción verdadera y auténtica del toreo. Naturalmente, en Antoñete hay que admirar la tarde del toro blanco; pero Antoñete ha sido mucho más que todo eso.
Dicen que por estas circunstancias tan propias del toreo, esta profesión es dura como pocas. Probablemente lo sea, porque como en ninguna el éxito no significa de modo necesario encaramarse en la gloria. Pero no es menos cierto que, sin embargo, cuando se alcanza el triunfo incluso momentáneo, perdura en el recuerdo, aunque ello no sirva para entrar en la historia. Y eso es así porque la fuerza de un éxito en los ruedos, también cuando es ocasional, nace desde los linderos de lo mítico. Por todo esto, me gusta distinguir entre el triunfo y la gloria: el primero guarda mucha relación hasta con la estadística; el segundo, en cambio, se refiere a las calidades profundas, a las aportaciones sustantivas a este caminar permanente del toreo.
No me canso de insistir que a los hombres, sean cuales sean sus nombres y sus ocupaciones taurinas, debe tratarse a todos y siempre con respeto. Pero desde ese reconocimiento, no se puede dudar que una cosa fueron, por ejemplo, aquellos veranos interminables y triunfales de determinaros toreros, cuando contrataban más tardes que días tiene el mes de agosto, y otra bien distinta la torería rebosante de Antonio Chenel, aunque en la estadística anual contabilizara docena y media de actuaciones. Les separa la diferencia, diría que insalvable, que se da entre el triunfo y la gloria.
Entendida así, la gloria taurina es lo máximo a que puede aspirar quien ha hecho profesión del arte de los ruedos, aunque ello no vaya en paralelo de modo necesario con el hecho, tan gratificante, de haberse retirado rico e incluso popular, objetivos que a lo mejor sí alcanzan otros que no necesariamente se constituyen en pilares fundamentales de la historia taurina.
En su medida y en su circunstancias, Antoñete hizo suyo este camino. Por eso hoy, cuando tantos lloramos su muerte, le vemos encaramado en la gloria del toreo, que es puerta privativa para entrar en el palco de los toreros históricos. El tuvo sus momentos de triunfos, y en muchas etapas diferentes; pero reunió, sobre todo, todos aquellos elementos que van mucho más allá de ese éxito fulgurante, para dar paso a la gloria eterna e imperecedera del tore
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